El poder del apego

Antonio Callén Mora

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Siempre, desde que era un chaval, me ha llamado la atención la Psicología. De hecho, cuando tuve que decidir mi futura profesión, era una opción prioritaria. Sin embargo, mi vocación más clara apuntaba hacia un tema muy diferente, la Veterinaria, que ha sido mi centro de atención y medio de vida durante más de cuarenta años, dándome muchas satisfacciones y algún que otro disgusto, que todo hay que decirlo.

 

Curiosamente, una vez alcanzada la jubilación, ha resurgido mi interés por varios aspectos relacionados con la vida, la salud y la sociedad.

Hay muchos temas que me atraen y de cuyo conocimiento tengo verdadera hambre. Pues bien, uno de estos temas que está atrayendo mucha de mi atención y ocupando mi apetito de lectura y formación es la Psicología en sus diversas facetas.

 


Es preciso que aclare que soy un simple aprendiz del tema, ávido de adquirir conocimientos en la materia. Lo cual me ha llevado a leer varios libros sobre esta disciplina. En realidad, es algo que empecé ya hace años con libros de autoayuda o bestsellers como el libro de Daniel Goleman sobre Inteligencia emocional.

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Hoy en día, las librerías ofrecen muchos títulos que prometen el bienestar emocional y personal, lo cual genera que haya, por un lado, gente enganchada y, por otro, grandes críticos de este tipo de lecturas, tanto entre los profesionales como entre el gran público.

He de confesar que, en mi caso, no hay adicción, si bien recurro de vez en cuando a este tipo de publicaciones, pues siempre aportan algo si uno es suficientemente selectivo. Y la razón es que he tenido una grata experiencia con varios de los libros que he leído.

 

Recuerdo, por ejemplo, cómo, hace unos años, ciertas circunstancias personales me llevaron a un cuadro de ansiedad.

Buscando sobre el tema, encontré el libro de Albert Ellis Cómo controlar la ansiedad antes de que ella le controle a usted, y confieso que me ayudó a superar el problema.

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De hecho, es un libro que siempre recomiendo. Posteriormente, aprendí que el señor Ellis era uno de los padres de la terapia cognitivo conductual. Ahora ya estoy familiarizado con esos términos que se me hacían un poco crípticos, cuando en realidad son relativamente sencillos de entender y practicar.
Es curioso que uno de los primeros nombres que viene a la mente, al hablar de grandes psicólogos, es Sigmund Freud. De hecho, fue el padre del psicoanálisis y creó una escuela que, a pesar de no estar basada en procedimientos científicos y haber sido ampliamente criticada, aún conserva multitud de seguidores en nuestros días. Por otra parte, otro hito importante lo constituyen los ampliamente conocidos experimentos de Iván Pávlov, un fisiólogo, en perros, que dieron lugar al conocimiento del reflejo condicionado o condicionamiento clásico, que no sólo hicieron que le otorgaran el premio Nobel, sino que constituyeron las bases de la Psicología conductista.

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De hecho, esta última ya forma parte de la Psicología científica, propiamente dicha.

 

 

Ni que decir tiene que hoy en día la Psicología abarca muchas ramas y escuelas, estando muy conectada con otras ciencias como la Neurología, la Sociología, la Economía, etc.

 

 

En efecto, un ejemplo notable de este último caso es el de Daniel Kahneman, psicólogo cuyos estudios sobre la toma de decisiones, reunidos en parte en su obra Pensar rápido, pensar despacio, le hicieron merecedor del premio Nobel en esta última disciplina. Además, tanto dicha obra como la más reciente, Ruido, han contribuido enormemente a que entendamos cómo pensamos, tomamos decisiones y estamos sometidos a múltiples sesgos. Sin lugar a dudas, él creó escuela y dio lugar a un notable cambio de paradigma.

 

Otro de los psicólogos que me ha cautivado es Martin Seligman, el cual no sólo descubrió, o al menos dio a conocer ampliamente, la indefensión aprendida, fruto de sus experimentos de tipo conductista, sino que impulsó la Psicología positiva. En efecto, propuso un notable cambio de los propósitos de esta ciencia al hacer que la Psicología no se limitase a los casos patológicos, terreno en el que se había movido hasta entonces, y se centrase en el bienestar de la gente y la búsqueda de la felicidad. De ahí que, cualquiera de sus múltiples obras, pueden sernos de gran ayuda para conocernos mejor y facilitarnos una vida más plena y satisfactoria.

