jesus en la india

 

 

Jesús en la India


¿Por qué ningún libro sagrado del cristianismo habla de la vida de Jesús de Nazaret entre los trece y los treinta años, edad en al que se convirtió en el vehículo del Cristo?
¿Acaso la vida del Maestro Jesús no es interesante desde el mismo instante de su nacimiento virginal como para que se nos informe de ella con anterioridad a su vida pública?


¿Es posible que, por alguna desconocida razón, se nos haya hurtado el conocimiento de la vida de Jesús antes de cumplir los treinta años de edad?


¿Por qué intencionadamente se ignora la obra de Notovich, y porqué Wikipedia le ataca con verdadera furia describiéndolo como un engañador, un mentiroso y un estafador de marca mayor?

NIkolai Notovich fue un viajero y aristócrata ruso que en 1887 llegó al monasterio de Hemis, en el Ladak, actualmente en el norte de la India, en el estado de Cachemira. Allí se encontró con varios rollos, donde se narraba la vida del Santo Issa (nombre oriental de Jesús), originalmente escritos en pali, pues provenían de la India, aunque Notovich encontró copia en tibetano de estos escritos en el mismo monasterio. Ninguno de estos volúmenes tenía título.


Concretamente, Notovich habla de “dos grandes volúmenes de hojas amarillentas por el tiempo”. El intérprete que le acompañaba tradujo línea por línea los dos ejemplares.
En esos volúmenes, las referencias a la vida de Jesús se encontraban diseminadas por todas partes en medio de textos de carácter doctrinal. Las dos viejos volúmenes estaban escritos en verso. El autor ruso agrupó todos los versos que hablaban de la vida de Jesús. Juntó 244 versos, formando así una breve obra a la cual puso por título “La vida del Santo Issa: el mejor de los hijos de los hombres”.


En esta pequeña compilación se nos cuenta como Jesús abandonó la casa de sus padres a los trece años, llegando a Sind, región sureste de Pakistán, con catorce años. Tras multitud de viajes por el interior de la India, siempre en busca de sabios eminentes y de lugares de estudio, tuvo un serio conflicto con la casta de los brahmanes, que incluso planearon su muerte, y esto forzó a Jesús a dirigirse muy lejos, al Himalaya. Allí estuvo seis años. Por fin, con veintinueve años, decidió retornar a Palestina.


En 1894, Notovich publicó sus viajes por la India y su estancia en Hemis, y además estos versos en un libro importantísimo: La vida desconocida de Jesús, que incluía también La vida del Santo Issa. El éxito de este libro fue fulminante. En el mismo año de su publicación, en Francia se alcanzó la cifra de ocho ediciones.


Desde el primer día ya aparecieron críticas a Notovich.


Hay que notar también el desprecio que en Occidente se sentía por China, Tíbet y la India. Todos esos países orientales, para la mayor parte de los europeos estaban poblados por “salvajes” y por “monos amarillos”. Para muchos europeos, de la atrasada Asia no podía salir nada bueno. Toda esa fantasmagoría en torno a la vida de Cristo, era, por tanto, consecuencia de la credulidad de su autor. La verdad es que a un europeo no podía entrarle en la cabeza la imagen de Jesús de Nazaret estudiando el sánscrito, los Vedas y el Tripìtaka budista.

 


Evidentemente, todos los críticos negaron la autenticidad del relato que presentaba Notovich.


Para muchos lectores y analistas, el fraude tenía una explicación muy sencilla: los astutos monjes tibetanos, viendo la inocencia del viajero ruso, decidieron pasar un buen rato divirtiéndose a su costa y le proporcionaron los famosos “manuscritos”.


Notovich se defendió valientemente de todos los críticos que intentaron demolerle, haciéndole pasar por un pícaro medieval, en el mejor de los casos.


Como respuesta a las críticas que se le hicieron diciendo de él que nunca estuvo en Hemis (y que Wikipedia, como no podía ser menos, recoge como seguras), Notovich proporcionó una serie de personas a las que conoció en su viaje y que podían identificarlo como viajando por la región. Como curiosidad hay que reseñar que uno de esos testigos era un médico alemán a sueldo de la corona inglesa llamado Karl Marx.


Con respecto a las acusaciones de que era muy extraño que esos supuestos volúmenes en los que se hablaba del Santo Issa no apareciesen citados en ningún catálogo, Notovich replicó que solo en la biblioteca del Potala, en Lasha, había más de cien mil rollos de escrituras, mientras que los catálogos del Kanjur y del Tanjur, que son los más clásicos, solo contienen dos mil obras.

 


Un profesor de un colegio inglés de Agra, Archibald Douglas, decidió ir hasta Hemis para comprobar in situ si Notovich mentía. Y, efectivamente, en 1895 fue a Hemis. A su vuelta asombró al mundo con la declaración que había preparado sobre la narración de Notovich: todo era mentira, fantasía y engaño. El lama principal del monasterio de Hemis le dijo, también, que no existía tal libro sobre el Santo Issa, y que ningún “sahib” jamás pudo copiar o traducir manuscrito alguno de la biblioteca. El lama añadió también que no había en ninguna parte un manuscrito en el que se mencionase al Santo Issa, asimismo le dijo a Douglas que jamás ningún lama de otros monasterios le había comentado la realidad de un libro así, “por lo que es mi firme y honesta creencia que no existe”.


