Karma y reencarnación a la luz de la Teosofía

Que el Maestro Jesús afirmó al verdad de la reencarnación es algo que está fuera de toda duda. Igualmente, en el Antiguo Testamento aparecen múltiples referencias a la reencarnación.


En el Nuevo Testamento encontramos muchísimos pasajes en los que el Maestro no critica en ningún momento la doctrina de la reencarnación, sino que, antes bien, demuestra que se adhiere a ella. Citemos, por ejemplo, el pasaje en el que los discípulos le preguntan si cierto niño, que es ciego de nacimiento, padece la ceguera por culpa de sus pecados en una vida pasada, o por culpa de los pecados de sus padres.


También es famoso el fragmento del Evangelio de San Mateo 17, 10- 13, en el que los discípulos le preguntan al Maestro si él es Elías. Entonces Jesucristo les indica sutilmente que Elías fue Juan el Bautista:
“Elías viene primero, y restaurará todas las cosas. Mas os digo que Elías ya vino, y no le conocieron, sino que hicieron con él todo lo que quisieron; así también el Hijo del Hombre padecerá de ellos”. Entonces los discípulos comprendieron que les había hablado de Juan el Bautista”.
Asimismo, tenemos otro momento en el que Jesucristo les pregunta a sus discípulos acerca de qué dice la gente de él, y alguno de ellos le responde que la gente dice que él es Elías o Jeremías, o uno de los profetas. En esta misma conversación, Jesús le llama a Pedro Simón Bar Jonah, o sea, Simón, hijo de Jonás, tal vez indicando que este discípulo vivió anteriormente como el gran profeta Jonás.
Sin embargo, en el año 553, el emperador Justiniano le declaró la guerra a la creencia de la reencarnación, puesto que presuponía la preexistencia de alma. Para evitar esto, y otras cosas, Justiniano convocó el segundo concilio de Constantinopla, que fue el quinto concilio ecuménico.


En este Concilio, Justiniano incorporó 159 representantes de la iglesia oriental y tan solo 66 representantes de la iglesia romana. Con lo cual Justiniano obtuvo todo lo que deseaba.


Digo esto porque en España, con nuestro terrible anticlericalismo, le echamos la culpa a la iglesia romana de todas las decisiones incomprensibles que se tomaron en los inicios de la propia Iglesia. Y resulta que la causante de todo no siempre fue la Iglesia romana. En este caso fue la Iglesia griega, u oriental, totalmente manipulada por el poder político, quien forzó la decisión de declarar anatema (que comportaba la excomunión) a la doctrina de la reencarnación. En el fondo, la Iglesia Oriental siempre despreció a la Iglesia romana, y siempre estuvo molesta por su existencia, y ya no digamos por su derecho a opinar. El terrible problema que se encendió a consecuencia de la redacción del Credo, en el Concilio de Nicea, y que fue una de las mayores causas del Cisma, o separación definitiva de la iglesia oriental, fue debido a una cabezonería de los teólogos de la Iglesia oriental. El propio Leadbeater reconoce, con respecto al Credo, que la redacción que proponían los romanos era la justa y que estos tenían razón.
En consecuencia, la doctrina de la reencarnación desapareció para siempre del seno de la Iglesia cristiana.

Fue la Teosofía quien realizó la perfecta y total integración entre el hinduismo y el budismo, y la cultura, la filosofía, la religión y la tradición de Occidente.


Aunque la creencia en la reencarnación era muy conocida en Occidente, desde los pitagóricos, y los neoplatónicos, podríamos decir que no fue hasta que llegó Madame Blavatsky que esta filosofía se hizo verdaderamente popular.


Blavatsky enunció que uno de las misiones más importantes de la Teosofía era anclar definitivamente en el alma humana la certeza de la reencarnación.


El desarrollo de la doctrina de la reencarnación, va paralelo al desarrollo de otra doctrina: la doctrina del karma. Una noción que era fundamental en Oriente, y que allí estaba muy desarrollada, pero que, aunque parezca mentira, la Teosofía tuvo que explicar al gran público occidental.

