Lecciones
de la DANA en Valencia
Josep Gonzalbo Gómez
diciembre 2024

Josep
y su madre, Fina, tras la Dana.
Octubre2024,
Valencia.
"En
los años que tengo, que son muchos, he tenido varias experiencias
profundas.
En
estos días de la riada, sentí algo en mi corazón
también profundamente que os quiero contar.
Me
quedé tres días en casa sin poder salir, sin luz, sin
agua, rodeada de fango y coches.
Y
vivir esto desde casa y alrededor de la hecatombe del agua no fue
de nada comparable a lo que vi al salir fuera tres días después:
vi
venir por los puentes desde el norte de Valencia al sur donde yo estaba,
una impresionante multitud de personas que las sentí y las
vi como ángeles que venían con palas, escobas, comida
y demás cosas necesarias.
Con
las personas que contacté percibí ese amor, esa compasión,
y sobre todo esa voluntad de servicio desinteresado.
Comprendí
la grandeza en ese momento del ser humano y creo que estamos todos
llamados a eso, a vivir desde el corazón en esta humanidad."
Fina
Gómez
Lecciones
de la DANA en Valencia
Josep Gonzalbo Gómez
diciembre 2024
Estamos
viviendo un momento de verdadera prueba en Valencia. Las inundaciones
de la Dana no solo han dejado daños visibles; han sacado a
flote una verdad más profunda: en situaciones límite,
nuestra verdadera conciencia se revela.
Lo que llevamos en el corazón, para bien o para mal, encuentra
una vía de expresión. En medio de esta catástrofe,
algunos optan por el camino del egoísmo, aprovechando la oportunidad
para asaltar o robar en tiendas, mientras que otros dejan salir frustraciones
y resentimientos, descargándolos como el agua, el barro y
los desechos desbordados que vemos en las calles.
Pero hay algo más, algo grande y luminoso que también
emerge, algo que a veces olvidamos pero que ahora brilla intensamente:
la solidaridad. Lo estamos viendo por todas partes, en los barrios
y pueblos de Valencia. La gente se apoya, se ayuda sin esperar nada
a cambio. Es increíble ver cómo algunos comparten lo
poco que tienen: comida, agua, ropa, un techo temporal. Los vecinos
se unen para limpiar locales, remover el barro y sacar el agua, hombro
a hombro, con el único propósito de ayudar.
Este tipo de crisis pone en juego lo más profundo de nuestro
ser, y aunque es fácil caer en la línea de menor resistencia
y pensar solo en nuestras propias necesidades, esta tragedia también
nos brinda una oportunidad única. Nos permite recordar que
somos mucho más que individuos separados, que somos parte de
un gran tejido humano donde cada acción y cada gesto tienen
el poder de transformar.
Hoy, Valencia está mostrando esa esencia compartida que muchos
llevamos dentro, esa chispa de conciencia colectiva que, cuando se
activa, hace milagros. Esta experiencia, tan dolorosa y desafiante,
nos recuerda que somos más que nuestras posesiones y logros.
Somos almas compartiendo una existencia, y esa existencia cobra sentido
cuando expresamos el amor y el apoyo hacia los demás. Así
que aprovechemos este momento no solo para reconstruir paredes y calles,
sino para fortalecer esos lazos invisibles que nos conectan y que
son, en realidad, los que le dan.
Solidaridad de los jóvenes en Valencia
Vivimos en una época en la que, más que nunca, se necesita
la fuerza y el compromiso de las nuevas generaciones. Las inundaciones
provocadas por la DANA en Valencia nos han mostrado algo crucial:
los jóvenes han respondido con una dedicación, entrega
y amor que supera cualquier expectativa. Pero, ¿qué
nos dice esto a nivel profundo?
Escuchamos frecuentemente críticas hacia los jóvenes,
afirmaciones de que solo se interesan por lo material, que viven
en su mundo digital o que no tienen ambición. Tal vez haya
algo de cierto en estas críticas, pero también es una
visión limitada que no alcanza a ver el contexto en el que
han crecido. Es fácil juzgar sin comprender las transformaciones
sociales y espirituales que hemos vivido en las últimas dos
décadas. Intentamos aplicarles los mismos patrones que sirvieron
en otras épocas, sin darnos cuenta de que el mundo ha cambiado
radicalmente.
Esos jóvenes que hoy consideramos “apáticos” frente
a la tradición laboral o material, en realidad están
buscando algo más profundo. Ellos sienten que los viejos esquemas
no les sirven. No encuentran en ellos el espacio para expresar su
propósito de vida, y eso les empuja a explorar con las herramientas
que tienen a mano, como la tecnología y las redes sociales,
o a buscar relaciones auténticas que les conecten entre sí.
La sociedad también tiene su responsabilidad. Durante demasiado
tiempo ha dificultado el acceso a oportunidades reales, a una vivienda
digna, a trabajos que permitan desarrollarse plenamente. Es como
si les dijéramos “sigue el mismo camino que nosotros”, pero
con menos recursos y en un contexto cada vez más complejo.
Lo que muchos no ven es que estamos ante un cambio de era. Las energías
que mueven a la humanidad ahora son distintas; el propósito
espiritual de estas nuevas generaciones también lo es. La solidaridad
que los jóvenes han mostrado en situaciones de crisis, como
en Valencia, es un claro indicio de que están aquí para
romper con lo obsoleto y construir algo nuevo. Necesitamos que esa
llama que han encendido siga viva, que su compromiso no se apague
después de esta tragedia, y para eso, todos tenemos una parte
en la responsabilidad de incentivarlo.
La transformación de nuestra sociedad empieza dentro de cada
uno de nosotros. La catástrofe en Valencia es una oportunidad
para recordar que el verdadero cambio social y político empieza
en el cambio personal, en la expansión de nuestra conciencia.
En vez de culpar y criticar, te invito a reflexionar sobre lo que
tú mismo puedes aportar, desde tu propia evolución,
para construir una sociedad más justa y amorosa. Inunda tu
vida y la de los demás con compasión y solidaridad;
cada acto consciente que hagas se convierte en una pequeña
ola de cambio.