| SECCIÓN
PSICOLOGÍA ESPIRITUAL Y TRANSPERSONAL
Josep Gonzalbo Gómez

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El cuenco ya está
lleno
Hay momentos en los que sientes que algo te falta. Que a pesar de tener
conocimientos, herramientas, incluso una cierta paz interna… algo
no termina de colmarte. Y es que muchas veces pedimos más luz,
más guía, más conexión, como si la vida estuviera
en deuda con nosotras, con nosotros. Como si no nos hubiera dado ya un
cuenco lleno.
Pero la verdad es otra: el cuenco está lleno. No siempre lo percibes,
pero está lleno de aquello que más anhelas —amor,
sabiduría y voluntad—. Lo que sucede es que esa agua viva,
cuando no circula, se estanca. Se enfría. Se olvida. Y entonces
comenzamos a pedir desde la escasez, en lugar de compartir desde la plenitud.
El símbolo de Acuario nos lo recuerda con fuerza. La imagen es
clara: una figura derrama el agua de vida sobre una humanidad sedienta.
Esa agua no se guarda. Se ofrece. Se da. Porque solo en el acto de servir,
de entregar, el agua se renueva. Solo cuando nos vaciamos por amor, la
vida vuelve a llenarnos.
Muchas personas caminan por la vida con sed, y a la vez con el cuenco
cerrado. Piden señales, milagros, certezas, compañía…
sin darse cuenta de que están acompañadas, sostenidas, y
llenas de dones que aún no han compartido. Lo divino no puede darte
más si no haces espacio. Y ese espacio se crea al dar.
Por eso, si sientes que algo te falta, sirve. Da lo que sabes. Entrega
tu tiempo. Escucha con atención. Acompaña desde el corazón.
Da sin esperar. Porque lo que entregas con pureza vuelve multiplicado.
Y al hacerlo, no solo renuevas tu agua. También reconoces lo invisible
que te acompaña. Sientes cerca a los seres de luz que caminan contigo.
Abres los ojos del alma y descubres que nunca has estado sola, solo. Que
todo lo que pedías, ya lo llevabas dentro.
Así es como el agua de vida vuelve a fluir.
No pidas más. Da más.
Y verás cómo, sin pedirlo, se te da..
https://youtu.be/8FBpFPQEOFc

Suelta
el bastón
Hay una contradicción muy sutil que muchas veces no vemos, y que
sin embargo marca profundamente nuestra relación con lo espiritual:
vamos buscando lo eterno mientras que por otro lado, nos aferramos a lo
que es pasajero. Aspiramos a lo sagrado, pero no soltamos lo que creemos
que nos protege. Queremos despertar, pero seguimos cargando con el ruido
mental, emocional y energético que justo nos lo impide.
No se trata de que te juzgues, sino de que te observes con honestidad.
Te acercas a lo verdadero con la mente llena de ideas, de costumbres,
de juicios, de miedos. Incluso en tus momentos más sagrados, es
fácil que tu personalidad lo empañe todo. Que traduzca lo
divino en interpretaciones, o que te haga sentir que necesitas seguir
sosteniendo un personaje para merecer la luz.
Pero no puedes entrar al corazón de la vida llevando esa carga.
Hay un umbral que solo se cruza cuando te atreves a soltar los apoyos
de siempre: tus ideas sobre ti, tus historias, tus justificaciones, tus
bastones.
Sí, han sido necesarios. Te han ayudado a avanzar. Pero si no los
sueltas, te quedas en el mismo lugar.
El verdadero salto no es hacia lo desconocido. Es hacia lo que siempre
ha estado dentro de ti, esperando que te presentes tal como eres, sin
disfraces.
Aquí tienes tres prácticas concretas para comenzar a abrir
ese espacio de desnudez interior, de verdad viva:
1. Mírate sin filtros. Busca un espejo. Mírate durante un
minuto a los ojos, sin moverte, sin hablar. Solo presencia. Si surgen
pensamientos, déjalos pasar. Lo importante es que sostengas la
mirada como quien busca ver algo más allá del personaje.
Después, pregunta en silencio: ¿Quién soy yo cuando
no actúo para nadie?
2. Suelta un bastón cada día: Identifica algo que haces
desde la imagen, la costumbre o el miedo a no gustar. Puede ser una forma
de hablar, una reacción automática, una obligación
vacía. Por un día, suéltalo. Aunque incomode. Aunque
no sepas qué vendrá después.
3. Danza con lo verdadero: Dedica unos minutos al día a estar en
silencio, sin hacer nada. Simplemente sentir tu respiración y dejar
que el cuerpo repose. En ese estado, repite interiormente: No tengo que
entenderlo todo. Solo tengo que estar abierta, abierto.
Lo que más te acerca a la sabiduría no es acumular más
experiencia, sino atreverte a quedarte sin respuestas. Sin armaduras.
Eso es lo que permite que la luz te atraviese, no como un concepto, sino
como una fuerza que transforma.
Recuerda: la luz no entra cuando lo comprendes. La luz entra cuando te
abres.
No esperes a tenerlo todo claro. No te prepares más. Desnúdate
del personaje, suelta el bastón y da el paso.
https://youtu.be/n8_dmNCEITA
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