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UN VIAJE AL CORAZÓN

DEL MISTERIO DE JESUCRISTO (2/3)

Jesús Zatón


El Jesús zelote y la violencia mesiánica

A medida que mi investigación avanzaba, una de las tensiones más irreconciliables que encontré residía en el propio discurso de Jesús. La imagen del maestro manso y humilde, que nos pide amar a nuestros enemigos, chocaba frontalmente con destellos de una retórica autoritaria y violenta.

Ningún pasaje encarna mejor esta contradicción que la conclusión de la parábola de las diez minas.
La cita, que se encuentra en el Evangelio de Lucas, capítulo 19, versículo 27, es brutal en su literalidad. Tras narrar la historia de un noble que parte a recibir un reino y regresa para ajustar cuentas, la parábola culmina con esta orden: "Pero a aquellos enemigos míos que no querían que yo reinara sobre ellos, traedlos acá y degolladlos en mi presencia".


La teología tradicional se ha esforzado durante siglos en suavizar esta frase, relegándola al ámbito de la alegoría sobre el Juicio Final. Sin duda, esa es una capa de significado. Pero en mi investigación, aprendí a no descartar el contexto histórico literal que subyace a la metáfora. Me pregunté: ¿por qué utilizar una imagen tan específica y sanguinaria, tan distinta de las bucólicas escenas de siembra y pastoreo de otras parábolas?

La respuesta, creo, se encuentra en la historia real de Judea en aquella época. La parábola no es una invención abstracta; es un reflejo directo y crudo de la política asmonea y herodiana. El historiador Flavio Josefo nos relata un episodio casi idéntico.

 

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Herodes habla con Jesucristo

A la muerte de Herodes el Grande en el 4 a.C., su hijo Arquelao viajó a Roma para que el emperador Augusto le confirmara como rey. Mientras estaba fuera, una delegación de judíos influyentes también viajó a Roma para protestar contra él, declarando que no querían que reinara sobre ellos. Augusto, sin embargo, le concedió el título de etnarca. A su regreso a Judea, Arquelao desató una brutal represión, ejecutando a unos 3.000 de sus oponentes en el Templo durante la Pascua.


El auditorio de Jesús conocía perfectamente esta historia. La parábola del "noble que parte a recibir un reino" y que a su vuelta ejecuta a sus enemigos no era una fantasía lejana, era una crónica política reciente y traumática. Al usar esta analogía, Jesús no estaba hablando en abstracto; estaba colocándose a sí mismo en el papel del rey legítimo que regresa para reclamar su trono y castigar a quienes lo han rechazado.
Esta no es la única pista. Mi investigación me llevó a identificar otros "fósiles lingüísticos" de esta mentalidad mesiánico-política:

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-La compra de espadas: Justo antes de su arresto, en Lucas 22:36, Jesús da una orden explícita y desconcertante: "el que no tiene espada, venda su capa y compre una". La justificación posterior de los discípulos ("Señor, aquí hay dos espadas") y la respuesta de Jesús ("Basta") ha sido interpretada como una renuncia a la violencia, pero el mandato inicial es inequívocamente militar.
-"No he venido a traer paz, sino espada": Esta afirmación en Mateo 10:34, aunque a menudo espiritualizada como una referencia a la división familiar que causa la fe, tiene un eco literal y poderoso en un contexto de insurrección nacional.


-El círculo íntimo: La presencia de Simón el Zelote (o "el Cananeo", del arameo qan'ana, que significa lo mismo), o a los hijos de Zebedeo como Boanerges ("Hijos del Trueno", posiblemente por su temperamento violento o celo ardiente), no es anecdótica. Los zelotes eran el partido de la resistencia armada, los "celosos" de la Ley que creían en la expulsión violenta de los romanos.

La tradición que identifica a Judas Iscariote con los sicarii (la facción más extrema de los zelotes, que practicaban asesinatos selectivos con dagas) refuerza esta conexión. Un líder no elige a sus lugartenientes por casualidad; sus perfiles reflejan la naturaleza de su movimiento.


La presencia de una machaira (espada corta o daga) en manos de Simón Pedro en Getsemaní no confirma una militancia formal en el partido Zelote, pero sí lo sitúa innegablemente dentro de la mentalidad de resistencia galilea propia de un clima pre-revolucionario.


