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La eucaristía a la luz de la Teosofía (I)

Por Juan Ramón González Ortiz


Desde luego la liturgia de las iglesias cristianas no protestantes, es decir, las orientales, las ortodoxas, y la romana, es un auténtico tesoro. Se trata de un verdadero y perfecto ritual de Teurgia gracias al cual nos ponemos en contacto con una fuente de Energía y de Verdad Eterna que está más allá de nuestra consideración, y de nuestro entendimiento.


La liturgia de la misa católica trae a nuestro corazón la fuerza del Segundo Logos, es decir, realiza el acto mágico de traer hasta nuestro plano una Fuerza infinitamente superior a nuestra realidad. El rito de la misa, no se conforma con la mera invocación, como hacen muchísimas otras prácticas religiosas, sino que trae de retorno a la Tierra la respuesta divina a nuestra invocación, en forma de la sublime energía del Hijo, y la ancla, además, en el corazón humano.


Esto es así no por nuestros merecimientos o por nuestra voluntad, sino porque el fundador de nuestra religión, así lo quiso.
Nos vamos a centrar en la parte central y fundamental de la misa: la eucaristía. Toda la misa es un desarrollo hacia la eucaristía, y sin ella, la misa carece de sentido.
Olvidamos, por tanto, toda la parte, que es importantísima, correspondiente la Liturgia de la Palabra y nos centramos en la Liturgia de la Eucaristía

Empecemos en el Ofertorio. El Ofertorio tiene por motivo dar a los fieles la oportunidad de expresar en el plano físico los sentimientos que, en las partes anteriores de la misa, ya se han despertado y puesto en movimiento. El Ofertorio permite añadir a los buenos sentimientos anteriores el sentimiento del gozo por poder dar y la alegría de realizar una ofrenda.

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Hay que aclarar que, en el ritual de la misa, miles de ángeles, de muy diversas categorías, se hacen presentes, y, además, representan en ella un papel importantísimo pues actúan como auxiliares invisibles. Cualquier alteración chapucera en el ritual, incluida la música, perturba gravemente a los ángeles ocupados en esta obra y, por tanto, disminuye considerablemente la cantidad de energía superior disponible para nosotros. Digo esto por las muchas veces que a veces llevados de nuestros afectos alteramos diversas partes del rito, o introducimos músicas y melodías que no responden para nada a la vibración espiritual tan alta en la que se sitúa la ceremonia de la misa.
En el momento del ofertorio, los fieles han de poner mentalmente sus ofrendas espirituales, nuestras pobres y limitadas ofrendas espirituales, pues nada somos por nosotros mismos, en el altar y quedar ligados íntima y místicamente a la ofrenda de pan y vino. De esta manera, el campo magnético que el sacerdote formó al principio de la misa y que se ceñía solo al altar se extenderá ahora a la totalidad de la iglesia, al paso que, en torno a esos dos elementos sagrados, en el altar, se forma una nueva y real joya.
Antaño, en este punto de la misa, se incensaban las ofrendas y también al clero que concelebraba, al coro y a los fieles. El incienso aporta a los fieles un flujo interior de energía que entra en sincronía con la energía del oficiante, por su parte la energía del incienso, asimismo, disuelve muy naturalmente obstáculos en planos afectivos e interiores, de tal manera que cada vez que el incensario oscila brota del alma de los fieles una oleada de amor.
Tras el Ofertorio viene la parte llamada “Orate frates”, o sea, “Orad hermanos”.
En esta parte, el sacerdote hace un potente esfuerzo por relacionar místicamente a los fieles con el pan y el vino, derramando en el momento en el que hace la señal la cruz la energía que tiene acumulada dentro de sí, así los fieles se convierten también ellos en canales del sacrificio.
A partir de ahora, los fieles y el sacerdote ya han construido el edificio, ahora falta que el propio Cristo venga a habitarlo. Es decir, ahora falta la respuesta de lo alto a nuestro esfuerzo. A continuación, viene el llamamiento a las legiones angélicas. Este es el momento del “Sursum corda”, o “Levantemos los corazones”. Se trata de un llamado para que concentremos toda nuestra energía con entusiasmo y devoción.
Un alta entidad angélica, presente desde el inicio de la misa, el Ángel de la eucaristía, que es el Ángel que asume la dirección del servicio eucarístico, se apodera de la energía mental emitida por el celebrante en el momento en que este dice “Demos gracias a Dios”, y la esparce por toda la iglesia, y cuando llega la respuesta de los fieles (“Es justo y necesario”) recoge esa energía y la arremolina como un torbellino de fuego en una palpitante llama que inunda la cúpula energética que ya se había creado antes en el transcurso de la ceremonia.
Al responder los fieles con su versículo, una flotante cruz rosada refulge, para quien sea capaz de verla. Se abre así un canal por el cual el sacerdote envía a lo alto las palabras del Canon.
No olvidemos que los ángeles y los seres humanos entran en contacto principalmente en las ceremonias religiosas. Tampoco olvidemos que la eucaristía es para cada Ángel un motivo y una ocasión únicos para evolucionar, dentro de su particular evolución angélica,
Hay nueve órdenes de ángeles. Pues bien, en el servicio eucarístico están representados cada uno de estos órdenes y cada uno de ellos tiene asignada una misión en dicho servicio.