 


“El karma funciona incansablemente y opera lo mismo sobre planetas, sistemas planetarios, razas, naciones, familias e individuos. Es la doctrina gemela de la reencarnación. Estas dos leyes se encuentran tan inexorablemente enlazadas que es imposible considerar adecuadamente a una separada de la otra. Ningún objeto o ser de universo está exento del funcionamiento de la ley del karma. Todo está bajo su dominio”.
La reencarnación es la rueda que gira sin cesar, y el karma es la energía o fuerza que pone en marcha esa rueda.

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“El karma es la ley de compensación, derivada de la aplicación de la ley de causa- efecto en las vidas de todos los seres vivos. La ley del karma es la que promueve el renacimiento. La reencarnación es la consecuencia de las acciones, buenas y malas que arrastramos de nuestras vidas. Mientras el karma continúe la reencarnación continúa”.
Cuando hablamos de ”acciones” hablamos de algo más que de “cosas que hemos hecho”, puesto que “acciones” también implica actividad en el plano astral y en el plano mental. Es decir, esas supuestas “acciones” también son sentimientos, reacciones emocionales, pensamientos e ideas.

 


Annie Besant nos recuerda que,
“Con cada pensamiento el proceso de desarrollo del hombre pasa al mundo interno y, entonces, se convierte en una entidad activa al asociarse con un ser elemental, o sea, con una de las fuerzas semi- inteligentes de los reinos”… “Así, un pensamiento bueno se perpetúa como un poder activo benéfico, mientras que uno malo es un demonio maléfico”... “El adepto desarrolla estas formas conscientemente, pero otros seres humanos las desechan inconscientemente”.


Esto quiere decir que no solo los actos van modelando nuestro futuro, sino que sobre todo los constantes y continuos pensamientos y emociones son los que van tejiendo las circunstancias de neutra próxima encarnación.

