Viejos
válidos y viejos no válidos
Juan Ramón González Ortiz
Los que ya tenemos cierta edad, sufrimos una violencia particular
que nadie más sufre en la sociedad, y que es, que, a cada momento
que pasa, tenemos que demostrar que aún seguimos mereciendo
al pena.
Es
decir, que aún somos “válidos”.
Nosotros ya hemos terminado con nuestro ciclo productor.

Aún
así se nos examina cada día, y frecuentemente, varias
veces cada día, de nuestra negligencia.
“Te da todo igual”, “te pasas el día sin hacer nada”, “tienes
que hacer algo que aproveche a la sociedad”, “eres un viejo aislado
y flojo: ya no cumples con las normas sociales”, etc…, apuesto a que
algunos de los amigos que nos leen han sentido estas hirientes palabras
en su carnes.

Es entonces cuando sentimos el peso del pecado de ser viejo y de no
desarrollar frenéticamente alguna actividad utilitaria.
Ya no nos dejan ni ser contemplativos, pensativos, lentos y místicos.
Al
contrario, entonces somos viejos parásitos, que están
de más.
Sobro. Yo sobro. Pero no sobraría si yo impartiera clases,
de manera gratuita, por supuesto, o si atendiera diariamente en un
comedor de caridad, o si en la Cruz Roja me encargara de repartir
la metadona.
Los
que tal hacen son los viejos modélicos. Ellos sí que
no sobran.
Esta es la violencia de la que hablaba al principio y que se refiere
exclusivamente a las personas que encaramos el último tramo
de vida.
Incluso se nos dice que las consecuencias de nuestra vaguería
y de nuestra negligencia la pagan los otros.
En definitiva, se nos acusa de no seguir las órdenes del Sistema
porque colocamos en primer lugar nuestra sensibilidad y nuestra capacidad
de entusiasmo.
Todo
lo demás lo dejamos de lado, pues para nosotros es “tóxico”.
Los compromisos, los deberes, las obligaciones para con la sociedad,
… bufffff, son un cuento para niños bien pensantes.
Seguir esas directrices modernas, dilapidarse en mil y una actividades
que te “hagan valer”, es, esencialmente, ser pasivo, y no activo al
revés de lo que la gente y la sociedad, en general, creen.
A nuestra edad, el plano del deber no consiste en obedecer ciegamente
una identidad social vacía y limitadora. Una identidad social
que oculta nuestra esclavitud y la sustituye por una renovada alabanza
a sus servidores más ejemplares y más alienados de sí
mismos.
Estamos aplicando a la vejez el mismo modelo del exitoso profesional.
Y de paso, eliminamos todo lo que pueda tener la vejez de positivo:
la introversión, la reflexión, la purificada sensibilidad,
la esperanza, …
En definitiva, se trata de que hasta el final de nuestras vidas vivamos
bajo el espejismo de la productividad y de la exaltación de
la economía y del trabajo como única actividad digna
de ser tenida en cuenta.
¿Pero es que todo es vil materia y vil dinero?

Algunos
jubilados de Caja Rural de Zaragoza.
(Gracias
por cerca de 40 años compartidos).
Ahora asisto atónito a una carrera desenfrenada de “los viejos”
por no ser un estorbo y poder entrar en el grupo de los viejos “autosuficientes”
y socialmente apetecibles.
Unos se ofrecen como voluntarios en los bancos y cajas de ahorros
en los que trabajaron para seguir trabajando allí, eso sí,
sin remuneración. Otros siguen trabajando como educadores,
también sin sueldo. Otros trabajan con sus nietos.
Todos saben que esta loca carrera solo acabará con sus muertes
o con el progresivo ultraje de los años.
Todos estos ancianos sufren la violencia de tener que “hacerse valer”.
Después de toda una vida, siguen teniendo que demostrar su
valía.
Solo quedo yo, el soñador ocioso que siempre he sido, lector
de Anacreonte, Góngora y de Horacio.
Traten
otros del gobierno
del mundo y sus monarquías,
mientras gobiernan mis días
mantequillas y pan tierno,
y las mañana de invierno
naranjada y aguardiente, y ríase la gente.

Juan Ramón González Ortiz