La masculinización de la mujer
Por Juan Ramón González Ortiz

REVISTA NIVEL 2

Sissi


En el presente artículo voy a tratar de la masculinización del deseo en la mente y en el alma de la mujer.
Efectivamente, hasta bien entrado el siglo XX, la mujer el único esquema tolerado que tenía de comportamiento amoroso era el llamado amor romántico, que también era ofrecido a los hombres como el esquema más deseable, sin embargo, el hombre tenía más alternativas pues también podía optar por otros modelos, no tan respetables o morales, por supuesto.
Ya entrados en lo años 50, el feminismo radical logró que lo deseable para la mujer fuera imitar las conductas masculinas. Y esto también en lo relativo en lo amoroso o en lo erótico.
Voy a intentar demostrar que cierta corriente del feminismo logró, simplemente, que la mujer sustituyera su esencia o su singularidad por la imitación de la mente masculina, especialmente en lo que respecta al tema del deseo y del impulso erótico.

A partir del fin de la Segunda Guerra Mundial, asistimos al nacimiento de un nuevo tipo de cultura, una cultura que despreciaba la moralidad (religiosa o antirreligiosa) como eje de la vida. Al destruir la moralidad, también se disolvió el concepto del deber, en el cual se basaba toda la ética racionalista kantiana. A partir de entonces, el supremo valor de la vida, por encima de todo, es la satisfacción de los propios deseos. Se impone la teoría de que la felicidad se fundamenta no en la mente o en los valores del espíritu, sino, primordialmente, en las pasiones y en los sentimientos del ego, por tanto, la felicidad es algo personal e íntimo, y no social o colectivo. La felicidad se vuelve materialista, igualmente, la meta de la vida social es llegar “al éxito”.
Todo lo que no nos acarree un beneficio es inútil. Así, la filosofía, el arte, la literatura, incluso parte de la ciencia, todo lo que no se transforme en beneficio para nosotros es inútil. Nuestras relaciones sociales, si no son útiles, sobran. Nuestros afectos, nuestros sentimientos, si no nos reportan algún tipo de beneficio, sobran. Por beneficio, siempre se entiende riqueza, bienes, influencias, poder, acumulación, ser más, algún tipo de incremento en la satisfacción… Nadie cree que un beneficio también puede ser vivir cada vez más rectamente, o penetrar en el corazón de la sabiduría, o llevar una vida áspera volcado solo en valores espirituales…
Hoy en día, aunque parece que se exagera el valor de la solidaridad y de la vida de los demás, sucede todo lo contrario: se privilegia el interés propio, la glorificación del yo, la independencia y la autonomía personal. Evidentemente, todos estos valores debilitan los lazos y los compromisos sociales. Si se privilegia la autonomía se afloja la responsabilidad moral. Esto es lo que late bajo la grosera exaltación el presente, y bajo el desprecio al futuro, con el que hay que contar para muchas cosas, y ya no hablemos del desprecio al pasado, pues este se pretende reescribir a partir de los antojos del presente.
En esta extraña modernidad, irrumpieron, de pronto, las relaciones virtuales. Gracias a estas relaciones, muchas personas piensan que tienen docenas y aun cientos de relaciones amistosas diariamente.
Todos los campos culturales de la modernidad están contaminados con la presencia de lo virtual. Lo virtual es inmediato, pero en lo virtual no podemos penetrar más allá de una colorida, aunque inerte, rígida y fría, superficialidad.
Todo es superficial actualmente.

 


Lo peor de todo es que es estas formas virtuales de relación han moldeado nuestras mentes a su imagen y semejanza, reduciendo nuestra capacidad de ir hacia adentro, más en profundidad.

Todo ha de ser breve, resumido, impactante, ligero. Superficial. Los medios de comunicación son cada vez más y más superficiales. Los planes de estudios. Y los individuos también.


El modelo de las relaciones virtuales y la ideología industrial de la obsolescencia programada rigen y estructuran las modernas relaciones humanas. La obsolescencia programada afecta especialmente a las actuales relaciones de pareja, tiñéndolas con el barniz de la provisionalidad.