 


Obviamente, no voy a tratar de mencionar aquí otras escuelas e insignes psicólogos o psiquiatras pues no es el objeto del artículo ni soy la persona más indicada para ello, amén de que supondría un tema más propio de un libro que de un artículo. Sin embargo, toda esta introducción me sirve para explicar cómo, tras unos cincuenta años desde que cayó en mis manos el primer libro de Psicología, en los últimos meses, o incluso semanas, he llegado a “descubrir” la importancia del apego. En efecto, paso a relatarlo seguidamente; ya que es un tema que ha cambiado mi forma de ver las posibilidades de la Psicología y estoy seguro que va a cambiar mi vida y la de mi entorno. De hecho, ya he comenzado a experimentar ese proceso.

 

 


Empezaremos por definir el término, aunque quien más y quien menos tiene una idea más o menos clara de qué se trata. No obstante, mejor dejar las cosas claras desde el principio. Pues bien, el apego es la conexión duradera y profunda que se desarrolla entre un bebé y su cuidador primario, por lo general la madre, y que se establece durante los primeros meses y años de la vida, afectando profundamente cada componente de la vida humana: la mente, el cuerpo, las emociones, las relaciones, los valores y la autopercepción.

Esta conexión profunda opera en un nivel inconsciente en el niño y, más adelante, en el adulto (Kussin, A., 2024).

 

 

Quizás hubiera sido suficiente con trascribir la primera parte de esta definición; pero era importante desvelar el impacto que tiene este vínculo en la vida del niño y del adulto. Conviene aclarar que, si bien ese vínculo se suele establecer con la madre, por razones obvias, el cuidador primario no tiene por qué necesariamente ser ella, especialmente en los casos de orfandad, y además puede haber uno o más cuidadores secundarios.

 


No pretendo reflejar en el artículo todo lo que he aprendido recientemente sobre el apego, pues aparte de que es un tema extenso, del que carezco de suficiente dominio, hay obras abundantes sobre el tema que pueden satisfacer las necesidades esenciales de los interesados en el tema.

 

De hecho, si me he animado a escribir este artículo es porque acabo de leer el libro de Annette Kussin titulado Entender el apego y me ha cautivado.

En efecto, creo que, desde el prólogo hasta las conclusiones, no le falta ni le sobra una coma. Estoy seguro de que nadie que lo lea y que tenga un mínimo interés en el tema va a quedar decepcionado. Además, seguro que va a cambiar cosas en su vida.
Alguien podrá preguntarse cómo se explica que yo haya llegado a estas alturas a esa conclusión. Pues bien, por los motivos expuestos al principio del artículo y por mi condición de casado en segundas nupcias, uno de los temas que capta mi interés son las relaciones de pareja.

 

La búsqueda bibliográfica sobre el tema me llevó a conocer algunos de los libros de John Gottman y al descubrimiento del denominado “laboratorio del amor”.

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Sin duda, son obras de referencia que recomiendo leer por lo que aportan. De hecho, se afirma de este autor que en unos tres minutos observando a una pareja en conflicto en una de sus discusiones conflictivas es capaz de predecir con una fiabilidad del 93,5 % si su relación tiene futuro o acabarán separándose tarde o temprano (Frequently Asked Questions Research | The Gottman Institute).

 

Los dos libros de Gottman que he leído me han despejado muchas incógnitas y desvelado cosas que desconocía. No sé si quienes siguen su metodología en nuestro país llegarán a un nivel similar de eficacia en la resolución de conflictos de pareja; pero no me cabe la menor duda que serán de gran ayuda si son fieles al método.


Tras este, digamos, descubrimiento, llegó a mis manos otro libro titulado Abrázame fuerte, escrito por una psicóloga canadiense llamada Sue Johnson.

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Esta experta en conflictos de pareja desarrolló la denominada Terapia Centrada en las Emociones (TCE), un enfoque revolucionario, o al menos innovador, sobre cómo afrontar los conflictos de pareja, basado en el apego.

De hecho, en su libro hace una breve reseña histórica de cómo surge la nueva teoría del apego que es cuando menos cautivadora.

En efecto, habla de que en 1760 un obispo español reportaba a sus superiores en Roma el hecho de que los niños criados en orfanatos “morían de tristeza” a pesar de estar bien cuidados y alimentados.

 

En esa revisión, Sue atribuye a John Bowlby (1989) la mejor formulación teórica sobre el apego que explicaría el porqué de los problemas en los orfanatos.

 

Vale la pena leer ese capítulo y, por supuesto, el libro mencionado. Esto me abrió los ojos y me hizo cambiar de preferencias y enfoque, pues estaba influido por la metodología de Gottman y creía que esa era la mejor opción. Digamos que esa fue la chispa que inició la llama de mi interés en el apego.

 

Además, la mención en otros libros del problema surgido en Rumanía con los niños internados en orfanatos durante la época de Ceaucescu, del cual hay amplia documentación en internet, me ratificó en la importancia de este tema.

