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Hic
et nunc,
o Séneca al rescate del género humano
Juan
Ramón González Ortiz
He escrito en esta misma revista que ahora tienes ante tus ojos, amigo
lector, varias páginas sobre Séneca, que es un autor
que me apasiona desde mis quince años, época en la que
lo descubrí cuando traduje una de sus Cartas a Lucilio.
Séneca añade el interés de que no solo fue el
mayor filósofo romano, sino que además era cordobés.
Personalmente, he de decir que encuentro a Séneca muy español.
He
aquí, pues, otro articulito más de este amante de Séneca.
Me encomiendo a los dioses del Olimpo para que estas páginas
te sean en algo provechosas, amigo lector.
Como buen estoico, Séneca, jamás tuvo el más
mínimo temor a la muerte. Para Séneca morir es regresar
a nuestra tierra. Se pregunta el maestro cordobés en De la
brevedad de la vida, “¿Qué mal hay en volver allí
de donde viniste?” y, a continuación, añade muy sabiamente:
“Mal vivirá quien no sepa morir bien (…) Quien teme la muerte,
no obrará nunca como una persona viva; pero quien sepa que
la muerte le espera desde que fue concebido, vivirá según
este pacto, y al mismo tiempo, y con igual fortaleza de su ánimo,
logrará que no le sorprenda ningún acontecimiento”.
Efectivamente, no tiene sentido temer las cosas ciertas que se esperan.
El problema real ocurre cuando se trata de algo dudoso, incierto,
y por tanto no sabemos si llegará o no. Y resulta que la muerte,
“es una necesidad igual e ineludible para todos; ¿quién
puede quejarse de encontrarse bajo una condición que alcanza
a todo el mundo?”

Así pues, “Cada día morimos: cada día se nos
quita alguna parte de la vida, e incluso cuando crecemos nuestra vida
decrece”.
La muerte no sigue y nos acompaña, porque la muerte cubre todo
el pasado y todo el futuro. La vida misma está cercada por
la muerte. De hecho, la vida avanza hacia la muerte. Vivimos solo
durante un corto instante, y aun ese corto instante lo desperdiciamos.
La muerte está constantemente aniquilando la vida. Séneca
nos dice,
“La muerte es el no ser. En qué consiste esto bien lo sé.
Yo seré después de mí como lo que fui antes de
mi existencia. Si tal situación conlleva algún sufrimiento,
es necesario haberlo experimentado también antes de surgir
a la vida; ahora bien, entonces, no sufrimos vejación alguna”.
Este pequeño texto quiere decir que antes de nacer estábamos
en un estado de nada, idéntico a la muerte, y no había
“vejación” alguna en ese estado. Lo que hay entre el surgimiento
al mundo y su cierre para nosotros es el instante de una vida.
¿Por qué condenar algo que ya conocimos antes de nacer?
“La mayoría fluctúa miserablemente entre el miedo a
la muerte y las penas de la vida, y no quiere vivir, pero no sabe
morir”.

Para Séneca existe un verdadero arte de bien morir, un Ars
Moriendi, no muy distinto del Ars Vivendi, el arte de bien vivir.
En consecuencia, no es necesaria una excesiva inquietud por la una
o por la otra. Para llevar una vida tranquila no hemos de atarnos
a ninguna de las dos. A fin de cuentas, dar importancia y preocuparse
por cualquiera de las dos atrae inmediatamente las preocupaciones
por la otra. Pues, qué fatal ironía, sabemos de la vida
gracias a la muerte, y conocemos la existencia de la muerte porque
existe la vida.
Para Séneca, la muerte es el lado de sombra necesario e inherente
a toda imagen que contenga un mínimo de luz. Es por tanto un
aspecto necesario para la vida. La muerte siempre ha estado junto
a la vida. Es necesario hacerse consciente de la muerte pues es muestro
costado más íntimo y cercano, tanto como la vida.
Séneca afirma que, la muerte no es un problema, no es un asunto
que nos deba preocupar en exceso. Más bien, deberíamos
ocuparnos de la vida mientras la vivimos.
Sin embargo, todos queremos “la purga Benito”. Queremos resultados
inmediatos, sin haber estado entregados toda una vida al esfuerzo
de comprender qué es la muerte y qué es la vida. La
vida nos es dada bajo la condición de la muerte. Por eso, tener
miedo a la muerte es tener miedo a la vida: “No es la muerte a lo
que tememos sino al pensamiento sobre la muerte, pues de esta siempre
estamos a igual distancia. Así pues, si la muerte debiera ser
temida, sería preciso temerla siempre, porque ¿qué
tiempo está exento de su peligro?”.
Y, para Séneca, quien tiene temor a la muerte es esencialmente
indigno para la vida, porque para vivir con dignidad hay que saber
en todo momento que la muerte se nos otorgó con el hecho de
la concepción.
Es incomprensible este orden, ¿verdad? Pero es que no hay nada
que comprender: en el nacer está el morir. Ese es el sistema
del mundo.
Así se lo comenta a Marcia, en la Consolación a Marcia,
pues nuestro maestro cordobés, a sus cuarenta y cuatro años,
toma la pluma para consolar a Marcia, la cual era una matrona de la
nobleza romana que había perdido a su hijo, lo que la había
sumido en un profundo dolor.
En esta maravillosa obra, Séneca nos sorprende con pensamientos
del tipo de:

• "No es que la vida sea corta, sino que somos nosotros los que
la hacemos corta."
• "No llores por los muertos, ya que ellos no sienten el dolor;
llora por ti misma, que aún vives y sufres."
• "El llanto no resucita a los muertos, ni alivia el dolor. Solo
la razón puede calmar la tormenta del alma."
• "El alma, cuando se enfrenta a la adversidad, tiene que ser
más fuerte que el cuerpo. Es ahí donde se muestra el
verdadero carácter."
• "Lo que has perdido era tuyo solo de manera provisional. Lo
que has ganado, la virtud, te pertenecerá para siempre.
• "El dolor, cuando es grande, nos arrastra, pero si lo enfrentamos
con valentía, se vuelve más llevadero."
• "Lo que debe angustiarte no es la muerte de quien amas, sino
el no haber vivido como tú debías mientras estuvo contigo."
• "La verdadera grandeza de una persona no se mide por lo que
ha recibido de la vida, sino por lo que ha aprendido a soportar."
Por último, con toda la dureza del mundo, Séneca le
deja a Marcia la reflexión de que si acaso ella lo que quería
era que su hijo no muriese, o no sufriese nunca, no debía haberlo
traído a este mundo.
En la vejez, hay que aprender a mirar a la muerte cara a cara, y,
sin embargo, nos aferrarnos al último resplandor de las pasiones,
o del hedonismo, porque, aunque ese brillo esté ya muy empañado
por la debilidad nos sigue siendo muy grato, tan grato como cuando
éramos jóvenes.
También los jóvenes experimentan la angustia de su presencia,
pues están tan cerca de la muerte como nosotros, que vivimos
en su cercanía. Como consecuencia, cada día se ha de
valorar y aprovechar como si fuera, verdaderamente, el último
que se vive.
Esto hay que vivirlo con total intensidad, con total sinceridad, con
total convencimiento y con total radicalismo: cada día de vida
es nuestro último día.
Decimos eso, “cada día de vida es nuestro último día”,
pero es mentira. No creemos en lo que decimos. Damos por sentado que
vamos a vivir mañana, y al otro también. Hacemos planes….
Para decir de corazón, “cada día de vida es nuestro
último día”, hay que ser samurái. No hay más.
Hic et nunc. Aquí y ahora.
Porque hemos de percatarnos de que el hombre es un ser temporal y
de que su estancia en el mundo es corta, muy corta, cortísima,
por tanto, lo único que podemos hacer es aprovechar el tiempo,
para lo cual es necesario hacer uso de la razón; de lo contrario,
nuestro paso por la vida se hará aún más corto.

El aprovechamiento o el no del tiempo están en función
de la conciencia que se tiene de él, cuya limitación
es la muerte.
Cabe insistir en que esta moral senequista se basa en la vida práctica,
en la vida ordinaria, y no en el dolor o en el sufrimiento ante la
vida.
No lo olvides, querido lector: hic et nunc.
Aquí y ahora.
Una vida, un tajo. Concentra toda tu vida en dar un único tajo.
No hay más.
Juan
Ramón González Ortiz