Paseo premonitorio

Alfredo González

 

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Aljafería, Zaragoza, en los años 20 aprox.

Mi padre Alfredo fue llamado a filas. En plena guerra civil, se incorporó al Regimiento de la Victoria nº 28, en Valladolid, el 15 de julio de 1938, a sus 19 años. Era la llamada “Quinta del Biberón”.


Tras ser herido en una mano en el frente de Teruel, pasó una temporada en el Hospital de Tolosa. De allí pasó a la División Marroquí 150, al batallón 251 de Regulares, en enero de 1939. Se vio inmerso en las operaciones de Cataluña, con la entrada final por la Diagonal de Barcelona, el 26 de enero de 1939, con sus recién cumplidos 20 años. ¡Por fin había terminado la guerra!

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Zuera, calle Mayor. Años 30 aprox.


La guerra civil había quedado atrás. Pero mi padre Alfredo seguía en filas. Los avatares del destino lo llevaron a Zaragoza. Concretamente a Zuera, don de le tocó montar guardia en el Banco Zaragozano, en la Plaza de España. Al lado estaba el casino del pueblo. Y allí conoció a Carmen, la que luego sería mi madre.


Era muy guapa, y no se podía desaprovechar esa oportunidad.


Ahí comenzó una relación, que le obligaba a desplazarse en tren desde Zaragoza, porque Alfredo estaba acuartelado en La Aljafería. Justo al lado del cuartel, se ubicaba el apeadero de la Industrial Química. Le venía de perlas para coger un tren y desplazarse hasta Zuera, y así poder “festejar”, como se decía entonces.


Unas circunstancias le favorecieron. Como calefactor que había comenzado a trabajar de aprendiz en la incipiente empresa Roca, antes de la guerra, conocía bien su oficio. Eso llegó a oídos del coronel de la guarnición. Lo que le propuso el alto mando era muy tentador, pero todo un reto.


El cuartel estaba en unas condiciones lamentables. La calefacción no funcionaba. Así que le propuso lo siguiente: si conseguía reparar la calefac- ción, le rebajaba del servicio. En caso contrario, terminaría el servicio militar en el calabozo.

Le asignó dos soldados a sus órdenes para esa tarea. Y aquello terminó felizmente. La calefacción del cuartel volvió a funcionar, y Alfredo no solo fue rebajado del servicio, sino que los dos soldados pasaron a ser sus ordenanzas. Para un soldado de primera era todo un lujo. Y lo mejor, le dejaba libre para irse a Zuera.

 


Tras esta introducción, para situarse en contexto, viene la historia de verdad, con motivo de uno de sus viajes a Zuera.

La estación del Portazgo de Zuera, como algunos sabrán, está situada más al nordeste de la población, a unos dos kilómetros y medio. El que llega a la estación, debe desplazarse hasta el pueblo. En aquellos tiempos, caminando era lo más normal. Costaba una me dia hora, por la carretera nacional que une ambos lugares. Era una carretera bordeada de árboles, actualmente desaparecidos.

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Puente sobre el río Gállego. Zuera. Zaragoza. España.

A mitad del trayecto, más o menos, se cruza el río Gállego por un puente. Aquel día soplaba un viento frío al atravesar dicho puente.
Nuestro protagonista llegó a esa vaguada sudando, y en esas condiciones, Alfredo cogió frío, lo que acabó en una pulmonía.
Eso le supuso hospitalización, dada la grave evolución que sufrió.

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Antiguo hospital militar de Zaragoza.

Durante su estancia en el hospital, llegó a una situación de moribundo que casi le cuesta la vida.
Mientras se encontraba tan delicado, experimentó dos visiones o ensoñaciones.
En una de ellas, se veía inmerso en plena Guerra de la Independencia.


Teniendo en cuenta que estaba en Zaragoza, famosa por los Sitios, y en el cuartel de La Aljafería, que fue protagonista de la ocupación francesa y de diversas luchas para su recuperación, además de una reciente y traumática experiencia en la guerra civil, podrían explicarse tales sueños.


Pero tuvo otros que no son tan fácilmente explicables. Trataban de la Segunda Guerra Mundial.


El 1 de septiembre de 1939 comenzó aquel conflicto bélico en Europa, con la ocupación de Polonia por el ejército alemán. Tiempo atrás, y de alguna forma, se podía pronosticar, por los acon tecimientos políticos, la deriva del régimen de Hitler, así como por la posición de los países aliados, que esa guerra podía ser inevitable. Pero lo que no se podía vaticinar es cómo acabaría en 1945.

Americanos y rusos hablando, al final de la segunda guerra mundial.


Y he ahí que lo que vio en la segunda ensoñación fue Alemania, con- concretamente la ciudad de Berlín, totalmente destruida, en ruina total. Los soldados aliados, americanos e ingleses, (y seguramente rusos) caminaban entre esas ruinas como vencedores.

Presenció a dichos soldados celebrando la victoria, confraternizando e incluso jugando a las cartas entre ellos. No eran eventos interpretables, eran visiones muy reales.

Se recuperó milagrosamente (teniendo en cuenta que, en aquellos tiempos, aún no habían aparecido los antibióticos), y le quedó el recuerdo de aquellas ensoñaciones. Cuando en 1945 llegaron las noticias de la toma de Berlín y el fin de la Segunda Guerra Mundial, así como las primeras fotografías del estado en que quedó Alemania, todo aquello le resultó muy familiar, tanto como que lo había visto seis años antes con todo detalle.



Soldados americanos celebrando la toma de Berlín-1945.


En un estado de delirio, provocado por la fiebre y el desorden de los ritmos circadianos, el paciente no percibe si está soñando o si está despierto. Pero lo que no es normal es que experimente visiones sobre acontecimientos para los que faltaban aún seis años.

No hay explicación para esas visiones premonitorias.

Mi padre falleció hace años, y lo único que recuerdo es este breve relato en el que me contó de su experiencia.

Me comentó que en aquellos tiempos difíciles de la postguerra, así como en los siguientes, no pudo consultar con nadie que pudiera darle una explicación.

No había un Jiménez del Oso o un Iker Giménez al que preguntar. Creo que tampoco ahora se le podría dar una explicación científica. Esta anécdota queda relegada a las páginas de los misterios inexplicables.

Alfredo González

 


 

 

 


 


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