El
sufrimiento
Por Juan Ramón González Ortiz

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Tomo
un libro de poesía para leer, o bien asisto a una película
en una sala de cine, o elijo al azar cualquier novela, antigua o moderna,
da igual, por todas partes los mismos temas: el amor y la exaltación
de la vida. Siempre los mismos y repetidos temas: el amor, de la mano
del bienestar y del placer físico y afectivo, y la vida, con los
subtemas de la actividad humana y el encuentro con los otros. Sin embargo,
echo en falta un tema que todos evitan, como si no estuviese relacionado
con el hecho de vivir: el sufrimiento y el dolor.
¿Por qué no mostrar este tema?, ¿por qué no
desarrollarlo? ¿Acaso es ajeno a la vida? ¿Acaso solo son
unos pocos los que sufren, y por eso no merece la pena examinar la realidad
del dolor?
Si reflexionamos un poco, aunque sea superficialmente, nos daremos cuenta
de que el dolor es algo más universal que el amor, pues mientras
que muchas personas en sus tristes vidas no han llegado jamás a
experimentar la victoria del amor, redimiendo a la naturaleza humana,
todos, sin embargo, hemos conocido en nuestras carnes la dentellada del
sufrimiento.
El dolor da tanto sentido a la vida como el amor.
Para el ser humano que sufre, el dolor se convierte en el valor supremo,
porque para tal persona el dolor es la única posibilidad que tiene
de cumplir su destino.
El
problema central es: ¿con qué estado de ánimo, con
qué disposición nos enfrentamos a la enfermedad y al dolor
que esta ha traído a nuestras vidas?
Como todo en la vida, la enfermedad también es un problema de actitud.
La actitud que adoptemos será, a la larga, la que dé sentido
a nuestro padecimiento, o la que nos niegue ese sentido. Este es un problema
fundamental pues nuestro destino como enfermos depende de la actitud con
la enfrentemos la enfermedad.

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Esto
es lo que hará que soportar la aflicción sea algo agotador
y embrutecedor o algo que nos eleve.
“Noche
tras noche,
el dolor acude y se clava en mí.
Entonces la alegría se desvanece
pero no por su debilidad,
sino porque asciende a lo alto,
a decirle al Señor cómo lo sufro”.
Este pequeño poema del poeta alemán Julius Strum tiene razón.
Cuando nuestro destino es sufrir, y ya nada puede enmendar esa realidad,
cuando no hay alternativa posible, lo único que podemos hacer es
enfrentarnos directamente a nuestro dolor con el corazón adecuado.
La clave de lo que hemos denominado la actitud “adecuada”
nos la proporciona el gran Goethe:
“No existe ninguna situación que no puede ser ennoblecida
por el servicio o por la paciencia”.
La paciencia.
Esa es la clave.
Cabría hacer una precisión más: paciencia y servicio
es una y la misma cosa.
Ejercer la paciencia ya es de por sí un servicio a la humanidad.
La paciencia es el más alto y más noble servicio que puede
realizar el que sufre. Es la forma más alta de padecer y la única
que tiene en cuenta a los demás. Por eso es el servicio más
puro y correcto que puede mostrar el enfermo en medio de su tormento.
A la luz de estas consideraciones podríamos decir que el destino
más grande del ser humano es mostrarse digno en mitad del huracán
del sufrimiento.
Cuando el ser humano intenta llenar el sufrimiento con la paciencia, y
con sus hermanas, la impersonalidad y la palabra correcta, ese esfuerzo
tiene más valor que cuando se intenta dar sentido al amor o al
trabajo que uno ejerce.
Frente al homo faber, que da sentido a su vida mediante el trabajo y mediante
su actividad creadora, o al homo amans, que vive la belleza del amor como
máxima riqueza de su vida, existe también un homo patiens,
cuyo servicio consiste en aguantar, en perseverar, y en no oscilar entre
las categorías de triunfo y fracaso. El homo faber y el homo amans
son triunfadores y cosechan éxitos. Son productivos. Pero para
el homo patiens las cosas son diferentes: él no es productivo,
y vive más cerca de la desesperación que del triunfo. Además,
la sociedad prescinde de él porque la sociedad intenta ocultar
la enfermedad, para seguir mostrando la fiesta de consumo del que corre
y del que vuela.
Por eso yo creo que el homo patiens supera a los otros dos.
Viktor Frankl cuenta que en cierta ocasión recibió una carta
de un preso de una cárcel de Florida (“a tan solo unos metros
de la silla eléctrica”) en la que le comentaba que en la
prisión había encontrado sentido a su vida superándose
a sí mismo a través de la aceptación del sufrimiento.
La carta decía, entre otras cosas, “Qué cierto es
que en el sufrimiento se puede encontrar sentido. De alguna forma, mi
vida ha comenzado ahora ¡Qué glorioso sentimiento!”.
Dejaré para otro artículo tratar cual ha de ser el papel
le médico con respecto al sufrimiento de su enfermo, pues como
estaba inscrito en la puerta principal del Hospital General de Viena,
la labor del médico ha de ser,
Saluti
et solatio aegrorum
Es
decir, no solo restablecer la salud, sino, igualmente, consolar a los
enfermos.
Juan Ramón González Ortiz
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