La
iniciación del Bautismo
Juan Ramón González Ortiz.

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Incluso la Iglesia católica ha acabado afirmando que el bautismo
es un rito que ya existía en muchas religiones y en cultos
chamánicos antes de que ella lo divulgara.
El bautismo
es simplemente la externalización de lo que es el logro de
la purificación interior, algo previo a la iniciación.
Desdichadamente, el bautismo ha acabado siendo una ceremonia externa
y nada más.
Hasta los inicio del siglo I, el bautismo era una ceremonia importante
y pre iniciática que expresaba un deseo, una aspiración
al perdón total de todos nuestros pecados acumulados y de sus
consecuencias kármicas. El bautismo era, queda claro, algo
simbólico. Se usaba el agua por su frescura, por el poder que
tiene de renovar y de vivificar, y porque por sí misma es capaz
de limpiar las manchas. Sin embargo, con posterioridad se nos dijo
que el simple hecho del bautismo ya borraba el pecado. La Iglesia
se dedicó a hinchar la imaginación del pueblo fiel aprovechando
el hecho del bautismo. San Ambrosio, por ejemplo, decía que,
“Los sacerdotes han recibido un poder que Dios no concedió
ni a los ángeles ni a los Arcángeles (…) Dios sanciona
en lo alto todo lo que los sacerdotes hacen aquí abajo”.
Verdaderamente, la Iglesia llevada de su idealismo pensó que
con la simple imposición de manos se producía la transformación
interior y que ya no hacía falta nada más, ni en el
aspirante ni en el presbítero, ni tampoco era necesario, después
del bautismo, luchar contra las terribles pasiones, connaturales al
ser humano, o contra el renovado interés por volver hacia el
materialismo más estéril. El bautismo, como forzosamente
tenía que suceder, acabó como un ritual exotérico
que marcaba el inicio de pertenencia a una fe especial. Eso es todo.
No se comunicaba ninguna energía especial.
No, no había
nada de nada.
Sin embargo, el bautismo es una experiencia verdadera del alma.
El bautismo es un momento fundamental en la vida de todo Ser humano.
Según la filosofía gnóstica, la vida de toda
alma se representa por medio del número 7. 7. 7.
Su sentido es este:
• El primer siete encierra todas las encarnaciones más primitivas
hasta llegar a la infancia espiritual. Se considera que este ciclo
consta de 700 vidas.
• El segundo siete son las 70 vidas desde que nace la conciencia hasta
que se alcanza el Bautismo del alma.
• El último siete, equivale a las siete últimas existencias,
totalmente volcadas en Dios. Durante este ciclo de siete vidas se
recibe la Tercera, la Cuarta y la Quinta iniciación.
Esta cifra es tan importante, que hasta el propio Jesucristo la usa
como sinónimo de evolución espiritual. Así, en
el Evangelio de San Mateo se nos dice: “Entonces se le acercó
Pedro y le dijo: Señor, ¿cuántas veces perdonaré
al hermano que pecó contra mí? ¿Hasta siete?
Jesús le dijo: No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta
veces siete”.
El bautismo no consiste en verter agua, y ya está. El Bautismo
es la entrada del Fuego del Espíritu. Ese Fuego es el que bautiza.
Jesús de Nazaret es bautizado a los treinta años. Naturalmente,
se trata de una edad simbólica, que expresa que ya se ha cumplido
el proceso de acercarse al Alma y entrar dentro de ella.
El número treinta está constituido por tres veces diez
y diez es el número de la perfección. Así, treinta
es considerado como la triple perfección alcanzada en los tres
planos de nuestra naturaleza: físico, emocional y mental. Cuando
se alcanza esta perfección, hablamos de una personalidad integrada
o unificada y, por lo tanto, el discípulo puede comprometerse
en las prácticas espirituales que le permitirán, como
alma, utilizar su personalidad como un instrumento de servicio a Humanidad,
sin volver a ser de nuevo un esclavo obediente de la personalidad.
El Alma en sí misma, sin el filtro deformador de la personalidad
egoísta y egótica, alcanza el estado de Bautizado.
Para alcanzar esta perfección es preciso controlar totalmente
el aspecto emotivo. Controlar este aspecto supone tenerlo siempre
aquietado y sin sombra de egoísmo, perversión o sensualismo.
Conquistar las emociones y sentimientos es ser en todo momento dueño
y señor ellas de tal manera que nunca vuelvan a desatarse marejadas
emocionales, o, al contrario, atonías, negatividad, amargura
y depresiones anímicas.
Esta es condición más importante para poder recibir
el Bautismo. Cristo lo expresa perfectamente cuando camina sobre las
agitadas aguas del lago Tiberíades. Efectivamente, para recibir
el Bautismo es necesario aprender a andar con calma sobre las aguas
que rugen.
La novedad del sistema que creó el Maestro Jesús radica
en señalar al Amor, sobre todo al Amor, y a la Conciencia como
fuerzas radicalmente transformadoras capaces de elevar la naturaleza
humana, con sus primitivos deseos, hasta los límites más
inimaginables. Personalmente, opino que no necesitamos técnicas
ni condicionamientos yóguicos. El Amor y la Conciencia pueden
transformar a cualquier persona, por más que esta sea “la piedra
que desecharon los arquitectos”.
