
Recuerdos
de mi vida junto a Vicente (II)
J.A./J. R.G.O.
18
de junio de 2024
Juan
Ramón:
¿Qué tipo de vida llevaba Vicente, los años
que tú le trataste? ¿Era dura su vida? ¿Sufría
por su vida tan austera?
¿Cómo
era Vicente personalmente? ¿Era paciente y comprensivo? ¿Alguna
vez fue exigente o duro en su trato?
Javier:
Vicente llevaba una vida muy austera y sencilla, ya que él
era austero y sencillo en todo su ser y en su forma de manifestarse.
Creo que es posible que sufriera por su situación, pero jamás
dio muestras de ello. Siempre se le vio muy natural y sin dar el menor
indicio de que no estuviera de acuerdo con aquella vida. Aunque sí
recuerdo algo que me dijo en varias ocasiones. “Cuando termine de
escribir mi décimo segundo libro me iré”.
Aquella frase llevaba una carga del reconocimiento de una vida que
le pesaba en demasía. Me dejó muy claro que el Maestro
le había encomendado aquel trabajo y que cuando lo terminara,
su vida habría cumplido la misión para la que vino a
este mundo.
Me invitaba a comer en su casa y lo hacía casi siempre que
me era posible ir a Barcelona a sus charlas y meditaciones. Yo entonces
vivía en Palma de Mallorca.
En aquellas comidas en familia, donde estábamos solo los tres,
Leonor, su esposa, él y yo, todo transcurría de forma
suave y agradable. En aquellas comidas me reveló muchas cosas
propias de mi vida interior en el Ahsram, que yo desconocía.
Una cosa que me marcó de forma total, fue cuando me dijo, que
hacía unos años el Maestro le había advertido,
de que llegaría a conocer a un hombre joven, que llegaría
a él completamente desesperado de la vida, buscando lo oculto
y la verdad, con extrema desesperación y en una situación
de salud muy precaria.
Me dijo que ese hombre era yo, y que ambos veníamos enlazados
durante muchas vidas en la búsqueda espiritual.
Después de comer se retiraba siempre a una siesta. Según
decía, iba a entrevistarse con el Maestro a su casa en un valle
del Tíbet.
Cuando se retiraba a descansar, su cara resplandecía de felicidad,
y cuando volvía de ese corto reposo, volvía renovado
y con una energía que superaba la simple recuperación
de energía después de una siesta.

Vivía la vida con una intensidad envidiable, incluso a pesar
de que ésta no le había sonreído en ningún
momento.
Le gustaban las cosas sencillas y bellas, la naturaleza. Era muy natural,
cercano y divertido.
Era profundo cuando la situación así lo disponía.
Era de un trato muy amoroso con todos, pero también era firme
y con una autoridad a la que no te podías resistir cuando la
circunstancias así lo requerían, sin llegar nunca a
ser autoritario.