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El karma regresa siempre por medio del renacimiento y nos ata a la rueda de las existencias. El karma positivo nos arrastra tan irrefrenablemente como el karma negativo, y la cadena de muestras virtudes nos ata tan fuertemente como al de los vicios.
Es decir, que el karma funciona como la ley de la gravedad. Un papel y una piedra siempre caerán, uno muy suavemente, y la otra de forma precipitada. El karma se comporta de la misma manera ciega que la gravedad: si la gravedad fuera un ser sintiente, este solo sería consciente de que algo cae, la naturaleza de lo que cae le sería indiferente.
¿Cómo dejar de tejer la cadena que nos aprisiona constantemente, puesto que no podemos renunciar a los pensamientos y a los sentimientos?
Annie Besant nos dice:
“Toda acción conlleva un fruto, y toda acción tiene un fruto. El deseo es el cordón que une causa con efecto. Si este cordón se pudiera quemar, la conexión cesaría. Entonces todas las ataduras del corazón se romperían y el alma quedaría libre. Entonces el karma ya no podría sostenerse. El karma ya no podría atar nada. La rueda de causa y efecto puede seguir girando, pero el alma se ha liberado”.
El Bhagavad Gita nos dice a este respecto:
“Las acciones se han de llevar a cabo con desapego. Quien realice una acción sin apego, alcanzará al Ser Supremo”.
En resumidas cuentas, es el apego, es decir, el deseo, la atracción intensa por algo, por una persona, por un objeto, o por muchos objetos, lo que nos obliga a sentir la necesidad de retornar a esta vida.
Cada uno de los deseos que experimentamos y que nos asaltan continuamente son tremendos mecnismos poseedores de una energía que trasciende la muerte, y esto es así hasta que, sencillamente, aprendemos a liberar, y a liberarnos, de esa energía.
Existe un karma individual, un karma familiar, un karma grupal y un karma colectivo.
Annie Besant nos recuerda que,
“Al reunir a las almas en grupos que forman familias, castas, naciones y razas se introduce un nuevo elemento de incertidumbre en los resultados kármicos, y es ahí donde existe lugar para lo que denominamos accidentes, así como para los reajustes que continuamente llevan a cabo los Regentes de Karma”.
La doctora Besant insiste en que una catástrofe repentina, pongamos, por ejemplo, un terremoto o un desastre ferroviario, en la que alguien se ve implicado puede servir para que un ser humano, o varios seres humanos, que han estado en ese torbellino, perciban una parte negativa de su karma y lo intenten liberar. Es decir, el hecho de salir indemnes o con escasos daños, valdrá para que esas personas sean conscientes del periodo vital que están atravesando y de las correcciones que tienen que hacer en sus vidas.
Igualmente, el nacimiento en tal familia y en tal país, se ve influenciado por el karma particular de esa persona. A veces es la necesidad de reestablecer conexiones kármicas las que guían nuestros nacimientos a determinados países o familias.
Por supuesto una parte muy importante del karma y de la reencarnación son las taras y las enfermedades físicas. De forma muy notoria estas enfermedades siempre vienen indicadas en la carta natal. Las enfermedades descubren siempre un determinado patrón de karma. Indudablemente, la enfermedad es algo kármico, pero también lo es la curación.
Rudolf Steiner nos recuerda que las enfermedades actuales que padecemos pueden tener su origen en vidas anteriores. Pero nos aclara que según cómo actuemos en la actual vida con nuestras enfermedades, y por supuesto con nuestra salud, nuestro futuro cuerpo se verá afectado. Esta profundísima ley hace que en algunos casos la curación falle mientras que en otros no.
Todas las enfermedades importantes que sufrimos, así como las posibilidades de su curación están ya dadas por el karma.
El caso de las enfermedades mentales, cuyas causas nos son incomprensibles muchas veces en esta vida, el elemento kármico es decisivo.
¿Cómo puede tener tanto “ego” la medicina moderna cuando intenta con un fármaco, o con varios de ellos, revertir un proceso que es kármico y que seguramente provenga de vidas pasadas?
O, dicho de otra manera, ¿por qué una enfermedad que se calificó cómo incurable acabó sanando sin más problema?
El gran vidente Edgar Cayce, tal vez el mayor de todos los videntes modernos, y que inicialmente no creía en la reencarnación, insistía en que karma y reencarnación son las dos caras de una misma moneda, y dijo en cierta ocasión que el karma “es el encuentro de uno consigo mismo”.
Cuando una persona le preguntó qué podía hacer para servir mejor a su familia, Cayce le respondió con total y absoluta franqueza: “Cuando uno es fiel al ser interior, no puede ser falso con los demás, si se trata del ser espiritual”.
Un día un hombre le preguntó qué tipo de relación había mantenido con su esposa en alguna vida previa. Cayce le dijo que en otra vida fue el padre de su esposa, y que este mismo hombre en varias vidas anteriores también había sido el marido de la misma alma, encarnada como su mujer, y que se conocieron ya en el remoto tiempo de la raza atlanteana.
Otro le preguntó con respecto a su mujer, y Cayce el dijo que en otra vida anterior él había sido su hija, añadiendo a continuación. “¿Acaso no te da continuamente órdenes?”
Cuando otro le interrogó acerca de por qué siempre estaba tan lejos de sus hermanos y hermanas, el vidente se limitó a contestarle. “En otra vida ellos te desterraron”.


Otro le preguntó acerca de lo que había heredado de sus padres, y la respuesta que obtuvo fue profunda y divertida: “La mayor parte de lo que eres lo has heredado de ti mismo”.

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Edgar Cayce siempre solía repetir que, si uno no finaliza su karma con determinada persona en la vida terrena, será inevitable su renacimiento para encontrarse con ese mismo ser. Él decía que la base de la atracción mutua debía ser el amor, que todo lo tolera, y donde no hay hueco para la maldad.


Cayce no permitía utilizar como excusa el karma de las vidas pasadas para no actuar o para actuar interesadamente, siempre a favor del ego personal o de la vanagloria.
“Recuerde: usted se está encontrando a sí mismo. Cualquier decisión que tome, enfrente la situación pensando en su propia vida y en la de aquellos con quienes convive. Porque sus problemas también son los problemas de los otros”.


“En el vacío gira, sin urgencias,
y libre, nuestra vida, pronta siempre a los juegos,
pero en secreto siente la sed de lo que es real,
la sed de crear y de alumbrar, la sed de sufrir y morir”.

Juan Ramón González Ortiz

 

 


 


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