La oración del corazón en “Camino de perfección”,
de Santa Teresa de Jesús (II)
Juan Ramón González Ortiz

 

La oración: cómo y por qué

La oración es el summum de todas las actividades que conducen a Dios. Es el quaerere Deum (la búsqueda de Dios), es la via magna. La oración es la clave teológica para profundizar en la vida espiritual.
Todos sabemos que la oración es la actividad fundamental del monaquismo. Yo, además, añado que la oración es la actividad absoluta que ha de desarrollar toda persona que anhele de verdad entrar dentro de sí misma, con independencia de su estado, pues la oración está orientada hacia la búsqueda de Verdad. Así mismo, Verdad, con mayúscula y todo.
La oración es la única brújula de la que disponemos. Muerta la oración… todo muere. Hemos fracasado.

 

 

Sin embargo, mientras haya oración, hay Vida espiritual y hay Esperanza.
Todo el aprendizaje sobre la oración está reunido, casi, al final del libro, desde el capítulo 24 hasta el 35. La crítica universal reconoce al capítulo 31 una importancia absoluta. Es, desde luego, el capítulo crucial. En el capítulo 27 se inicia el famoso comentario al Padrenuestro. La oración cristiana por antonomasia. El verdadero mantra del cristianismo.

 


Para Teresa, la necesidad de introducirse en la oración, poco a poco, o de manera repentina, da igual. El inicio de este camino inaugura en la persona un proceso de interiorización que solo puede acabar con el reposo en el seno de Dios padre. La oración es vaciarse de todo para hacer hueco a Dios.

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Teresa afirma que la oración es una forma de conocimiento místico. Es llevar una “existencia teológica”. Si oras, verdaderamente, eres teólogo. Si no oras, no lo eres.
Santa Teresa y San Juan de la Cruz imprimieron una huella tan profunda y de tanto carácter en la orden del Carmelo, que, desde entonces, esta orden nunca se ha despegado, ni en el grosor de un cabello, de esta concepción de la existencia teológica. Dos santas carmelitas modernas, como Santa Teresa de Lisieux y Santa Isabel de la Trinidad trajeron de nuevo al mundo la plenitud de esta forma de vida, cuando ya el mundo ni siquiera se acordaba de la santa de Ávila.

 

Isabel de la Trinidad, cuando con dieciocho años buscaba alejarse del itinerario mundano que su madre ya le había preparado, y que, naturalmente, pasaba por casarse con un “buen partido”, encontró fuerza, inspiración y determinación leyendo, precisamente, Camino de Perfección. Allí descubrió una nueva forma de orar. También se sintió profundamente inspirada por el lema que describe San Teresa en la segunda carta al arzobispo Álvaro de Mendoza: “Búscate en mí”. La frase en cuestión es así: “A lo que parece, el mote es del Esposo de nuestras almas, que dice: Búscate en mí”.

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• Itinerario de la oración: de hablar de Dios a hablarle a Dios.

 

 


Teresa nos dice que poco a poco hay que pasar de la oración vocal, que es la primera y más sencilla, a la oración mental que es la que nos lleva a la contemplación y que nos va introduciendo cada vez más profundamente en la realidad de Dios. La oración vocal es el punto de partida. Y es necesaria. La oración mental, por su parte, muestra la acogida personal de Dios en nuestros corazones.
Hablar de Dios es el tema de la teología. Hablar a Dios es el tema de la oración.
Primero viene la curiosidad y surge la búsqueda y se descubre la necesidad de hablar de Dios. Pero el objetivo por excelencia de nuestra búsqueda es hablarle a Dios.

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Después, en segundo lugar, la oración se establece como proyecto de vida. Entonces, la oración se transforma en oración mental.

 

 


• Oración vocal, es el primer nivel. Aquí lo fundamental es centrarse en Cristo. En su mirada. En la mirada de Cristo sobre nosotros y la nuestra puesta en Él.


• Oración mental, es el nivel siguiente. Aquí hay que entrar en el propio reino del alma, “dentro de sí”, lo cual es muy difícil. Entrar en su presencia, acogerse a Él, recogerse en Él y saberse acompañado siempre de Él. "Recogimiento es cuando el alma recoge todas las potencias y se entra (ella misma) dentro de sí con su Dios" (28,4).

