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El castillo interior o Las moradas (I)
Juan Ramón González Ortiz

En España todos hemos nacido bajo la admiración a Santa Teresa, y no sabemos muy bien por qué. Pasa lo mismo que con Cervantes, del cual una gran parte de la gente ignora por qué este gran autor fue un verdadero avatar, en primer lugar, para los pueblos hispánicos y, después, para todo el mundo.
En este pequeño artículo voy a intentar demostrarte por qué Santa Teresa merece nuestra admiración. También voy a comentar la obra doctrinal más importante de esta Santa y, seguramente, la obra de la que podemos sacar más provecho pues nosotros, que nos reunimos en estas páginas, somos estudiantes de esoterismo.


Estoy hablando de su obra Castillo interior o Las moradas, para mí la obra más importante de la Santa de Ávila, y esto por dos razones. La primera es que se trata de una obra perfectamente comprensible, escrita a la medida de inteligencias cortas y perezosas, como la mía. Y la segunda, es que es una auténtica guía del camino interior, preparada para cualquier persona común y normal, de las que andan por la vida. Santa Teresa te coge de la mano y te va llevando, sin soltarte nunca, como si de una buena madre se tratase, por unos parajes interiores de los cuales nunca nadie te había hablado. Este libro es una verdadera guía de viaje que te va a mostrar el camino desde la muralla más exterior hasta la morada central, allí donde te aguarda el soberano del castillo.


Es un libro didáctico más que poético, escrito en una prosa intencionadamente vulgar y sencilla, pues nuestra autora, que era una mujer muy culta e ilustrada, también era capaz de emplear el registro literario y elevado, propio de los asuntos serios y trascendentales. No olvidemos que esta obra fue escrita pensando en todas las monjas de la comunidad del Carmelo, entre las cuales podían figurar, perfectamente, hermanas de escasa formación.
La obra consta de un prólogo, una conclusión y siete secciones, o Moradas, número que se corresponde a cada una de las moradas, o aposentos, que forman parte del castillo. Estas siete secciones, a su vez, se dividen en 27 capítulos en total que dan cuenta de espacios o procesos que se llevan a cabo dentro de cada morada (hay moradas, por ejemplo, a las que se les dedica un sólo capítulo, mientras que a cierta morada se le dedican en particular once capítulos).


Punto de partida de Santa Teresa:
“Estando hoy suplicando a nuestro Señor hablase por mí, porque yo no atinaba a cosa que decir ni cómo comenzar a cumplir esta obediencia, se me ofreció lo que ahora diré, para comenzar con algún fundamento: que es considerar nuestra alma como un castillo todo de un diamante o muy claro cristal, adonde hay muchos aposentos, así como en el cielo hay muchas moradas(...) Pues consideremos que este castillo tiene -como he dicho- muchas moradas, unas en lo alto, otras embajo, otras a los lados; y en el centro y mitad de todas éstas tiene la más principal, que es adonde pasan las cosas de mucho secreto entre Dios y el alma”.

Desde el principio, pues, el libro se nos presenta con la imagen y la estructura de un castillo, hecho todo él de diamante o cristal. Este tipo de edificio siempre ha estimulado la fantasía. Por ejemplo, en las novelas de caballerías, de las que fue gran lectora nuestra Santa, abundan los “castillos encantados”.

 

 

 

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La novedad es que el castillo teresiano está constituido por globos concéntricos.


Esto significa que, tanto arriba como abajo, y a los lados, rodeando la morada central, hay otras moradas. Santa Teresa compara esta distribución circular y esférica con un palmito: un fruto de forma circular, cuya intensidad de sabor se establece concéntricamente de menos sabor en el exterior a más en el centro.

 


Sin embargo, este castillo suyo se parece más a los edificios de las evocaciones y los ensueños, que a los edificios reales: sus estancias fluctúan, se alargan o se acortan, y muchas veces este deambular depende más de las dilaciones personales que corresponden a cada alma, que de una estructura en sí misma. Las Moradas no se suceden unas a otras en trayectoria continua, como dice Santa Teresa, “hiladas”.


Estas moradas y este castillo son vastos como el mismísimo universo. Teresa nos dice que tiene “un millón” de habitaciones.


Primeras moradas
“En estas moradas primeras aún no llega casi nada la luz que sale del palacio donde está el Rey”.
Desde el punto de vista del Rey, que habita en la séptima morada, la primera morada es la más exterior, y es también la más alejada del sol central.

 

 


La Santa nos dice que en estas primeras moradas son oscuras no solo por su lejanía del sol central sino porque, además, como venimos del exterior, tenemos todavía los ojos sucios de tierra del mundo del que venimos por eso tenemos la mirada empañada, además en esas primeras moradas hay “cosas malas de culebras y víboras y cosas ponzoñosas que entraron con él, y que no le dejan advertir la luz”.

 

 


Se trata, por tanto, de una oscuridad relativa, cuya relatividad nace del estado del alma misma: acaso, si el alma entrase en estado de absoluta pureza, vería que, incluso estas moradas, vería que son luminosas, como las demás, pues necesariamente deben serlo, ya que palacio es todo de diamante o cristal.
Aquí comienza el problema: mientras el alma no se conozca a sí misma, vive necesariamente en el exterior, y el exterior es un espacio sucio, poblado por “cosas malas de culebras y víboras” que lo habitan.


