El origen del pueblo judío
Por Juan Ramón González Ortiz

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No muchas informaciones tenemos acerca del origen de los semitas, la quinta subraza de la raza atlante.
Esta subraza estaba destinada a ser el núcleo generador de lo que después se llamaría la raza aria.
Recordemos, necesariamente, que el término “semita” no equivale, para nada, a los modernos judíos. Se trata únicamente de su lejana raíz.
Los únicos datos verdaderamente aceptables, por nosotros, sobre este tema son los que transmite Blavatsky en La doctrina secreta, así como los que proporciona Annie Besant, esta última autora frecuentemente colaboraba con el excepcional clarividente Charles Leadbeater formando así una pareja investigadora de altísimas capacidades y sabiduría. Este trío de autores posee una gran solidez y una enorme intuición para penetrar en el pasado oculto de la Tierra que, modernamente, nadie tiene.
En resumidas cuentas, esto es lo que nos exponen: los primitivos semitas nacieron en la parte noreste de la Atlántida, es decir, en la región que ahora ocupan Irlanda y Escocia. Durante siglos y siglos se dedicaron a la pesca y a la caza. Con el paso del tiempo, decidieron emigrar hacia el este, hacia Europa, y hacia el Turkestán. A partir de ahí, se extendieron por los valles de Mesopotamia y por Arabia. Los semitas también se expandieron en otra dirección: hacia el oeste, es decir, hacia lo que hoy es Norteamérica. Esta migración sucedió hace 100 000 años, o al menos entre 43 000 a 22 000 años. Desde América, los semitas se dirigieron hacia lo que actualmente es África y Arabia, después entraron en Europa y se dirigieron a Asia.
No disponemos de datos acerca de cómo fue la larga estancia de este grupo humano en Europa. Tal vez diversos descubrimientos que se han atribuido a otros grupos pertenezcan a los semitas.
Los semitas originales eran de piel blanca. En el folclore nórdico, debido a esta característica, fueron llamados Nibelungos, o “hijos de la niebla”, pues los atlantes eran rojos, con diversos matices, o amarillos.
Además, en esa época la atmósfera terrestre era neblinosa por contener un altísimo nivel de condensación. Hacia la mitad de la era atlantaena, las inundaciones fueron continuas, provocando así que el mar cubriese la mayor parte del globo terrestre. Pasadas esas gigantescas inundaciones, la atmósfera se fue limpiando de brumas y nieblas.
Este punto de evolución se indica en la Biblia con la presencia del arco iris, que Noé ve por vez primera, pues antes, debido a la atmósfera brumosa, hubiera sido imposible poder contemplarlo.
El Manú decidió que había llegado el momento de innovar la raza y decidió preparar ya la futura quinta raza. Así pues, dispuso que el núcleo de la siguiente raza sería una colonia escogida de miembros de la subraza semita, o quinta subraza de la raza atlante, más algunos miembros también de la sexta subraza, la acadiana (o acadia, también blancos), junto con algunos de la cuarta subraza, la turania. Se establecieron unas reglas severísimas en lo que concernía a la mezcla de sangre entre semitas, por un lado, y, por otro, los miembros de las otras dos subrazas.
Desdichadamente, los semitas, o al menos una parte de ellos, no respetaron estas reglas. Conscientemente, violaron los mandatos que habían recibido y contrajeron uniones con familias ajenas a su grupo.
Esta mezcla se efectuó mucho antes de la aparición de su patriarca, Abraham. De hecho, el tipo judío surge, tras la desaparición de la isla de Poseidonis, por la mezcla de los elementos de la cuarta, quinta y sexta subrazas (la turania, cuarta; la semítica, quinta; y la acadiana, sexta subraza), a los que se añadieron después elementos indo europeos.
Esto era un crimen abominable, pues cuando el jefe de una raza se propone forjar nuevas facultades para una nueva raza, la mezcla de sangres tiende a desbaratarlo todo.
Los guías no tuvieron más remedio que abandonar a este grupo díscolo y rebelde. La verdad, es que los primitivos semitas, los semitas originales, ya eran de por sí pastores agresivos, materialistas, turbulentos y muy poco inclinados a cualquier tipo de disciplina.
Sin embargo, también hubo familias semitas, profundamente espirituales y obedientes, que aceptaron las normas y siguieron viviendo dignamente según los sagrados preceptos que marcaban sus vidas.
Estas comunidades se reagruparon bajo la guía de maestros iluminados y se expatriaron en dirección al Gobi. Estos grupos fueron creciendo lentamente.
De estas comunidades deriva la actual raza aria.