 

 


Si este tipo de oración se sigue intensificando y si se es sincero, se alcanza el tercer peldaño.
El silencio es necesario para poder encontrar, en medio de la dispersión de cada día, la profunda y continua unión con Dios´.
• Contemplación.
Es difícil explicar qué es la contemplación. Nuestra Santa lo hace así de sencillamente: “El Señor dentro de nosotras, y que allí nos estemos con El” (28,3). Es, dicho de otra manera, “entrarse dentro de sí y estarse en su compañía: estar ante El y con El” (29,4).
Dios no es el objeto, Dios es el sujeto de nuestro pensar, y de nuestro silencio y de nuestro vivir.
La contemplación es la verdadera oración. La única y verdadera.

 

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Es la etapa final: de la extroversión inicial hemos pasado al repliegue psicológico de la segunda etapa, finalmente, hemos entrado en la “tienda del encuentro”, en el “templo del Espíritu”. Eso es la contemplación.
Entonces nosotros dejamos de ser nosotros, y Dios está en nosotros, pero sin ser nosotros.
Es maravillosa esta forma teresiana de hablar, es de tal dimensión espiritual que yo, triste e infeliz de mí, no encuentro nada que comentar ni que añadir o suprimir. Lo absoluto, lo definitivo, el éxtasis más celestial se percibe en sus palabras. Sabemos que no nos engaña, percibimos que ella sabe de qué habla porque lo ha experimentado.

 


En la oración contemplativa,
“Aquí están las verdaderas revelaciones... y las grandes mercedes y visiones" (Libro de su vida 21,12).
"El Señor le da al alma a entender secretos y grandezas suyas" (Vida 27,12).
"Muestra Su Majestad estas verdades de manera, que quedan tan impresas que se ve claro que no lo pudiéramos por nosotros de aquella manera en tan breve tiempo adquirir" (Vida 38,4).
“Hállase toda la ciencia sabida ya en sí, sin saber cómo ni dónde” (Vida 27,8).

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Se le revela al contemplativo el secreto arcano del mundo: "Le da el Señor a entender grandes secretos, que parece los ve en el mismo Dios... Se le descubre cómo en Dios se ven todas las cosas, y las tiene todas en sí mismo" (Las Moradas o El castillo interior, cap. 6, 10,2)
Pero no basta con esto, para que la oración florezca es necesario que nuestras creencias las vivamos de verdad. Es decir, que creamos de verdad. Y que no seamos unos hipócritas de esos que viven al margen de sus creencias, pero luego, eso sí, son más católicos que el Papa de Roma. Vida y Verdad son una y la misma cosa. Si no, todo es mentira.

 


Teresa señala que la vida propia ha de plegarse a la pobreza. A la pobreza crística. Porque pobreza y desapego son cosas idénticas, o al menos muy parecidas. Nuestra autora le llama “desasimiento”, es decir, hay que interiorizar el “desasimiento de todo lo criado”.

 


El “desasimiento” ha de existir junto a la humildad, si no, no vale de nada, es fanatismo y odio al mundo. Sin el cultivo de estas dos virtudes no se puede alcanzar un estado en el que brote limpia la oración. Por eso, nuestra santa nos dice que primero, antes de nada, antes incluso de empezar una vida de oración, nos formemos en estas dos virtudes, desapego de todas las cosas y afectos mundanos, y humildad: “Son tan necesarias que, sin ser muy contemplativas, podrán estar muy adelante en el servicio del Señor, y es imposible que si no las tienen sean muy contemplativas, y cuando pensaren que lo son, están muy en¬gañadas” (4,3). Por tanto, Teresa, antes de llevar una vida de continua oración exige, como necesidad previa, haber interiorizado antes un nuevo estilo de vida, en el cual “per se” florezca naturalmente, sin ninguna, resistencia la oración.
Basándose en la experiencia de la oración contemplativa, Teresa propone fundar comunidades que ayuden a un grupo, espontáneamente unido, a superar el desorden caótico de la emotividad enloquecida y, sobre todo, del extremo individualismo. Aquí, Teresa, no se refería a comunidades monásticas sino a familia (la comunidad básica), vecinos, ciudadanos, …
La oración es un camino ascendente, sin final humano. Teresa dice que es un camino hacia el “agua viva”, una de sus metáforas preferidas.
Teresa nos expone, a lo largo de un extenso comentario sobre el rezo de Padrenuestro, cómo el alma se va adentrando en la oración contemplativa poco a poco, profundizando cada vez más en la percepción del recogimiento y en la quietud total.

