
El Libro de la Vida, de Santa Teresa de Jesús.
La más excepcional de todas las autobiografías espirituales.
(I)
Juan
Ramón González Ortiz
Estamos
ante la primera obra larga de Santa Teresa. En esta obra, Teresa,
simplemente pretende comunicar su experiencia de “veinte y siete años
que ha que tengo oración”.
Este libro, a primera vista tan sencillo, pues tan solo se trata de
una autobiografía, ha sido señalado por la crítica
como “el más intenso” de todos y también como “el más
sobrecogedor””.
El gran don Miguel de Unamuno, profundo lector de Santa Teresa y profundo
conocedor de toda la obra teresiana, en su obra Del sentimiento agónico
de la vida, decía de nuestra santa:
“Otros pueblos nos han dejado sobre todo instituciones, libros,
etc…; nosotros hemos dejado almas. Santa Teresa vale por cualquier
instituto, o por cualquier “Crítica de la razón pura”.
Teresa
se refirió a este libro como “mi Alma”, `por cuanto este libro
es una expresión directa de su Alma, es decir, es el Alma quien
le dicta a Teresa las palabras.
Por tanto, en su redacción interiorista, Teresa se adelanta
quince años a Montaigne, cuyos Ensayos se citan comúnmente
como el comienzo en el uso de la técnica introspección
en literatura. Víctor García de la Concha, ex director
de la RAE y estudioso de Santa Teresa, concluye diciendo que,
“En el Libro de la Vida está el acta de nacimiento de la
intimidad moderna (…). Estamos ante el libro más personal de
toda la literatura española”.
Como
todo lo que escribe Teresa, lo hace tanto por obediencia porque siempre
se trata de encargos que parten de algún superior, como por
un propósito didáctico, que en este caso es “engolosinar
a las almas con un bien más alto”.
Teresa se animó nos dice que este libro
“escríbolo
para consuelo de almas flacas como la mía, que nunca desesperen
ni dejen de confiar en la grandeza de Dios”.
En resumen, el Libro de la vida, es una obra, pues, en la que nuestra
escritora desarrolla la historia de su Alma como camino de experiencia
mística, con un propósito didáctico: llevar al
lector hasta donde ella misma ha llegado.
La experiencia es la madre de toda sabiduría.
Efectivamente, Teresa afirma numerosas veces a lo largo de todas sus
obras, que en el tema del conocimiento de Dios de nada vale lo leído
o lo estudiado.
Teresa
nos repite una y otra vez que solo la experiencia nos da la vía
de acceso al poder místico: “yo sé por experiencia que
es verdad esto que digo”. Cuando se habla de cosas que uno no ha experimentado
y tan solo apela al principio de autoridad para dar valor a sus palabras,
eso es letra muerta la cual no sabemos por experiencia si es verdad
eso que nos dicen.
Al
no ser verdad no lleva a ninguna transformación ni a ninguna
cercanía con los maestros celestiales, pues son palabras sin
poder, sin fuerza de ningún tipo
Santa Teresa junta en una misma ecuación experiencia, saber
y verdad:
“Es
cosa extraña cuán diferentemente se entiende lo que
después de experimentado se ve”.
Naturalmente, esta actitud levantaba muchísimas sospechas,
pues en el campo de la espiritualidad todo es tradición, normas,
autoridad y creencia.
El resultado fue que la experiencia de Dios pasó a considerarse
como fenómeno extraordinario, reservado a unos pocos privilegiados,
pero siempre bajo sospecha y acusado de subjetividad. La fe, como
consecuencia, quedó reducida a creencias mecánicas,
a creer lo que no vimos ni experimentamos nunca, en detrimento del
“creer- en” como punto de partida para la búsqueda y la unión
total con la persona al Dios que se revela. Esta forma desvirtuada
de la fe, reducida a mera obediencia, condujo a separar la fe de la
experiencia.
Los procesos inquisitoriales contra los “alumbrados”, la hostilidad
contra el arzobispo Carranza, o la hostilidad contra la propia Santa
Teresa, tienen que explicarse por este motivo, que acabamos de decir.
El peso y la influencia crecientes del teólogo Melchor Cano
en los medios oficiales y sobre el ánimo del Inquisidor General
Fernando de Valdés, eran absolutos: la experiencia Dios era
siempre sospechosa de desvío.