Le encantaba la música, en particular la ópera, y sobre
todo le fascinaba cantar y reír.
Siempre que comíamos juntos en grupo, nos pedía que
contáramos chistes, con los cuales disfrutaba muchísimo.
En muy contadas ocasiones, le vi quejarse por situaciones duras o
desagradables, y si éstas se presentaban, muy rápidamente
les daba la vuelta, comprobándose cómo lo había
superado, o, al menos, lo había digerido completamente.
Cuando pude verle en los últimos días de su vida, en
un lugar apartado del Pirineo español, lejos de Barcelona,
se quejaba de que aquel no era el sitio donde quería pasar
los últimos días de su vida. Allí se encontraba
aislado de sus amigos, que éramos todos los del grupo, a los
que nos consideraba como hijos suyos.
Desgraciadamente, no nos dejaron llegar a verle con la frecuencia
que él y nosotros hubiéramos deseado.
Mientras que él nos echaba de menos, sus personas más
cercanas nos habían apartado de él.
Se supone que era para no molestarle, ya que su final fue agotador
y doloroso. Quiero entender que lo hacían con buen criterio,
pero él no tenía esa idea y se rebelaba contra aquella
situación. Así me lo manifestó.
A pesar de todo, no le vi quejarse más allá de aquellas
palabras.
Tengo que aclarar que tanto yo como Ramón Lluçia y algunos
más, éramos muy cercanos a él, pero se ve que
en algún momento dado, y sin que supiéramos la causa,
caímos en desgracia y se nos apartó del entorno íntimo,
justo cuando Vicente fue perdiendo fuerza y energía. Aquello
fue muy doloroso para nosotros, pero creo que lo fue mucho más
para él.
Aquella etapa fue dura, muy dura para los que le queríamos
como un verdadero padre, y a quienes él nos quería como
a hijos suyos, también.
Quitando aquellas amargas ocasiones, la gran mayoría de las
veces fueron momentos sublimes y muy agradables.
En aquella visita de despedida final, me recomendó que me apuntara
a la Escuela Arcana para profundizar en mis conocimientos esotéricos,
y también me dijo que en unos años encontraría
en mi vida a una persona, que sería mucho más importante
que él, espiritualmente, y que también estábamos
relacionados desde muchas vidas atrás.
Esta persona según me dijo, “no era blanca”, y que la reconocería
como tal, nada más verle. Pasaron muchos años después
de aquellas palabras, pero su pronóstico se cumplió
al pie de la letra.
Hace unos 33 años conocí a esa persona, y desde entonces
mantenemos una fraternal y estrecha amistad, en donde priman nuestros
intereses de carácter espiritual. Además de todo ello,
este hombre ha sido el artífice de que, en mis múltiples
crisis existenciales, en las que he visitado el otro mundo, no llegara
a quedarme allí.
Recuerdo vívidamente, aquellas noches después de sus
conferencias en “Los Amigos de la India”, o en las “Meditaciones que
hacíamos en alguna casa de alguien del grupo”, cuando cenábamos
en bares de menús muy económicos.
Tenía que ser así, para que todos pudiéramos
pagar el menú, ya que no todos tenían un gran poder
adquisitivo.
Además, el no dejaba que se le invitara, siempre quería
pagar su parte, así que, para invitarle de vez en cuando, teníamos
que organizarnos entre unos cuantos y hacerle trampas.
Aquellas cenas además de ser unas experiencias maravillosas
de fraternización, eran súper peligrosas para los de
estómago delicado, pero llenas de vida y de pasión espiritual
por vivir una vida superior.
Salíamos de aquellas reuniones pletóricos de energía.
Sus enseñanzas, siempre sencillas, pero absolutamente profundas,
nos adentraban en un vivir extraordinario. Aquellos ambientes Divinos,
llenos de Alquimia Angélica requerían, según
Vicente, la necesidad de expandir y canalizar tanta energía,
siendo las cenas el medio para ello.
Aquellas cenas, de comida incomible, eran el complemento perfecto
donde desaparecían las frustraciones, las tristezas y sufrimientos
diarios de cada uno, en una comunión fraternal de almas, que
no de personalidades.
En muchas ocasiones nos dijo que la energía que recibíamos
en aquellas meditaciones, era tan fuerte que era necesaria una expansión
de risa y de alegría para darle salida y canalizarla.

“Siempre decía, “no hay nada más triste que un esotérico
triste”.
Sin la menor duda, Vicente nos estaba enseñando de forma práctica
y, a su vez, inyectándonos lo que era la Vida del Ahsram.
Era un verdadero Líder, no por lo que decía, que también,
sino porque todo él transmitía una energía poderosa,
sin empujar, sin forzar, sin trasmitir ninguna doctrina, ya que nunca
trató de imponer la menor doctrina de nada, ni religiosa, ni
política, ni social.
Una frase suya que ha quedado para la posteridad fue:
“La verdad ha de presentarse de tal forma, que ate sin convencer,
y convenza sin atar”.
Nos contaba y nos trasmitía aquellas vivencias que él
tenía en el Ahsram y, con ellas, nos infundía la poderosa
y profunda Vida que en ellas había oculta.
Nos
inyectó en vena esa Paz y ese dinamismo de la Vida Superior,
que no hay otra forma de obtener, si no es viviéndola. ¡Él
nos la hizo vivir!
“Su liderazgo, y su energía, lo exhalaba como las flores exhalan
su perfume”.
Nunca le vi imponer su voluntad a nadie, se adaptaba a lo que había,
fuera lo que fuera, y si no le gustaba, antes de que nos diéramos
cuenta, estaba lejos de ese ambiente.
Si analizamos su vida desde el punto de vista económico-físico,
podríamos afirmar que era una persona, económicamente
pobre, no tenía pensión de retiro y vivía en
un piso muy pequeño y antiguo del barrio de Gracia de Barcelona.
Creo que era un tercero o un cuarto, pero seguro que era sin ascensor.

