Lamentablemente, a veces tardamos mucho en descubrirlo. Sin embargo, nunca es demasiado tarde para reaccionar. Por mi parte, creo que he tenido la fortuna y el privilegio de llegar a la situación actual tras haber nacido en un entorno con opciones relativamente limitadas y de haber recibido una educación que me enseñó a valorar lo que cuesta esfuerzo y descartar lo fácil. Ello me ha facilitado las cosas.
Es decir, ante la inmensa oferta de libros a mi alcance, mi búsqueda, motivada por mis gustos, me ha llevado a descubrir un pequeño tesoro. Los motivos para que lo califique de tal son, como trataré de expresar, los conceptos que he aprendido en relación con la toma de decisiones y las claves para que dicha actividad sea, mayoritariamente, una fuente de placer y beneficios, en vez de un motivo de arrepentimiento y malestar.
De hecho, en una sociedad capitalista e individualista, como la norteamericana u otras sociedades occidentales, el exceso de oferta supone la necesidad de tomar decisiones en condiciones más difíciles y puede ser una fuente de sensaciones negativas si no aprendemos a gestionarlo. El asunto puede llegar hasta tal punto que no solo esté relacionado con las mayores tasas de depresión en las sociedades ricas actuales, sino incluso con las mayores tasas de suicidio registradas en las mismas en relación con períodos anteriores o con países con recursos más limitados. Es decir, no estamos hablando de un asunto baladí y, sin embargo, a menudo lo ignoramos.
Sin embargo, recomiendo leer el libro o escuchar su charla TED (Barry Schwartz: The paradox of choice | TED Talk) debido a lo instructivo y ameno que puede resultar conocer esos casos.
Es obvio que la vida consiste en una sucesión ininterrumpida de toma de decisiones que van a condicionar nuestro bienestar. De ahí la importancia de saber elegir, conocer las repercusiones de tomar una u otra decisión y saber cómo proceder.
De modo que mientras el primero no para de buscar todas las opciones posibles para decidirse por la mejor, el segundo se limita a buscar unas cuantas opciones acordes con sus expectativas y se decide por una que, sin ser la mejor en términos absolutos, satisfaga sus necesidades.
Como consecuencia, un comportamiento maximizador suele conducir a insatisfacción y estrés, mientras que para el optimizador el proceso es más sencillo y da lugar a más bienestar.
Además, no debemos confundir al maximizador con el perfeccionista, pues este último sabe que la perfección absoluta no existe, pero disfruta con la búsqueda de algo mejor.
Ello tiene su aplicación práctica ya que algunos estudios “mostraron que las personas con altos niveles de maximización disfrutaban menos de la vida, eran menos felices, menos optimistas y más depresivos que las personas con niveles más bajos de maximización”. Lo cual, sin duda, tiene que ver con el hecho de que lo importante ante cada decisión que tomamos es nuestra reacción psicológica. De modo que, en la vida real, la satisfacción o las preferencias son subjetivas y no objetivas.
Esto es válido con respecto a elegir un restaurante, un libro que leer, a qué dedicar dos horas de asueto o dónde invertir un capital. Si no lo tenemos en cuenta es muy posible que el arrepentimiento posdecisión, es decir el descubrir una alternativa que podría haber salido mejor una vez conocidos los resultados de la elección, nos haga pasar un mal rato o nos amargue la vida (en el último caso).
No obstante, si bien el arrepentimiento posdecisión nos hace menos felices puede servirnos para anticipar situaciones, arrepentimiento predecisión, y ayudarnos a tomar mejores decisiones o asumir las consecuencias de las que tomemos.
Es
el fenómeno que denomina como cinta andadora del hedonismo
que, al final, a pesar de la incesante búsqueda, nos dejará
en el punto de partida. Lo cual tiene mucho que ver con nuestras descargas
de dopamina o circuito de la recompensa. Como tales perseguimos un estatus y nos vemos muy influenciados por nuestro entorno. De ahí que a menudo establecemos comparaciones con quienes nos rodean, fenómeno que en el libro denomina comparación social.
Lo cual si no está bien manejado puede ser una tremenda fuente de infelicidad, máxime teniendo en cuenta que los avances tecnológicos y la comunicación nos han abierto mundos que antes desconocíamos. Ello puede ser un gran elemento de frustración.
Hay una parte en este capítulo que me ha llamado poderosamente la atención ya que explica cómo la indefensión aprendida, un fenómeno psicológico descubierto por Martin Seligman en experimentos con animales que eran incapaces de aprender a salir de situaciones estresantes, por haber sido sometidos previamente a entornos en que no podían escapar a estímulos desagradables idénticos, puede estar vinculada con algún tipo de depresión.
En el libro se dan algunos ejemplos esclarecedores; pero yo lo viví en mis propias carnes cuando me dejé llevar por cantos de sirena y me presenté como candidato a una plaza de profesor titular en la Universidad. Jugaron conmigo y me costó una depresión, a pesar de que en aquellos momentos era el único soporte económico y moral de mi familia que pasaba por momentos críticos.
Independientemente de cuál sea la verdadera razón, adoptamos una serie de predisposiciones que nos hagan aceptar esas causas.
Dichas predisposiciones pueden ser catalogadas como globales o específicas, crónicas o transitorias y personales o universales. En base a esto, las personas optimistas explican los éxitos con causas crónicas, globales y personales (p.e. en una entrevista de trabajo: tengo mucha experiencia, se me dan bien las entrevistas y mi perfil encajaba con el puesto) y los fracasos con transitorias, específicas y universales (estaba indispuesto, desconocía el negocio y ya tenían un candidato firme); mientras que los pesimistas hacen lo contrario.
Afortunadamente, ese libro ya está escrito y es muy útil.
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REVISTA NIVEL 2. NÚM 40. ABRIL2025
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