Santa Teresa, por el contrario, siempre que pudo divulgó la
verdad que había vivido y experimentado: que la experiencia
mística es posible y real para cualquier cristiano, sea el
que sea.
La experiencia mística no es ajena a nosotros, ni es imposible
ni siquiera está lejos de nosotros en este preciso momento.
Seamos realistas: pidamos el éxtasis y el milagro para nosotros.
No nos conformemos con menos.

Como dice San Juan de la Cruz en la Oración del alma enamorada:
“Míos son los cielos y mía es la tierra; mías
son las gentes, los justos son míos y míos los pecadores;
los ángeles son míos, y la Madre de Dios y todas las
cosas son mías; y el mismo Dios es mío y para mí,
porque Cristo es mío y todo para mí. Pues ¿qué
pides y buscas, alma mía? Tuyo es todo esto, y todo es para
ti. No te pongas en menos ni repares en migajas que se caen de la
mesa de tu Padre”.
La
experiencia mística
Este libro es una autobiografía en la que se narra una vida,
pero desde el punto de vista de la vida del Espíritu. Lo demás,
la vida física, el destino histórico, el mundo, los
sucesos personales, etc., no importan, porque todo lo que no sea el
Alma es secundario o terciario, y no merece atención. Pues
lo único de valor son los hitos espirituales, lo demás
…se lo llevará el viento helado de la muerte. Ciertamente,
es una biografía del Alma, lo cual transforma a la obra en
introversión pura.
Vamos a intentar adentrarnos en la vida de Teresa desde el planteamiento
de su autora de que la historia de una persona es solo la historia
de su Alma.
1/
Punto de partida: la experiencia de una conversión.
En la primavera del año 1554, a la edad de casi cuarenta años,
“contemplando una imagen de Cristo muy llagado”, siente Teresa de
repente, en su Alma, el impacto de la mirada de Cristo de una manera
tal como nunca había experimentado antes: “en mirándola,
toda me turbó de verle tal, porque representaba bien lo que
pasó por nosotros“.
Este
es el final de una atroz crisis personal que Teresa llevaba sufriendo
mucho tiempo. Una crisis que la mantenía presa de una gran
inquietud y en una constante situación de insoportable angustia.
Impotente, sombría, Teresa empieza a leer las Confesiones de
San Agustín, identificándose con esta obra hasta el
punto de que reconoce la historia de San Agustín como suya
propia.
Pero por fin toca fondo con el reconocimiento de la mirada de Cristo.
El poder de esa mirada … ¿Qué vio, qué sintió,
con tanta fuerza Santa Teresa?
La paz se cuela a raudales en su corazón.
Digamos que esta mirada de Cristo es la experiencia mística
que precede a la experiencia mística en sí misma.
2/
Primer estado místico
Tras la experiencia de la conversión (por emplear la terminología
de San Pablo), Teresa toma conciencia de otro modo de percepción:
el paso de la representación a la presencia, es decir: desde
la representación externa del Jesús que espera, Teresa
asciende a la presencia interior del Jesús glorioso, del Jesús
realizado: “algunas veces leyendo, me venía a deshora un sentimiento
de la presencia de Dios, que de ninguna manera podía dudar
que estaba dentro de mí o yo toda engolfada dentro de Él.
Esto no era visión; creo que lo laman mística teología”.
En
esta experiencia percibe la presencia amorosa de Dios no solo en el
Alma sinos también en todas las cosas como fundamento último
de su realidad.
Esta experiencia la denomina después, en el Castillo Interior,
primer estado místico, y en esencia es sentir a Dios en todas
las cosas.
3/
Una gran traición aunque por ignorancia
En 1555, casi en los inicios de su “conversión” mística,
ocurrió un suceso negativo por el que quedó ampliamente
«escarmentada» y del que se lamentaría toda su
vida, pese a reconocer que ocurrió por «ignorancia».
Teresa, lectora empedernida, leyó cierto libro muy influyente
entonces y muy elevado, y quiso «conformarse a lo que leía»,
y lo leído proponía que, al llegar a un cierto punto
de avance, la vida espiritual tenía que apartarse de todo lo
corpóreo, «desviar toda cosa corpórea» e
«ir levantando el alma» a la pura divinidad, incluyendo
en ese desvío la Humanidad de Jesús, precisamente por
«corpórea».
El libro en cuestión, muy oportunamente silenciado por Teresa,
podría haber sido el Tercer Abecedario de Francisco de Osuna.
