Una
solución
definitiva El mundo contemporáneo se enfrenta a tantos problemas que resulta difícil encontrar un remedio único para resolverlos. Sin embargo, existe.
Y no está situado en el terreno de la utopía, sino en el de la realidad. Hay que llegar a comprenderlo y asimilarlo para conseguir ponerlo en práctica.
Son muchos los libros, ponencias, artículos de fondo y tesis doctorales que intentan aclarar el panorama. Se reúnen congresos sobre tan amplia problemática. Proyectan cierta luz y proponen algunas acciones concretas, pero de eficacia parcial.
Esta situación se extiende a otros casos. Hay analistas dotados de lo que denominamos ‘visión lúcida’ que apenas reciben la atención de pequeños grupos carentes de la fuerza necesaria para aplicar remedios prácticos. Una de las ideas claves que han desarrollado es la necesidad del despertar de la conciencia individual. Cualquier remedio aplicado a los problemas individuales y colectivos podrá solucionar los conflictos de forma pasajera. Pero
como una enfermedad instalada en lo más profundo de la biología
humana, recidivará en cuanto se den las condiciones propicias.
Y dichas condiciones aparecen pronto al residir en nuestra propia naturaleza.
Una persona consciente puede cometer un robo, puede mentir, puede traicionar, puede contravenir cualquiera de los valores del ser humano desarrollado, pero de forma automática recibe el veredicto de su conciencia. Se da entonces la paradoja de que el acusado y el acusador son el mismo. Si se alcanzara un desarrollo personal y universal de la conciencia, sobrarían las leyes y las normas, salvo las orientativas u organizativas.
Se impondría la ley natural, un sentido elevado de la justicia, un ejercicio constante de la equidad y del equilibrio; equidad no significa igualdad, sino correspondencia a las capacidades y esfuerzos realizados por una persona o una colectividad.
Quienes han ‘despertado’, quienes cultivan y desarrollan su conciencia, adquieren un conocimiento que está más allá de lo que habitualmente se considera como tal.
La conciencia está en el campo de la filosofía, pero lo trasciende. Podríamos decir que se trata de una metafísica interior.
Cuadro de Herman Hesse, escritor de Siddhartha.
Los grandes sistemas ideológicos merodean en torno a la conciencia, pero no la alcanzan de por sí.
No se trata de defender la teoría del buen salvaje, pero es más fácil encontrar gente consciente entre los pobres que entre los ricos. En una humilde publicación que contiene las memorias de un campesino español a comienzos del siglo XX, un hombre de escasa cultura ("me costó mucho aprender a firmar", reconoce), he encontrado la siguiente afirmación referida a su padre: "Su conciencia no le permitía ganar un céntimo a costa de otro".
Las cosas son hoy bastante distintas, tanto en el mundo rural como en el urbano, hablando en términos generales.
Pintura de Hermann Hesse Vivir
en la conciencia no significa perder el gusto por la vida, sino todo lo
contrario: encontrar el sentido de la felicidad, disfrutar de los bienes
de este mundo, profundizar en ellos y compartirlos. Todo tiene sentido
cuando lo ilumina la conciencia; todo acaba perdiéndolo cuando
nos dejamos sumergir en la inconsciencia.
No es preciso retirarse del mundo, ni renunciar al trabajo, ni abandonar a la familia, ni alejarse de las amistades, ni prescindir de las aficiones sanas, ni cambiar de hábitos, siempre que sean saludables.
Existen técnicas definidas al alcance de cualquiera. Globalmente pueden situarse dentro de la vía meditativa, que tiene suficientes variantes para acomodarse al gusto y a las posibilidades de cada cual.
Hay caminos más arduos, por ejemplo la práctica del zen, y otros menos abruptos, como las diversas escuelas de yoga; es importante que en ellas no predomine el elemento lucrativo.
En todo caso, y como conclusión, puede citarse la recomendación evangélica: “Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá”. FRANCISCO JAVIER AGUIRRE
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REVISTA NIVEL 2. NÚM 41. AGOSTO 2025
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