Douglas nos comenta que incluso el lama le preguntó si se podía perseguir judicialmente a alguien por tales mentiras.


La verdad es que el lama principal de Hemis no distinguía entre un ruso, un americano y un europeo, además el hecho de que emplease la palabra “sahib” revela que estaba pensando en un inglés.

 


Finalmente, Douglas no se aventuró a condenar la obra de Notovich. Le dio el beneficio de la duda, pero eso sí, aclarando que había sido engañado por los sacerdotes.

 


Evidentemente, o Notovich o Douglas, uno de los dos, dice la verdad. Ahora bien, Notovich sabía que tarde o temprano alguien iría a Hemis y comprobaría su historia, pues el monasterio de Hemis aunque muy alejado no es de ninguna manera inaccesible ¿Qué sentido tenía inventar una tremenda falsedad sabiendo que muy poco después todo se iba a descubrir?


¿Pudo el lama engañar a Notovich?


¿O bien, a quien engañó el lama fue a Douglas?


¿No cabe la posibilidad de que el lama pensara que Douglas, como buen Europeo y sobre todo como buen inglés, era un saqueador y un ladrón de obras de arte y de tesoros, y que lo único que intentaba era apropiarse de esos valiosísimos manuscritos para llevárselos cuanto antes a un museo inglés?


Notovich siempre afirmó que la discreción fue su principal baza para obtener acceso a los documentos. Discreción que, de ninguna manera, tuvo Douglas. Si leemos el artículo de Douglas, se percibe cierto rechazo del lama a Douglas, además, la nula simpatía con la que le trata hace posible que realmente el lama estuviera protegiendo el manuscrito.


Pero nunca sabremos con precisión lo que pasó entre Notovich, Douglas y el lama de Hemis.


Incluso hoy en día muchos monjes de los monasterios del Ladak, hartos de los visitantes y aventureros occidentales, que acuden a ellos sin saber muy bien lo que quieren, manifiestan una especie de permanente actitud de sospecha hacia ellos pues piensan que si estos pudieran les robarían todos los objetos valiosos rituales, así como las pinturas, y saquearían los templos.


Personalmente, tengo que decir que yo también estuve en el monasterio de Hemis, en el año de 1982, cuando un mozalbete, y, como los occidentales y hippies de los que he hablado, yo tampoco sabía muy bien qué pintaba en ese sito.


Así estaba el embrollo hasta que intervino el prestigioso erudito y experto en filosofía vedanta Swami Abhedananda. También era un gran sanscritista, motivo por el cual mantenía una abundante correspondencia con muchos filólogos occidentales. Además, hablaba y escribía el inglés con una absoluta maestría. Incluso fue conferenciante en Inglaterra y EE UU siempre ciñéndose al campo del vedanta, la cultura hindú.
Pues bien, Swami Abhedananda reveló que esos manuscritos existían y que él los había visto, verificando así toda la historia de Notovich.
Desde luego esta afirmación fue todo un choque.
Swami Abhedananda afirmó haber visto en Hemis un manuscrito, en tibetano, sobre la vida del Santo Issa. El original estaba escrito en pali, y se custodiaba en un monasterio cerca de Lasha. Con la ayuda del lama tradujo el texto al inglés y posteriormente al bengalí, publicándolo más tarde, junto a extractos de “La vida del Santo Issa”, en su libro “En Cachemira y el Tíbet”.
Todavía hay una confirmación más: la del viajero, arqueólogo, pintor, filósofo y místico ruso Nicolás Roerich. Lo bueno de esta expedición es que con ellos viajaba un arqueólogo y orientalista formado en Harvard y en París, y que además hablaba el idioma chino, el tibetano y el sánscrito. Era el hijo de Nicolás Roerich, George Roerich.
Finalmente, en el trascurso de un viaje a Hemis, los Roerich lograronn romper la hostilidad y después la apatía del lama y “en el lugar más oscuro” pudieron ver y tener entre sus manos el libro sobre el Santo Issa. Roerich encontró y publicó más material sobre el Santo Issa, en otros manuscritos que no consultó Notovich.
En el verano de 1939, una importante y muy reconocida dirigente religiosa, la señora Clarance Gasque, iba de peregrinación al monte Kailás con un grupo de occidentales, que incluía más señoras, y se detuvo en Hemis. Unos días después de su llegada a este monasterio ella y la señora Caspari (una pedagoga musical suiza) declararon que, por propia iniciativa, se les acercaron tres monjes, unos de los cuales era el bibliotecario. Presentaron muy ceremoniosamente a las señoras tres manuscritos de grandes hojas, y les dijeron: “Estos son los libros que dicen que Jesús estuvo aquí”.


La señora Elisabeth Caspari, que falleció con 102 años, en 2002, fue, que se sepa, la última persona en ver esas preciosas obras y sacó unas fotos de los libros que le mostraron. No he logrado ver esas fotos.


Esta es la increíble y maravillosa historia del manuscrito que vio Notovich.
Me ha faltado decir, pero lo digo ahora, que Blavatsky, que lo sabe todo, y que nunca se equivoca, también dice que Jesús estuvo en la India, formándose y aprendiendo.

Juan Ramón González Ortiz


 


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