 

 


El camino de Santa Teresa fue muy largo, y, a ratos, controvertido; ese camino alcanza por fin seguridad, firmeza y certidumbre en Camino… A partir de Camino…, nuestra santa descubre que la contemplación es el mejor camino para ella, pero no todos están llamados a la contemplación: “No todas las almas son aptas para la contemplación y algunas llegan a ella tarde. El verdadero humilde ha de ir contento por el camino que le lleve el Señor” (17 y ss.) Teresa pone como ejemplo a las dos hermanas de Betania: Marta y María.

 


¿Cuál es la alternativa a la oración contemplativa?


"Os quiere llevar como a fuertes, dándoos acá cruz como siempre Su Majestad la tuvo. ¿Y qué mejor amistad que querer lo que quiso para Sí para vos?” (17, 7).
“Dios a los que mucho quiere lleva por camino de trabajos, y mientras más los ama, mayores" (18,1).

 


"Pues creer que admite a su amistad estrecha gente regalada y sin trabajos, es disparate" (18,2).

 

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Teresa concluye diciendo que la cruz y el servicio son, en todo, igual de elevados y amorosos, a los ojos de Dios. Para Teresa no hay más que estos dos caminos. Ella ha llegado a la contemplación no por sus esfuerzos, ni por promoción, ni por el uso de técnicas. NO. Teresa ha llegado a la contemplación por don de Dios.
Teresa nos dice que la forma de correcta de vivir la experiencia de Dios es vivirlo en el servicio, manifestado en obras. Con lo cual está uniendo los dos caminos que antes nos había indicado, en uno solo. “No hay más que un tipo de oración”, parece decirnos.
Lo fundamental es determinarse a no parar. Seguir hacia delante, siempre hacia adelante: “Importa mucho, y el todo, una grande y muy determinada determinación de no parar hasta llegar" (21,2). Determinarse a "ser sier¬vos del amor". Determinarse "a pelear con todos los demonios". "No quiere más Dios de esta determinación para hacerlo todo de la suya".

 

 


La oración significa expresarle todo a Dios y ponerse, con todo, en sus manos. Orar es darle todo al que todo nos da.
No hablamos de darse a medias. Por ejemplo, oramos por una necesidad, un examen o un contratiempo, pasado el cual, cesamos de orar. No. La oración es una aventura heroica que lo involucra todo al máximo nivel: "No es razón a quien tanto nos ha dado y de conti¬nuo da, que una cosa que nos que¬remos determinar a darle..., no se la demos con toda determinación, sino como quien presta una cosa para tornarla a tomar" (23,1).

 


Epílogo: algunos aspectos del Padrenuestro


1. Aspecto sanador del Padrenuestro.
En contra de la turbación y de los temores que pululan en nuestra mente, contra la ansiedad producida por las imparables tentaciones, en contra de los continuos y agotadores conflictos debidos, sobre todo, a la fragilidad psicológica humana, el Padrenuestro pone en escena la fuerza descomunal salvadora del amor, que es la mismísima energía de Cristo y de Dios.

 

No olvidemos que el Padre Pío curaba con el Padrenuestro, y el Ave María. Con nada más.

 


2. “Que seamos librados de todo mal para siempre”.
Es la última petición que hacemos al rezar. Pone así el punto final a todo el esfuerzo que hemos hecho a lo largo de toda nuestra de vida por ser verdaderos hijos de Dios. Este último versículo encierra todo el camino espiritual andado. La petición se expresa con tal certidumbre y con tal serenidad, y con tanta intimidad, que estamos seguros de que, quien así se expresa, por fin ha llegado al manantial de “agua viva”, de la que habló Teresa. Allá, a los pies de “la fuente que mana e corre” no volverás a sentir sed, no habrá más persecución, ni miedo a la enfermedad o a la vejez. Porque ya eres inmortal.

Juan Ramón González Ortiz

 

 

 

 

 

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