Generalmente, el Ángel de la eucaristía permanece junto al celebrante o planea sobre su cabeza. Los representantes de los nueve órdenes se alinean siempre detrás del altar, tras ellos se colocan muchísimos ángeles de categoría inferior que acuden a regocijarse y a empaparse en esa sublime radiación de tan alto magnetismo.


También están presentes muchos seres humanos, en sus cuerpos sutiles, y se colocan a los lados del altar o llenan la parte superior de la nave de la iglesia, justo sobre los fieles que asisten en su cuerpo físico. Muchos de estos humanos que asisten a la ceremonia de la misa, son personas que duermen y que habitan en la otra mitad del planeta.

 


El Ángel de la eucaristía, que siempre pertenece al Primer Rayo, asume la dirección y determina cómo deben agruparse los otros ángeles para recibir mejor y utilizar más convenientemente la energía disponible. Generalmente, este Ángel lleva un cetro cuyo color varía según la Fuerza que transmita. A veces el color del cetro se tiñe según la festividad de la que se trate, así en la festividad del Espíritu Santo el cetro es de un color rojo vivo.


La verdad, es que debe de ser un espectáculo admirable, de una belleza y de una gloria inimaginables por los que no tenemos el don de ver lo oculto.


Llegamos al “Sanctus” (“Santo, Santo, Santo es El Señor…”). Este breve cántico es importantísimo. El Ángel de la eucaristía, junto con los demás ángeles, recogen la energía devocional proveniente del entusiasmo y de la firme devoción de los fieles, vivificándola con su energía superior, y como resultado la arquitectura divina del templo aumenta considerablemente de tamaño. Las cúpulas de energía crecen el doble, o el triple, en diámetro y en altura. De hecho, el templo no podría soportar el edificio sutil que se ha construido superpuesto a él, y que se extiende mucho más allá de los muros de la iglesia de cemento y piedra, invadiendo incluso las calles y los espacios circunvecinos.
Ese es el templo adecuado para servir de vehículo a la energía celestial.


Ni que decir tiene que cada vez que participamos en la semejante obra, en compañía de los ángeles, crecemos espiritualmente, pues así se desenvuelve y adelanta nuestra verdadera naturaleza, la que no muere cuando todo se acaba...
En el momento del Sanctus, para favorecer la difusión del exquisito magnetismo angélico que se ha generado se quema incienso, resuena la sagrada campanilla y se levantan los cirios. Así se afectan los tres sentidos, vista, oído y olfato, aumentando la receptividad de la congregación. Cuanto más cristalino y puro sea el timbre de la campanilla, tanto más angelical y poderoso será su sonido.
A continuación, viene el “Benedictus”, o “Bendito el que viene…” En el momento en el que el sacerdote pronuncia estas palabras, una corriente de gratitud fluye horizontalmente a través del altar. Se trata de una corriente de gratitud hacia los santos ángeles, los cuales se inclinan para recibirla, y en respuesta envían otra corriente, por la misma línea, de sentimientos elevados y sublimes. Con las palabras de “Hosana en el cielo”, la corriente de gratitud se desliza por encima de la corriente angélica, y se dirige hacia lo alto, hacia el Señor. En el momento de santiguarnos, atraemos de inmediato esta corriente de bendiciones angelicales.
Al recitar esta parte de la misa deberíamos tener muy arraigado el pensamiento de gratitud. De lo contrario nos perderemos la expresión del agradecimiento de nuestros angélicos amigos.


A continuación, empieza ya la consagración. Seguiremos, en el próximo artículo.

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Un ejemplo de la “catedral de luz”: esta es la forma energética creada al final del Sanctus. Como vemos, la base supera ampliamente la estructura de la propia iglesia. En el dibujo 2 se ve el tamaño de la iglesia en relación con el templo de energía que se ha creado sobre él.

 


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