El barrio era un barrio de trabajadores, de gente humilde, pero de
mucha tradición en Barcelona.
En aquella época, en todas las ciudades españolas, se
vivía con una total seguridad, sin miedo a la delincuencia,
que era muy escasa y muy controlada, y en aquel barrio se respiraba
paz y tranquilidad a cualquier hora del día y de la noche.
En estos momentos actuales, por desgracia, creo que este barrio se
ha degenerado y degradado muchísimo, pero en aquellos años
podías pasear a cualquier hora del día y de la noche,
sin el menor peligro a ser asaltado por nadie.

Tanto Vicente como Leonor, su esposa, se encontraban muy bien en el
barrio y en su casa, que era su refugio. Tanto el portal como la escalera,
de una comunidad de vecinos, siempre estaban muy limpios. El piso,
que era muy pequeño, estaba súper limpio y ordenado.
Para ellos, su vida humilde no era un tema de preocupación,
a pesar de que se relacionaban con todo tipo de personas de muy diferentes
niveles sociales. Nunca les vi sentirse inferiores por ello, ni quejarse
de sus limitaciones, en este sentido.
Para ellos no existía ninguna limitación, al menos en
los momentos que yo les conocí.
Conforme fuimos profundizando en la amistad, bien pronto, me dijo
que veníamos enlazados desde hacía muchas vidas. También
me fue relatando aspectos de su vida que me parecieron muy duros,
pero en sus palabras no se sentía la menor queja, ni odio,
ni resentimiento hacia aquellos que tanto dolor le infligieron.

Lugares
descritos en el libro de Vicente: Mis experiencias espirituales. Por
dos veces "su Ángel " le salvó de un obús,
en la primera ocasión, y en la segunda, tanto a él como
a sus compañeros, de un terrorífico bombardeo que dejó
los campos llenos de muertos.
Alcubierre,
dos relatos de guerra