Así es como los semitas, o al menos una parte de ellos, pasaron de ser el pueblo escogido a ser el pueblo expulsado y perdido. Su castigo fue no ser el núcleo de la futura quinta raza.
Y, aun así, hoy en día, los actuales judíos, descendientes de estos semitas, se siguen considerando una raza aparte de todas las demás. Nada más y nada menos que “el pueblo elegido”. De hecho, han inculcado a sus descendientes un absoluto desprecio, odio incluso, por las uniones con cualquier otro pueblo que no sea el mismo que el suyo.
Esto ha generado una extraña paradoja: los rebeldes, que en otro tiempo se unieron con miembros ajenos a su tribu, ahora permanecen fieles a su sangre y no toleran el matrimonio con un “gentil”.
Una vez que fue creado y establecido ya el arquetipo de la nueva raza aria, no tenía sentido que los judíos perseveraran en su aislamiento, en esa segregación en la que se habían instalado por deseo propio. Por tanto, los guías de la humanidad se esforzaron por reconducir a este díscolo pueblo a unirse a las otras razas a fin de que pudieran salir de la reclusión y de la cerrazón total en la que vivían. Fueron exiliados una y mil veces. Así nos lo cuenta la Biblia. Sin embargo, los judíos persistían en su pretensión de ser un pueblo aparte.
El maestro Jesús llegó como uno de su raza, sin embargo, no solo no lo escucharon, sino que además lo rechazaron y prefirieron a Barrabás. Seguramente, esto colmaría la paciencia de los Maestros.
El pueblo judío fue esparcido por toda la tierra para que, siendo un pueblo apátrida, acabase por fusionarse con los demás pueblos del mundo. Pero de nuevo, se encontraron con la obstinación y la cerrazón más absoluta. Y ni siquiera en esas duras condiciones cedieron.
En Psicología Esotérica, el Maestro Tibetano, nos dice
“Los judíos forman un grupo donde el principio de separatividad es muy pronunciado. Durante épocas han obedecido terminantemente los mandatos del Antiguo Testamento y han insistido en considerarse un pueblo privilegiado. En el transcurso de los siglos se han mantenido apartados de los demás pueblos del mundo. Ahora, como resultado de ello, evocan, de las razas entre las cuales están diseminados, el correspondiente deseo de obligarlas a mantenerse apartadas. De acuerdo a la ley, extraemos de los demás lo que está presente en nosotros, y dicha ley no exceptúa a ninguna raza o nación”.

El Maestro Tibetano expone también que el pueblo judío, mejor dicho, los semitas díscolos, de los cuales descienden los modernos judíos, se manifestaron incapaces da abandonar todos sus logros materiales cuando se les pidió que así lo hiciesen, de cara a conseguir una mayor recompensa espiritual. En los umbrales de la iniciación, ante el pórtico sagrado del Espíritu, se negaron a desprenderse del fruto de su trabajo material.
En consecuencia, y por deseo propio, no siguieron adelante y permanecieron detenidos, estancados, unidos a las formas materiales, las cuales habían preferido por encima de la iniciación o de la Sabiduría.
Parece ser que, a día de hoy, poco a poco el pueblo judío va superando su espejismo separatista y la conciencia de ser “el pueblo escogido”, olvidando lentamente su orgullo mental y su incapacidad de evolucionar.
En el futuro el pueblo judío se unirá a las razas más avanzadas. Esta unión se producirá en Estados Unidos, verdadero crisol de todas las razas del planeta.
Juan Ramón González Ortiz




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