Históricamente, el hecho de que un pescador portara un arma oculta lo acercaba peligrosamente a la categoría de los sicarii (facción extremista zelote) o lestai (bandidos rebeldes) ante los ojos de Roma. Esto sugiere que, antes de comprender la naturaleza pacifista del Reino, Pedro compartía la expectativa mesiánica zelote: la creencia de que la liberación de Israel requeriría un alzamiento armado inminente contra la ocupación imperial.

 

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Fue así como me topé con el rostro ineludible del Jesús Zelote. No necesariamente un guerrillero, pero sí un pretendiente al trono de David, un líder mesiánico cuya misión tenía una dimensión política innegable. Su entrada en Jerusalén a lomos de un asno no fue solo un acto de humildad, fue una provocación política deliberada, la recreación de la entrada real profetizada por Zacarías. Su purga del Templo no fue un arrebato de ira, fue la toma simbólica del centro neurálgico del poder judío.

 


Todo esto culmina en su ejecución. La crucifixión no era un castigo judío por blasfemia; era la pena romana por excelencia para los delitos de sedición. La inscripción que Pilatos ordenó colocar en la cruz, el titulus crucis, no era una burla, era la sentencia oficial: "Rey de los Judíos".

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Pasión de Cristo, de Mel Gibson

Jesús no murió por declararse "Hijo de Dios" en un sentido metafísico que un pragmático gobernador romano difícilmente entendería, sino por ser percibido como un rey rival, una amenaza directa para el poder del César.
Este Jesús guerrero, cuya memoria resultaba incómoda y peligrosa para una fe que buscaba sobrevivir y expandirse en el Imperio Romano, fue convenientemente suavizado por los evangelistas décadas después. Sus rasgos más combativos se difuminaron, sus proclamas políticas se espiritualizaron. Pero los ecos de su voz autoritaria y regia, la voz del rey que reclama su trono, aún resuenan en esos versículos que, como la conclusión de la parábola de las minas, nos obligan a mirar más allá del velo y a reconocer la turbulenta y apasionada realidad histórica que le dio origen.
Tales indicios llegaron a los Evangelios porque los evangelistas escribieron un palimpsesto. Sobre la historia real de un profeta apocalíptico galileo que fue confundido (o coincidió en métodos) con la resistencia anti-romana, escribieron la teología de un Cristo espiritual y universal. Sin embargo, la "tinta" de la historia original era tan fuerte que sangró a través de las páginas, dejándonos ver al Jesús que caminaba peligrosamente cerca del filo de la espada zelote.

 

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Película La Pasión de Cristo, Mel Gibson


Hay que recordar que los Evangelios se redactaron (en su forma final) después de la destrucción de Jerusalén en el año 70 d.C., en un momento en que los cristianos necesitaban desesperadamente distanciarse de la rebelión judía para no ser aniquilados por Roma .

 

 

El Camino iniciático del Carmelo a Heliópolis

Cuando mi investigación me llevó a seguir las huellas de los "años perdidos" de Jesús, esas dos décadas de silencio entre su debate en el Templo a los doce años y el inicio de su ministerio público, me encontré con un mapa fascinante que se extendía mucho más allá de Galilea.

Las rutas caravaneras hacia el Este me susurraron historias de un joven profeta llamado Issa, registradas en manuscritos tibetanos y persas. Este Issa no era una figura mítica, sino un buscador apasionado, un joven revolucionario espiritual que desafiaba las rígidas castas de la India con la misma audacia con la que, años más tarde, se enfrentaría a la hipocresía de los mercaderes del Templo.

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Autor del cuadro Giandomenico Tiepolo

 

Era él, el Jesús de los "anales ocultos".
Pero, ¿cuál fue el origen de esa sabiduría y esa valentía? ¿De dónde procedía un joven con tal conocimiento y autoridad? La respuesta, según las fuentes esotéricas y las crónicas secretas que tuve el privilegio de consultar para mi libro, no se encuentra en las sinagogas de Nazaret, sino en las alturas del Monte Carmelo.

Continuará

 

 

Jesús Zatón

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