El MT insiste en la necesidad de una purificación que va mucho
más allá del concepto que nosotros tenemos de “puro”.
“Puro” es lo que es totalmente sagrado y santo.
Para realizar plenamente esta ascensión, el aspirante debe
manifestar un perfecto control de los apetitos carnales, dominar la
glotonería, la embriaguez, todas las ataduras emocionales que
nos cercan y que nos mutilan, etc. En adelante, sólo permanecerá
en él, y en interés de todos sus semejantes, vivir de
acuerdo a la Voluntad del Alma.
La emoción
se ha convertido en aspiración espiritual, y el deseo que se
ceñía solo a los sentidos cede su puesto al deseo de
servir. Finalmente, por fin se revela lo que es el Amor y su esencia.
Entonces se realizan progresos. Verdaderos y rápidos progresos.
Una de las partes fundamentales de la iniciación del Bautismo,
o de la ceremonia católica del bautismo, es la imposición
de manos.
El poder de transmitir energía psíquica, con la intención
de despertar o de reactivar un centro anímico dormido, se ha
practicado desde siempre en los templos, tanto paganos, como de religiones
reveladas. En la India a esto se le llama Nyâsa, literalmente
‘repartición’. En esta actividad hay que colocar las manos
o los dedos, especialmente, el pulgar, sobre puntos exactos del cuerpo,
que son puntos muy delicados del cuerpo vital. Por medio de la pronunciación
de ciertas palabras o mantras, o letanías, se despiertan estas
espirales de fuerza (o chakras) con el fin de permitir la renovada
circulación de energía, así como su ascenso desde
los centros inferiores hasta los superiores. También se logra
su fusión en varias zonas, las más comunes son en la
cúspide de la cabeza, en la frente, en el corazón y
en los hombros.
La armadura
en las organizaciones de caballería tenía su origen
en este principio.
Poco a poco, la Iglesia Católica, y ya no digamos las iglesias
evangélicas y las ortodoxas, fueron perdiendo el profundo contendido
interior. Es decir, la verdad de la energía y de las palabras
sagradas que usaba el sacerdote y que movilizaban de inmediato la
energía espiritual dentro del cuerpo del candidato. Solo se
conservó el aspecto más exterior. El rito vacío.
En pleno éxito inicial del cristianismo, podemos ver al pagano
Ananías imponiéndole las manos al futuro san Pablo que,
en ese preciso momento, recibe el Espíritu.
En el cristianismo, la paloma siempre ha sido el símbolo del
Espíritu que desciende. También en el Antiguo Testamento
sucede así, por ejemplo, en la narración del Diluvio
universal. El Diluvio simboliza el periodo de inactividad, o Pralaya,
entre dos ciclos de inactividad. La paloma que retorna al arca de
Noé simboliza a todas las jerarquías de los Elohim que
aportan la Vida en la forma y la Inteligencia también en el
seno de la forma. A esta Inteligencia se le llama Espíritu
Santo. Y es en verdad la Madre de todas las formas. Esto quiere decir
que el Espíritu Santo es de polaridad femenina.
El Santo Espíritu se manifiesta como Inteligencia, y también
como organización y estructura en los millones de células
que forman un cuerpo. Lo que llamamos la conciencia propia que tenemos
de nosotros mismos también es el Espíritu Santo.
Por eso, tal y como nos dice Cristo, no se puede perdonar la blasfemia
contra el Espíritu. Veamos por qué. El Padre es la Supraconsciencia
y por tanto es simplemente testigo imparcial y Observador.
El Hijo, puesto
que es Amor puede perdonar. Pero el Espíritu al ser Inteligencia
es también Ley, por eso no perdona nada, sino que todo lo encomienda
a la Ley del Karma o Ley Universal de la Retribución.
Acabamos este pequeño artículo comentando que, en el
Bautismo del Maestro Jesús, una gran entidad descendió:
la conciencia de Cristo (entidad histórica, relacionada con
el Buda) se fusionó con la conciencia del Maestro Jesús,
discípulo suyo, convirtiéndose durante tres años
en un avatar. El avatar llamado Jesucristo.
Jesús entró como hombre en el río Jordán
y salió de él transformado en el Hijo del Hombre.
La fusión entre las dos conciencias fue completa. Por ejemplo,
en Juan VIII, 16, Jesucristo comenta: “Y si acaso juzgo, mi juicio
es verdadero; porque no soy solo yo, sino el Padre, que me envió,
y yo. Y en vuestra ley está escrito que el testimonio de dos
hombres es verdadero”.
El Maestro Jesús fue uno con la voluntad de Cristo, un instrumento
de su Poder y de su Voluntad, por medio de los cuales el maestro Jesús
resucitó, sanó y realizó milagros maravillosos.
Que
los Santos Seres
cuyos discípulos aspiramos a ser,
nos muestren la Luz que buscamos
y nos den la fuerte ayuda
de su Compasión y su Sabiduría.
Hay una paz que sobrepasa el entendimiento,
mora en el corazón de Aquéllos
que viven en lo eterno.
Hay un poder que renueva todas las cosas;
vive y actúa en Aquéllos que reconocen
la Unidad del Ser.
Que esa paz descienda sobre nosotros,
que ese poder nos eleve
hasta donde se invoca al Iniciador Único,
hasta que veamos resplandecer su Estrella.
Juan Ramón González Ortiz.