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Sansón y Dalila, 1949


El actual hombre o mujer posmodernos interpretan una unión como un peligro para su gozosa autonomía. Se trata de establecer vínculos blandos, líquidos, eligiendo lo funcional por encima de la intensidad espiritual o de la verdadera intimidad.


El hombre y la mujer modernos afirman que su meta es la realización personal, y que en sus valores no entra la necesidad de sentir una profunda intimidad con nadie. Por encima de todo, defienden su pretendido derecho a la libertad y a la búsqueda de un hedonismo particular.
Se trata de un ego exagerado, hiperbólico. Es un narcisismo de libro de texto. Es un yo que tiene al yo como propia meta. Es un ego superficial, que no se proyecta hacia nadie como valor fundamental de la felicidad. Es un compromiso light, en el que no caben relaciones éticas, o de conexión, o de cuidado, sino más bien de individualismo competitivo.

Tradicionalmente, la mujer era la que se ocupaba de la función del cuidado. Sin embargo, al incorporarse las mujeres masivamente al mercado laboral, y al adelgazarse el Estado, buscando este rentabilizar su gigantesca estructura, nos encontramos que la población más necesitada (ancianos, niños, pobres y enfermos) quedó expuesta y olvidada.

 

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Sansón y Dalila

Internet ha creado la sensación de que existen unos vínculos, unos lazos, pero estos lazos son irreales y no tienen nada que ver con la necesaria presencia física de las relaciones de cuidado y atención.

La liberación de la mujer se realizó sobre toda esta mentalidad individualista que hemos intentado describir hasta aquí. Ya no hay uno, sino que ahora son dos, lo que ocasiona dificultades sin término en la convivencia.
Los adolescentes de hoy viven un retroceso en la libertad que vivimos los que ahora somos ya mayores y conocimos los años setenta, ochenta y noventa. Los buenos tiempos. Por otra parte, la gigantesca e incomprensible extensión de la pornografía ha educado a los jovencitos en la ausencia de la seducción. No hay cortejo, todo es inmediatez, no hay conocimiento del otro, no hay interés por su subjetividad. El enamoramiento se transforma en sexualidad. El enamorarse es simplemente excitación, consumo. El otro pasa a ser un objeto sexual.
Y es que la seducción es importantísima.
La mujer también ha aceptado la pornografía, pues resulta que, el feminismo radical, al aplicar al mundo la visión masculina ha universalizado estos valores y ha hecho que el tratamiento de la mujer hacia el hombre sea idéntico, y recíproco: el sexo es un sistema de recompensa, nada más, exactamente igual que los vídeo juegos y las compras. Y como cualquier mecanismo de hedonismo, todos estos comportamientos son capaces de crear adicciones.

La propuesta feminista de buscar la absoluta igualdad entre hombre y mujer ha llevado a una exageración interminable del narcisismo.

Sin embargo, ¿por qué las chicas se exhiben tan escandalosamente en las fotos que envían por las redes sociales? En Twitter o en Tinder esto es increíble. Si tan seguras de sí mismas están, ¿por qué se muestran tan ligeras de ropa?, y desnudas y en posturas muy explícitas, en el caso de Twitter.

Sencillamente, es que han adoptado la mirada masculina. Las han obligado a aceptar la mirada masculina.

¿No será que adoptan la mirada masculina porque tienen necesidad de reconocimiento por parte del otro?

Personalmente creo que la necesidad de reconocimiento es una de las exigencias que más pronto aparecen en el niño y además esta se prolonga a lo largo de toda una vida. En algunas personas es tan fuerte esta necesidad que crea verdaderos problemas de relaciones.
He hablado muchas veces con mujeres que comentaban su adicción a Tinder y a redes de este tipo. Todas, tarde o temprano, me acababan confesando que tras horas y horas de navegar por estas páginas sentían verdadera sensación de derrota, sensación de estar vencidas, y una percepción íntima de suciedad, de vacío espiritual y de inferioridad.