Fue tan doloroso para
Vicente, que apenas habló de aquellos años aciagos.
Desde la Sierra de Alcubierre se pueden divisar al Oeste: Zaragoza,
el Moncayo y los Montes de Zuera. Al Este -Sur: los Monegros. Al Norte:
los Pirineos.
https://costraypus.blogspot.com
/2024/01/ermita-de-santa-cruz-y-punta-del.html
A Vicente le tocó vivir la guerra civil española en
la zona roja o republicana, la que perdió la guerra.
Es cierto que él era de pensamiento republicano o liberal,
pero la guerra te tocaba en donde estabas y en la mayor parte de las
veces no podías cambiar de bando a no ser que desertaras.
Debido a su nivel cultural y al magnetismo que tenía, rápidamente
le fueron ascendiendo de grado, y para cuando quiso darse cuenta era
Comandante de Artillería del ejército republicano.
A pesar de ser catalán de nacimiento, siempre le oí
hablar español, aunque el catalán lo hablaba de nacimiento.
Si alguien le preguntaba por qué no hablaba en catalán,
respondía que su idioma era tanto el español como el
catalán, pero que el español era el idioma que nos hermanaba
a todas las naciones que hablábamos el mismo idioma, que era
un idioma universal y de unificación entre hermanos.
Al terminar la guerra fue directamente a prisión, debido a
su rango de jefe. Creo recordar, según me dijo, que pasó
unos nueve años en la cárcel.
Después de la guerra, España quedó arrasada y
bloqueada internacionalmente, lo que generó una hambruna muy
profunda y generalizada durante más de diez años.
Lentamente y con mucho esfuerzo por parte de todos los españoles,
se pudo recuperar.
Los que sufrieron con especial intensidad esta hambruna fueron ciertos
presos de carácter político.
A él le consideraron “no afecto al régimen” y eso le
supuso una exclusión extrema, en la cárcel y después
al salir a la calle, fue lo mismo o peor.
Según me contó, en la cárcel sus compañeros,
le llamaban “el mudo”, por su total aislamiento, en una continua meditación,
en profundo silencio siempre, en un rincón de la celda común,
donde se encontraba recluido y hacinado con otros muchos presidiarios.
Es notable la dureza de aquellos años, para una persona de
su extrema sensibilidad ante la de sus compañeros de celda
y los vigilantes, que posiblemente sin ser malas personas, era gente
básica y elemental, con la que él, difícilmente
podría comunicarse.
Llegó un momento en la cárcel, que no había comida
para nadie y a los presos, apenas les llegaban las peladuras de fruta,
de patatas y poco más.
Sus compañeros y él se tenían que pelear para
poder comer aquella basura que les daban.
Así que, viendo la forma animal en la que tenía que
luchar para comer, en un momento dado, decidió no volver a
pelearse para conseguir aquella comida basura, y decidió dejarse
morir.
Cuando llevaba unos tres días sin comer nada, completamente
decidido a morir de hambre, se le presentó el Maestro Kuthumi
y le dijo: “Tienes que seguir la lucha por la comida y seguir vivo
y fuerte, ya que te necesito en el futuro para un trabajo específico,
muy importante. Esta situación que vives, forma parte de tu
karma y tienes que enfrentarlo, por doloroso que sea para ti, para
poder progresar y llegar a la preparación necesaria, para el
trabajo que necesito que hagas para la Humanidad”.
Según me contó, entonces con gran dolor y un esfuerzo
sobrehumano, tuvo que volver a la pelea para poder comer aquellas
basuras y no morir de hambre.
Después de ser liberado de la cárcel, salió al
mercado de trabajo. No había mucho empleo y el poco que había,
no se lo daban a él, por lo que no podía encontrar nada…
le habían puesto un sello en el DNI,
que
decía, “DESAFECTO AL REGIMEN”.
Con aquella marca, solo podía encontrar trabajos muy marginales.
La situación llegó a ser tan difícil, que no
tenían ningún dinero ni para comer, ni esperanzas de
cómo conseguirlo.
Entonces entre los dos, su mujer y él, según recuerdo
que me dijo, tenían la cantidad de unas dos pesetas. Para aquella
época esa cantidad tenía cierto valor. Era lo que daban
a los pobres, como limosna, la gente con dinero.
Sin la menor esperanza de poder conseguir trabajo alguno, no había
posibilidad de tener dinero, y aquella cantidad no era nada, igual
solo para comer pobremente un día.
Además, de ninguna manera estaban dispuestos a mendigar, ni
siquiera para comer.
Otra vez, y en esta ocasión entre los dos esposos, decidieron
dárselo a un pobre con el que se cruzaron.
Cuando subieron a su casa sin un céntimo, se recluyeron allí
para morir de hambre, sin la menor esperanza de nada.
A los pocos días de recluirse y sin comer nada, fue cuando
un conocido de ellos, Juan Martí, se enteró de la situación
en la que se encontraban.