 

 

Posteriormente, una psicóloga interesada en estos asuntos me recomendó leer el libro de Anabel González ¿Por dónde se sale?, una obra centrada en el miedo, el apego y el trauma que enfoca muy bien este tipo de problemas.

 

 

Sin embargo, creo que el libro que más me ha aportado al respecto, hasta ahora, ha sido el de A. Kussin, ya que ella abarca el tema de principio a fin tanto del apego infantil como del adulto. No sólo trata de los distintos tipos de apego, sino que los explica de modo que uno comprende qué tipo o tipos le representan. Además de cómo identificar y afrontar los distintos patrones de apego, da consejos para cambiarlos y llegar a un apego seguro, el deseable, partiendo tanto del apego evitativo, del preocupadoansioso o del no resuelto o desorganizado. Conviene saber que estos tipos se generan en la infancia y son el resultado de distintas circunstancias del entorno familiar o de crianza.

 

Puede que no seamos conscientes o no recordemos las circunstancias que han dado lugar a nuestro tipo de apego, ya que este empieza a modelarse incluso antes de que hayamos desarrollado el lenguaje y puede quedar grabado en la memoria implícita, no declarativa.

 

 

Las condiciones en que nos criamos y la relación con nuestro cuidador primario tienen un impacto tremendo en nuestra evolución social en la vida y condiciona nuestro temperamento y comportamiento; así como las relaciones que buscamos y cómo nos desenvolvemos en ellas. Además, influyen en el patrón que transmitimos a nuestros hijos.

 


Básicamente, según las circunstancias y el tipo de vínculo establecido en nuestra infancia con nuestro cuidador primario podemos desarrollar un apego seguro, con un equilibrio emocional y capacidad de superar los conflictos de forma satisfactoria, o bien apegos de tipo evitativo, en el que el éxito en los estudios, el deporte o el entorno profesional es compatible con una soledad y desconexión que conlleva insatisfacción emocional. En contraposición con los anteriores, el apego ansiosoambivalente suele ir unido a una elevada sensibilidad que implica desconfianza y malinterpretación del comportamiento de amigos y/o adultos, con desequilibrios emocionales y enfados intensos.

 

 

Finalmente, el apego desorganizado, caracterizado por cambios súbitos y respuestas imprevisibles, suele ser la consecuencia de maltrato, abandono, pérdidas tempranas u otras circunstancias que generan desprotección.

 

Para ellos, el mundo es un lugar inseguro y suele haber desconfianza de los adultos, especialmente de los cuidadores y figuras de autoridad. Todo ello está en función del grado de satisfacción de las necesidades básicas del niño y, en consecuencia, del tipo de respuesta que estos inconscientemente, de forma innata, desarrollan: enfrentamiento, evitación o paralización (Kussin, A., 2024).


No es mi intención resumir aquí el libro o libros citados que animo a leer a los interesados. Más bien quiero transmitir las inquietudes que estas lecturas me han generado. Todos nos relacionamos con personas de nuestro entorno y, de vez en cuando, experimentamos conflictos de distinta importancia o gravedad. Esto es válido tanto para relaciones de pareja como de padres e hijos o incluso en el entorno laboral.

 

Imaginemos en el primer caso que una persona con dificultad de entender y expresar las emociones, es decir de perfil evitativo, entabla una relación con otra de perfil ansioso, caracterizada por una alta sensibilidad emocional que puede presentar episodios de comportamiento desesperado y necesidad de control. Ello puede generar situaciones complicadas y ser contraproducente, produciendo rechazo.

 

 

En el terreno familiar, la emergencia de apego desorganizado, debido a traumas de diverso tipo (adopción, pérdida de un progenitor, maltrato, separaciones), puede generar conflictos paternofiliales que suelen requerir de ayuda profesional experta en estos temas. De modo que, es muy importante conocer nuestro apegotipo (me la acabo de inventar) y el de nuestros seres queridos y personas de nuestro entorno para saber gestionar mejor nuestras emociones y evitar ocasiones de conflictos o resolverlos fácilmente cuando surgen.

 

Tan es así que, sin haber llegado a encontrar o consultar bibliografía al respecto, que la hay, sin duda, creo que una buena educación de la sociedad en estos temas, desde la escuela, podría contribuir a evitar muchas relaciones tóxicas, mejorar el bienestar emocional individual e incluso prevenir numerosos casos de violencia de género. Claro que, no me cabe la menor duda de que eso requiere de una toma de conciencia de las autoridades, la contribución de expertos en investigación y terapia, además de una labor preventiva y educativa financiada por fondos públicos, entre otras cosas. No obstante, creo que la sociedad debe asumir este reto.


Antonio Callén Mora

 

 

 

 

 

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