Un psicólogo me dijo una vez que, tras charlar en su despacho con muchas mujeres, había llegado a la conclusión de que la actual mujer posmoderna tenía la misma enfermedad que siempre había echado en cara al hombre: que temía más a la intimidad que al sexo.

Es natural, la mujer actual odia aparentar vulnerabilidad, ha de ser fuerte y orgullosa. Y abrirse a la intimidad desprotege. Por eso es preciso separar sexo de emoción o afecto, transformando, así, el sexo en una suma de encuentros casuales.

En la intimidad no tenemos más remedio que mostrar la verdad de lo que somos, pues en la intimidad todo nuestro decorado y nuestros montajes se desvanecen, y quedamos con lo que somos. La intimidad trae confusión, a veces hasta dolor, e incluso culpa.

Es justamente lo que ellas siempre habían criticado al hombre. Que el hombre se centraba solo en la excitación, y en nada más.

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De la película Romeo y Julieta

Ahora, prima la intimidad física, pero sin saber absolutamente nada del otro. O al menos todo se reduce a saber qué deportes practica el otro, o cuáles

son sus países o sus cantantes preferidos.
Como ya había hecho el hombre anteriormente, en su historia particular, ahora la mujer se reviste de una coraza de libertad y promiscuidad con tal de evitar la cercanía excesiva y la intimidad.

El feminismo adoctrina y aconseja cómo tener un buen sexo, pero desde la ausencia de intimidad con el otro.

El feminismo explica que la huida de la intimidad es la mejor salvaguardia contra los celos y la posesividad. Seguro
que es así, pero, a cambio, esto sumerge a la pareja en una indiferencia total y en la decepción.

Personalmente creo, que por eso todas las citas que se programa la gente en Tinder y páginas semejantes, acaban en desilusión. La persona que prepara una cita posee unas expectativas muy altas en esa nueva relación, pero resulta que no puede mostrarse desde su vulnerabilidad, además piensa que la intimidad genera tensión, y que cualquier impulso amoroso ha de ser evitado porque amenazan el equilibrio personal…

En fin, que el desastre está servido.

El modelo el amor romántico tampoco era bueno, al contrario, era demencial, pero no había temor a la intimidad y la persona (ya fuera hombre o mujer) hacía un esfuerzo adaptativo hacia el otro. Aunque la pareja se moviese en espacios imaginados, la realidad siempre estaba muy presente. Y eso no ocurre ahora.
El problema del amor romántico era precisamente la fantasía, que creaba unas altísimas expectativas. Y todo lo que crea altas expectativas crea también insatisfacción y decepción.
Otra cosa negativa era que el amor romántico excluía el conflicto, pues este se entendía simplemente como falta de amor.

Sin embargo, cuando se canceló este modelo, lo que vino no fue mejor, pues la liberación de la mujer trajo un modelo de relación que no tiene nada de liberador.

En lugar de ser el hombre el que penetrase en el modelo de relación femenino, el cual daba una importancia extraordinaria al sacrificio y sobre todo al cuidado y a la atención, un grupo de mujeres, escasamente femeninas, mujeres como Simone de Beauvoir, que varias veces en su vida proclamó que odiaba el hecho de ser mujer, impusieron el modelo masculino de “usar y tirar”.

Frente al amor romántico, que implica permanencia en el lazo, se eligió un modelo de amor no romántico, un amor de usar y tirar, que huye del sacrificio, del reconocimiento mutuo y de la subjetividad.

La actual educación sexual de la juventud es esencialmente pornográfica. No se tiene en cuenta la necesidad de reconocer a la otra parte de la pareja. Las chicas se han masculinizado en sus deseos, según los modelos sexuales de la pornografía. Con lo cual no hacen sino servir al hombre. Quién se lo iba a decir a las feministas radicales, ¿verdad?

Juan Ramón González Ortiz



 

 

 

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