Sin embargo, todas las investigaciones nos llevan a una obra llamada
Via Spiritus de Bernabé de Palma, en la que el autor propone
la técnica contemplativa de “cuadrar el entendimiento”, renegando
de la imaginación, de la capacidad humanizar, y de cualquier
sustancia que no pudiera geometrizarse es decir: contemplar a Dios
de manera cuadrada, en referencia al texto de San Pablo en Efesios
3,18 sobre las cuatro dimensiones: “ruego que podáis comprender
cuán ancho, largo, alto y profundo es el amor de Cristo”. Por
eso, porque el autor insistía en cuadrar el pensamiento, transformándolo
todo en un cubo perfecto y despreciando toda forma corpórea.
Teresa leyó esta obra y la puso en práctica, pero solo
logró una fuerte sensación de inquietud y vaciedad «se
hallaba muy mal mi alma», «me parecía que iba sin
camino», estaba como «en el aire», «sin arrimo».
Este malestar la hizo reaccionar, y retornar a su punto de partida,
Cristo, y la oración en Cristo. Ya nunca más se alejaría
de este apoyo, camino, amigo, puerta, verdad y ayuda.
“Y me parece que hice una gran traición, aunque por ignorancia...
No quiero pensar que en esto tuve culpa, porque me lastimo mucho,
que, cierto, era ignorancia”.
La reacción, por otra parte, la llevó a convicciones
muy firmes que durarían toda una vida sin desvío alguno.
4/
Primer arrobamiento
Ya sabemos que arrobamiento es lo que comúnmente llamamos éxtasis:
un estado de ensimismamiento interior, equivalente a sentirse inundado
por la Energía, la Luz y el Amor de Dios.
La afectividad constituía para Teresa un auténtico problema
espiritual, y para hallar el punto correcto necesitó la gracia
mística: el primer arrobamiento, que tuvo lugar a finales de
1555.
Nos cuenta Teresa que ella tenía ciertas amistades, las cuales
no eran malas, por lo cual no ofendía a Dios. Pero estas amistades
le originaban mucha “afición”. Es decir, que generaron una
especie de dependencia o prendimiento interior afectivo, con lo cual,
Teresa, sintió que había vendido parte de su libertad
interior. Teresa ya había intentado abandonar a esas amistades,
pero no quería ser “desagradecida” y siempre acababa volviendo
junto a ellas. Fue su confesor, Juan de Prádanos, sacerdote
jesuita, quien le propuso que durante unos días rezase el himno
de Veni Creator, a ver qué respuesta había por parte
del Cielo. Un día, precisamente mientras estaba cantando el
himno, escucha nítida y claramente, dentro de sÍ,… pero
mejor que nos lo cuente ella:
“me
vino un arrobamiento tan repentino que casi me sacó de mí,
del que no pude dudar porque fue muy notorio. Fue la primera vez que
el Señor me hizo la merced de arrobamiento. Entonces, entendí
estas palabras: "Ya no quiero que tengas conversación
con hombres, sino con ángeles”.
Instantáneamente esas palabras le produjeron tal elevación
afectiva que en un instante logró, sin penar ni sufrir, recuperar
la libertad interior y desasirse de esas amistades, lo que llevaba
buscando meses y meses. Y es que la gracia de Dios lo puede absolutamente
todo.
“Y aquí me dio el Señor libertad y fuerza para poner
sus palabras por obra. Sea Dios bendito por siempre, que en un punto
me dio la libertad que yo, con cuantas diligencias había hecho
muchos años, no pude alcanzar conmigo, haciendo hartas veces
tan gran fuerza, que me costaba harto de mi salud”.
5/ Primera palabra mística
Estamos ya en 1557 y Teresa se halla en plena confusión al
conocer las críticas que dirigen los teólogos contra
ella a consecuencia de los dones recibidos tan abundantemente.
Teresa le pregunta al mismísimo Dios la verdad de todo eso,
y recibe de Dios la primera palabra mística:
“Sírveme
tú a mí y no te metas en eso”.
Nos dice Teresa que al oír esas palabras se espantó,
pero de repente se dio cuenta de la absoluta gratuidad de las gracias
que Dios nos regala: “da el Señor cuando quiere y como
quiere y a quien quiere, como bienes suyos, y por eso no hace agravio
a nadie”
Juan
Ramón González Ortiz