Juan Martí era un gran astrólogo y profundo conocedor
esotérico y era seguidor, ya por entonces, de Vicente.
Este hombre era un prestigioso fabricante textil, de la zona industrial
de la provincia de Barcelona, con fábrica propia. Y habiendo
tenido conocimiento de lo que les pasaba, se puso en contacto con
ellos para darles una opción.
Le ofreció a Vicente un trabajo en su fábrica, pero
sin tener que ir a trabajar allí.
La fábrica estaba en Mollet del Valles, a algunos kilómetros
de Barcelona capital.
Juan Martí, le propuso a Vicente lo siguiente: “Usted cobrará
como mi empleado, estará en la nómina de mi fábrica,
pero no tiene que venir a trabajar, su trabajo es escribir los libros
que el Maestro Kuthumi le tiene encomendado y dar las conferencias
que está dando y las que tenga que dar en el futuro. Ese será
su trabajo y yo me encargaré de que no les falte nada, nunca
más”.
Juan Martí, cumplió sus palabras hasta el final de sus
días, pagando además muchos gastos médicos y
otros que, con seguridad, se fueron planteando a lo largo del tiempo.
Con estos episodios, de una existencia extremadamente dura, exenta
de cualquier holgura económica, de un abandono social total,
fue trascurriendo la vida de Vicente Beltrán Anglada.
Como a todo discípulo espiritual, las situaciones terminales
se le resuelven en el último momento. Era un discípulo
espiritual de una elevación tan grande, que es casi imposible
encontrar a nivel mundial en encarnación.
No puedo decir con qué iniciación abandonó esta
vida, ya que la desconozco. No me fue permitido saberlo. Además,
él jamás respondía a esas preguntas, a pesar
de que en infinidad de veces le preguntaron, qué iniciación
tenía. Él siempre respondía a esas preguntas
de la misma forma: ¿a usted qué le parece?
Pero ateniéndonos a su dura experiencia vital, aquellos que
tienen conocimientos profundos sobre las Iniciaciones, pueden sacar
sus propias conclusiones.
Jamás quiso que se le llamara Maestro, siempre decía
que él, era un discípulo como todos nosotros, que solo
tenía el privilegio de tener el contacto autoconsciente con
los Maestros de la Jerarquía Planetaria, para hacer un trabajo
determinado.
A pesar de su humildad personal, fue el encargado de dar a conocer
“el Agni Yoga” a nivel mundial, con su libro titulado “Introducción
al Agni Yoga”.
Personalmente era muy simpático, muy amable, muy educado y
gentil en su trato con todo el mundo y muy contenido ante la mala
educación, la prepotencia y la falta de respeto de algunos
interlocutores.
También es cierto que, después de pasar muchas horas
juntos, en la intimidad y en muchas conferencias, pude ser testigo
de muchas situaciones, y la gente era casi siempre amable, educada
y respetuosa con él.
Recuerdo como algo muy especial, que siempre, al comenzar sus conferencias,
como es normal, todo el mundo hablábamos entre nosotros, a
la espera de su intervención.

Entonces, cuando él quería comenzar la conferencia,
cerraba los ojos y entraba en silencio y en nada de tiempo, quizás
no llegara a un minuto, todos los asistentes, por muchos que estuviéramos
y por muy despistados que estuviéramos, nos callábamos
y dirigíamos de forma automática nuestras miradas y
atención a él, creándose un profundo silencio
en la sala.
De esta forma aglutinaba, con un magnetismo insólito, la atención
de todos los asistentes creando un ambiente realmente Angélico.
Aquello era verdadera Alquimia Superior. Su capacidad natural de modificar
el ambiente donde se encontraba, era la capacidad que tenía
de invocar a los Ángeles que venían a asistirle en su
cometido.
En muchas ocasiones fuimos testigos de la presencia del Maestro Kuthumi
y su aura nos envolvió en un abrazo de un AMOR jamás
vivido, al menos, por mí.
Soy una persona muy racional, a pesar de que estas vivencias puedan
denotar todo lo contrario para los neófitos en estos temas,
pero jamás me dejo llevar por la emocionalidad ni por la emotividad.
Jamás me dejo llevar por situaciones que no controlo, o por
situaciones que no entiendo, por muy bonitas que puedan parecer.
Tengo que racionalizar todo lo que me rodea para poder creer en ello,
pero no por eso me cierro a nada, ya que he podido ver a lo largo
de mi vida que no hay nada nuevo y que por mucho que no lo veamos,
hay muchas cosas que existen por encima y a pesar nuestro, aunque
seamos incapaces de explicarlo “científicamente”.

Digo esto último para que quede muy claro que mis percepciones
y las repuestas a estas percepciones, no responden a las de una persona
impresionable por una personalidad poderosa o envolvente, sino a la
discriminación quirúrgica de cualquier situación
ambiental, sin dejarme llevar por situaciones agradables o envolventes,
sino por el análisis de las vivencias.
En muchas ocasiones, he vivido situaciones muy difíciles de
diferenciar lo real de lo irreal y jamás decido su categoría
hasta no haber pasado por el tamiz de la mente.
Hay muchas anécdotas que viví con Vicente y que poco
a poco podremos ir desgranando en estas entrevistas.

Fueron anécdotas que marcaron mi vida de forma permanente,
y que, a partir de ellas, nada fue igual en mi vida y, sobre todo,
me permitió ser seminconsciente de la presencia del Maestro
Kuthumi, entre otras cosas, y que, en ciertos momentos de graves crisis
existenciales, me ha ido visitando a lo largo de mi vida.
J.
R. G. O. y J. A.