| SECCIÓN
PSICOLOGÍA ESPIRITUAL Y TRANSPERSONAL
Josep Gonzalbo Gómez

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La
experiencia necesita madurar en ti
Hay una ansiedad silenciosa que muchas veces acompaña nuestro crecimiento
personal y espiritual: la impaciencia por llegar, por entender, por sanar,
por evolucionar cuanto antes. Pero lo cierto es que nada que verdaderamente
transforme se puede forzar. La madurez —emocional, espiritual, vital—
necesita tiempo, cuidado, y sobre todo, presencia.
Cada experiencia que aparece en tu vida es como un fruto. Y como todo
fruto, tiene su tiempo justo para ser recogido. Ni antes, ni después.
Y aunque a veces te gustaría acelerar los procesos, saltarte la
incomodidad, obtener ya la lección o pasar la prueba cuanto antes,
hacerlo prematuramente solo deja una vivencia incompleta, con sabor artificial,
sin el jugo que realmente nutre.
Puedes intentar adelantar lo que te toca vivir, forzar el cierre de un
ciclo, empujar una respuesta que aún no está madura. Pero
eso no es evolución real. Es solo una forma más sutil de
evitar lo que aún no has permitido que te atraviese.
La vida no se equivoca en sus ritmos. Cada experiencia llega con un contenido
específico para ti. No hay vivencia que aparezca sin propósito.
Y si está en tu camino, es porque puedes digerirla. Pero no de
cualquier forma: sino estando presente, sin negarla, sin adelantar su
final, dejándola madurar hasta que caiga por sí sola en
tu conciencia.
Aquí tienes tres prácticas claras que te ayudarán
a vivir cada experiencia, como el fruto que es recogido en su momento
justo:
1. No fuerces el aprendizaje: Cuando estés atravesando una situación
difícil, deja de preguntarte constantemente “¿Qué
tengo que aprender de esto?”. En lugar de eso, hazte otra pregunta:
“¿Estoy permitiendo que esto me toque de verdad?” El
aprendizaje llega solo cuando la vivencia ha madurado.
2. Siente antes de interpretar: Antes de sacar conclusiones sobre lo que
estás viviendo, detente a sentir. Qué emoción hay,
qué parte de ti se resiste, qué impulso aparece. El sentir
sin juzgar permite que el proceso siga su curso y no se quede atrapado
en una idea mental.
3. Observa tu ritmo interior: Cada noche, toma un momento para revisar
el día. Pregúntate: ¿He respetado mi ritmo o he querido
acelerar algo? Cultivar esa conciencia diaria crea una relación
más real y amorosa con tu evolución.
No estás aquí para tenerlo todo claro, ni para demostrar
nada. Estás aquí para permitirte vivir con honestidad lo
que la vida te ofrece. Como un árbol que no da su fruta por obligación,
sino cuando ha madurado con el sol, con el viento, con el tiempo.
Deja que cada experiencia siga su curso. No corras hacia el final. Permite
que el fruto caiga en tus manos cuando esté listo.
Y cuando lo haga, sabrás que contiene justo lo que tu alma necesita.
https://youtu.be/Xwg22ZlP8w4
Cruza
el río desde el alma
A veces, vivir se parece mucho a intentar cruzar un río sin saber
con certeza si llegarás al otro lado. Avanzas piedra a piedra,
buscando sostén, buscando equilibrio, intentando no caer en las
aguas que rugen bajo tus pies.
Cada paso
es un riesgo, un intento, un nuevo ajuste.
Y esas piedras sobre las que caminas, muchas veces son frágiles.
Algunas son inestables, otras están cubiertas de musgo, otras apenas
sobresalen del agua. Representan todo eso que has usado para sostenerte
en la vida: ideas, creencias, emociones, el cuerpo… han sido tus
apoyos, tus herramientas, tu forma de afrontar.
Las piedras inestables son tus viejas creencias, tus juicios, las formas
rígidas de ver la realidad que aprendiste desde la personalidad.
Te sirvieron en su momento, pero ya no sostienen con firmeza. Las piedras
resbaladizas son tus emociones, que cambian de forma, de intensidad, de
dirección. A veces te anclan, otras te hacen caer. Y el cuerpo
—tu energía vital, tu presencia física— ha sido
el medio con el que has intentado mantenerte firme, aunque también
se agota, se tensa, se distrae.
Hasta ahora, tu atención ha estado puesta en esas piedras.
Y en cómo
no caer. Pero… ¿dónde ha estado el alma durante todo
este cruce? ¿Dónde ha estado esa parte tuya que no se hunde,
que no se desestabiliza, que observa y guía en silencio?
El alma no grita. No exige. No se impone. Pero cuando le das espacio,
aparece como un resplandor que lo atraviesa todo con claridad, incluso
en medio de la oscuridad. Es la que ve más allá de la dificultad,
la que no lucha contra el río… sino que se funde con su movimiento.
Aquí tienes tres prácticas concretas para empezar a cruzar
el río desde el alma, y no solo desde el miedo a caer:
1. Cambia el foco del esfuerzo al propósito: Antes de reaccionar
ante un conflicto o desafío, detente y pregúntate: ¿Desde
dónde quiero atravesar esto? ¿Desde el miedo o desde mi
verdad? Esa pausa te reconecta con el propósito que el alma ya
conoce.
2. Entrena la conciencia corporal como puerta: En lugar de luchar con
tus emociones o tus ideas, observa tu cuerpo cuando estás en medio
de una corriente interna fuerte. Qué zona se tensa, qué
cambia. Llevar conciencia ahí es una forma directa de volver al
centro.
3. Escucha el silencio entre pensamiento y emoción: Cada día,
aunque solo sean tres minutos, quédate en silencio sin buscar controlar
nada. Solo siente. En ese vacío, muchas veces surge una certeza
sin palabras. Eso es el alma hablando.
El alma no elimina la dificultad. La ilumina. No niega el río.
Lo cruza contigo. Y te recuerda que cada piedra, cada emoción,
cada idea que parecía inestable, también puede integrarse…
cuando te abres a algo más profundo que te guía.
No se trata de cruzar sin miedo. Se trata de no olvidar quién eres
mientras cruzas. El alma no se ve, pero te sostiene. Y ahora te está
llamando. ¿La vas a escuchar?
https://youtu.be/7dpeqCJW4Q
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