El
matrimonio entre parientes a la luz del esoterismo
Por Juan Ramón González Ortiz

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Hay
que decir, antes de nada, que en cualquier escuela esotérica tradicional
esta costumbre se estudia y se analiza dejando al margen cualquier juicio
moral apriorístico.
Para explicar esta cuestión hay que remontarse a los orígenes
de las razas humanas y de las grandes migraciones humanas en la noche
de los tiempos.
Cuando se instituye una raza nueva es necesario que, hasta que se consolide
y se afiance el nuevo tipo racial que los maestros quieren desarrollar,
todos los matrimonios se efectúen dentro del mismo grupo racial
e incluso dentro de la misma familia, generalmente entre primos de primer,
segundo o tercer orden.
Recordemos que el rompimiento de este tabú de la raza por parte
de los miembros de la quinta subraza de la raza atlanteana, que habían
sido elegidos para ser la simiente de la nueva quinta raza raíz,
la raza aria, motivó su expulsión de la Tierra de promisión
hacia la que marchaban. De estos semitas expulsados descienden los judíos,
la raza judía, de hoy en día.
La quinta subraza de la raza atlanteana, la subraza semita, fue la primera
raza verdaderamente blanca, pues los atlanteanos eran amarillos, cobrizos
y rojizos, algunos incluso rojo intenso.
Gran parte de los semitas seleccionados para ser el núcleo de
la próxima raza raíz quisieron mantener relaciones con otros
elementos ajenos a su grupo original, lo cual significaba una dispersión
y un derroche de la energía que los maestros habían puesto
a su disposición para ese servicio. Además, se ponía
en peligro la perfección y la pureza del arquetipo que los maestros
querían conseguir.
Ese arquetipo o modelo racial era el cuerpo más apto para expresar
las nuevas corrientes energéticas y espirituales que se avecinaban
para la humanidad. Cualquier otro modelo que no hubiera sido el deseado
por los maestros, y por el Manú de la raza, hubiera sido un retraso,
un dispendio y un disparate que ponía en riesgo todo el mecanismo
de la evolución.
Turbulentos y guerreros, un parte de ciertos individuos de la quinta subraza,
se negaron a aceptar una limitación en algunos temas de su interés,
lo cual motivó su salida del plan que los maestros habían
preparado con antelación.
Los grandes guías de la humanidad exigen que, en este proceso de
generación y de consolidación, en los primeros estadios,
no se introduzca ningún elemento del exterior que pueda alterar
la producción del tipo humano que ellos quieren desarrollar. Se
implanta, por tanto, la ley del tabú de la sangre, que motiva la
expulsión, e incluso la muerte, de los infractores.
En aquellos momentos la humanidad estaba no tan desarrollada espiritualmente.
Desde luego no estaban tan individualizados como ahora lo estamos. Vivían
sobremanera en una especie de intensa conciencia grupal. Cada una de las
grandes familias, o de los grandes linajes poseía un espíritu,
una entidad que le era propia y particular, y cuya influencia y dominio
se extendía a todas las personas que portaban la misma alma familiar.
Decir alma familiar equivale a decir llevar la misma sangre en la venas,
pues la sangre es el vehículo de muchas fuerzas psíquicas
y espirituales.
Los romanos, por ejemplo, daban una importancia exagerada a mantener y
conservar los lazos inmemoriales con los primeros fundadores del grupo
familiar o de la tribu. Esto era así, hasta el punto de que ellos,
frecuentemente, se sentían internamente reducidos a verdaderos
rehenes de estas entidades antiguas, las cuales vivían de hecho
entre ellos, convertidas en fuerzas benefactoras y exigentes, a veces
incluso vengativas y siniestras.
Así ocurre entre los gitanos, hoy en día, que poseen el
tabú de la sangre, a pesar de que, gracias a Dios, esta atadura
con los fundadores de su raza se ha debilitado ya considerablemente.
Exactamente lo mismo, igual, sucede con los judíos y su obcecación
con no aceptar los matrimonios mixtos.
Llegó un momento en el cual, ya estaba consolidado de sobra el
nuevo arquetipo racial, y era necesario que se produjeran matrimonios
de todo tipo, por doquier. Entonces se levantó el tabú
de la sangre y se promulgó la segunda ley: “Creced y multiplicaos”.
Los maestros, que, igualmente, buscaban un cambio en la conciencia de
los pueblos, decidieron prohibir los matrimonios en el seno de las familias.
Esto fue debilitando el lazo que los espíritus familiares mantenían
con respecto a los miembros de las familias.
A menudo romper estos lazos costó cientos de años, hasta
que la sangre que circulaba por el grupo familiar o tribal no se renovó
por completo no se pudo dar por concluido este proceso.
Finalmente, se rompió la influencia y se extinguieron los lazos
psíquicos con los grandes patriarcas de antaño y con los
espíritus de la tribu o la familia.
A medida que se iba desarrollando este plan, el ser humano se iba individualizando
cada vez más más y más, mental, y espiritualmente.
Esta expansión del concepto de la propia libertad acabó
por sí misma con muchas fuerzas de origen astral que pervivían
en el seno del grupo familiar y que a menudo pasaban de padres a hijos,
por ejemplo, la clarividencia, o la facultad de hipnotizar, o ciertos
poderes para la magia y la adivinación, …
La introducción de nuevas sangres desterró para siempre
ciertas fuerzas, en algún caso inferiores, que poseían muchas
tribus y familias antiguas.
Esto nos demuestra que la sangre es a la vez creadora en los planos físicos
y psíquicos pero que también es destructora en ambos planos.
Romper con los espíritus grupales era necesario para poder distribuir
a los seres humanos en grupos mucho más amplios, por ejemplo, en
naciones. Eso significaba que la conciencia humana se expandía
más allá del limitado y pobre círculo del ámbito
tribal u hogareño. Expansión de conciencia también
quiere decir más libertad y más independencia.
Los maestros no quieren autómatas. Ellos quieren individuos que
se rijan por sí mismos y que se gobiernen por sus propias conciencias.
No por otras entidades o por tiránicos guías que anulen
nuestra divina libertad, la cual es la primera característica de
nuestra divina alma.
En definitiva, prohibir o desaconsejar los matrimonios en el seno de las
familias contribuyó a crear seres interiormente libres, capaces
de seguir sus propios caminos. Porque cuanta menos mezcla de sangre hay
en un grupo, tanto más cerrado es este, y tanta más influencia
hay de los espíritus de la raza (lo que se llama “los antepasados”).
Entonces, cuando así ocurre, todos los miembros de esa rama familiar
o racial se ven impelidos a marchar por el mismo trillado camino de antaño,
siguiendo siempre el mismo y estrecho sendero de evolución.
Y no olvidemos que para cada ser humano guarda un rayo nuevo de luz el
Sol, y un camino nuevo Dios.
Juan
Ramón González Ortiz
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