Santa Teresa aclara que este castillo es uno mismo, nuestra propia alma, por eso paradójico decir que uno entre en un lugar en el que uno ya habita. Pero, claro, esto no lo sabe el que da sus primeros pasos en las moradas iniciales.
“En fin, entran en las primeras piezas de las bajas; mas, entran con ellos tantas sabandijas, que ni le dejan ver la hermosura del castillo”.
Entrar es meterse dentro de uno mismo. Es el movimiento inaugural, obligatorio y necesario para que comience el conocimiento, pues entrar significa entrar al conocimiento de sí.

 

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Este movimiento inicial, “entrar”, porque esa es la palabra adecuada, es muy difícil y no todo el mundo está dispuesto o preparado para iniciarlo. Mucha gente se pasa la vida entrando y saliendo de las primeras y de las Segundas Moradas. Este entrar y salir obedece al goce de errar, o vagabundear, caóticamente de la vida ordinaria, del que derivan la afición a los viajes mundanos, siempre llenos de vanidad. Y entrar en el castillo no es ningún viajecito más.


Por eso, en las primeras moradas hay que alcanzar cierta disciplina. Esa disciplina se llama oración.


Teresa nos dice que en estas primeras y Segundas Moradas la lucha es muy intensa, porque las cosas del exterior entran todavía demasiado, debido a eso, en la oscuridad de las primeras moradas, secretamente, acechando en la sombra, están los seres diabólicos muy atentos a nuestras decisiones. Más tarde, al final de las Primeras Moradas, vendrá el Demonio, pero por ahora se trata de subordinados suyos que intentan que no persistamos en nuestro deseo de avanzar de morada en morada.

Segundas Moradas
Pasan a estas habitaciones los que ya han conseguido entrar en la práctica cotidiana de la oración. Y, además, quieren seguir adelante, ”mas no tienen aún determinación para dejar muchas veces de estar en estas moradas”.
Así como las primeras moradas son deleitosas, para atraer a los neófitos, estas Segundas Moradas son más rigurosas y menos espaciosas. La primera dificultad es que, al estar más lejos de la salida, ahora cuesta mucho más marcharse y, por tanto, volver a entrar también cuesta mucho más. A partir de las Segundas Moradas, se empieza a escuchar que Dios nos llama: “estos entienden los llamamientos que les hace el Señor, porque van entrando más cerca de donde está Su Majestad”. Estos llamamientos son con la propia voz de Dios, sino con la voz de otros, a través de libros, consejos, sermones, conversaciones, etc.
El alma empieza ya a volverse todo el tiempo hacia sí misma. Y empieza a edificarse a sí misma según las características que el castillo en el que ha entrado.


Como vemos, en las Segundas Moradas empieza de veras la transformación, la reedificación, mientras tanto resuenan las llamadas, indirectas, del Rey Eterno. En estas moradas sigue siendo posible la vacilación, echarse atrás y huir. Pero el alma piensa: “mejor sería nunca haber comenzado, sino haber estado fuera del castillo”.

 


Es tanta la vacilación entre abandonar o seguir adelante, y es este un pensamiento tan frecuente en los que se aventuran en el Castillo Interior, que en estas Segundas Moradas a también hay mucho sufrimiento: “Cierto, pasa el alma aquí grandes trabajos; en especial si entiende el demonio que tiene capacidad en su condición y costumbres para ir muy adelante. Todo el infierno se juntará para hacerle tornar a salir fuera.”


Terceras Moradas
Son amplias y muy largas, y aquí las almas pueden pasar mucho tiempo. Es un espacio de “grandes sequedades”.


Estas “sequedades” derivan o bien del aburrimiento, o de la rutina que se apodera de uno, o del desinterés, o bien del fanatismo, o, al contrario, del propio empeño del alma. Teresa nos previene de todos estos obstáculos, como preparación a las Cuartas Moradas, que traen una división tajante entre lo natural y lo sobrenatural.


Todavía de esta Morada se puede salir y volver a entrar, y de hecho mucha gente lo hace, regresan a las Segundas Moradas, o a las Primeras, e incluso hay quien se marcha del Castillo: “¿Pareceos, hijas, que si yendo a una tierra desde otra pudiésemos llegar en ocho días, sería bueno andarlo en un año por ventas y nieves y aguas y malos caminos? ¿No valdría más pasarlo todo de una vez? Porque todo esto hay, y además también peligros de serpientes”.
La Santa de Ávila insiste, por vez primera, en que en estas Moradas hay que andar con prisa, y con ligereza. Fundamentalmente, porque ahora sí es posible ir deprisa, a condición de que tengamos el motor de la oración funcionando dentro de nosotros.


Ahora podemos ir con celeridad porque la prisa y la ligereza van dentro del alma, y es el alma quien impele a los pies.

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Teresa insiste en que hay que cancelar cuanto antes nuestra cercanía al exterior del Castillo y entrar de una vez por todas en la profundidad del Castillo. La alternativa a este movimiento rápido, que ha de brotar de uno mismo, es vivir durante años y años aquí, hasta que, deambulando, por estos espacios interiores, abandonemos la llamada a la parsimoniosa lentitud y pesadez de la tierra.

 

 

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