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Experiencias en un viaje al Japón místico y profundo.

Monte Kurama


Javier Antolínez


Este viaje se hizo a iniciativa de un amigo llamado Antonio, que había estado viviendo en un Monasterio Budista Zen.

Durante un año y medio había vivido y participado en sus rituales, y gracias a sus contactos y conocimiento del país organizó el viaje.

 


En el mes de agosto de 2006, a lo largo de unos 22 días, fuimos un grupo de unos 21 españoles y un japonés, quien vino con nosotros como traductor y guía.

 

Fue también un valioso y eficaz compañero de viaje, a pesar de que acabara agotado por las constantes demandas de todos, sobre las historias y traducciones que le pedíamos.

 


Desde aquí quiero testimoniar un profundo agradecimiento a éste japonés, gran persona, del que guardo un entrañable recuerdo.


Antonio, después de este viaje se ha dedicado a organizar viajes a Japón, pero después de haber realizado muchos más, me confesó que nuestro viaje fué el más fructífero en “experiencias místicas” de todo tipo.

 


Visita al Monte Kurama

 


El monte Kurama se encuentra al noroeste de Kioto muy próximo a la ciudad. Se dice que es el hogar de Sojobo rey de los Tengu y donde éste enseñó esgrima a Minamoto no Yushitsune.


Solo este hecho, que parece contrastado, es suficiente para presuponer que los Tengus que allí habitan son poderosos guerreros, tal y como la tradición asegura. Los Tengus que son entidades muy poderosas están presentes en todo el monte que a su vez, además de bellísimo todo él, es también sobrecogedor en muchos de sus rincones y frondosos bosques.

 


El templo Kurama fue construido sobre el año 770 en el periodo Nara, por Gantei, monje que buscaba un lugar tranquilo para meditar.

El monte entero, así como el templo, están considerados parte del tesoro nacional de Japón.


En 1922 el fundador del Reiki, Mikao Usui, decidió subir a un lugar en la parte superior de la montaña llamado OsugiGongen, para ayunar y meditar.

 

A los veintiún días, afirmó que sintió Reiki en su coronilla y alcanzó instantáneamente Satori además del Rei No, don misterioso para sanar.

 

También este monte está considerado como una de las grandes chimeneas CosmoTelúricas del Planeta, por las que según la tradición japonesa, el Planeta se comunica con el Cosmos, lo que le confiere una potencia muy especial a todo él, potencia que se respira al franquear la puerta del templo.

Ni qué decir de los famosos y maravillosos Osen o baños de aguas termales que abundan por todo Japón, también están presentes allí, pero en el monte Kurama hay muchos y están al aire libre.

 

Los antiguos monjes Yamabushi o monjes guerreros, son los encargados de contactar con estos poderosos Tengu.

 

 

Los Tengu de esta montaña son llamados Kurama Tengu y son Tengu Yamabushis, suelen ser de tez roja y nariz muy larga.

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Shinji Shibusawa, maestro Ninja de la escuela Fuma Ryu, contaba que estos seres son protectores del Ninjutsu, también llamado Shinobi jutsu, arte del espía de los Ninjas originarios de Japón en el siglo XII.

 


Esto es una breve introducción para poner en situación y relatar una serie de experiencias que allí nos ocurrieron.


Antes de comenzar el viaje, y con el fin de no vernos condicionados por el conocimiento de la historia de los lugares que iríamos visitando, evitamos tener información de los mismos.

 

De esta forma podríamos valorar las posibles experiencias que se nos fueran presentando, con una mayor ecuanimidad, y sin estar condicionados por cualquier información previa.

 


No cabe duda de que este tipo de experiencias siempre van a estar sujetas a una cierta subjetividad, razón por la cual nuestro desconocimiento sobre el tema nos ayudó a ser más objetivos, a casi todos.

 


Llegamos bien de mañana a la falda del monte, y de entrada, en la primera etapa del acceso a él, vimos la imagen, en una pancarta enorme, del Tengu del que he adjuntado una foto.

Tuvimos que subir un largo camino de escaleras hasta llegar a la explanada donde se encuentra el templo.


Al traspasar la puerta de entrada, se notaba, con una claridad absoluta, un cambio brusco de energía que se volvía mas intensa a partir de ese punto de entrada.

Es algo que nos sorprendió mucho, y que fue una constante en todos los templos que visitamos.


La entrada a los templos, a pesar de que jamás las puertas estaban cerradas, configuraba un cambio de energía que era absolutamente diferente.

 

Era como si una cortina de aire subiera desde los enormes troncos de madera, que hay en esas entradas y que hay que sortear, pasando sobre ellos para entrar.


Entre esta entrada y el templo había, como en todos los templos, una gran explanada.

 

En el centro y delante de la puerta del templo había unas losas de piedra bastante grandes, rectangulares, que conformaban un gran círculo con losas concéntricas, y que envolvían una losa central circular de aproximadamente un metro de diámetro.


Acto seguido entramos al templo donde ya había gente en situación de recogimiento. Pero en mi caso, me tuve que ir al poco tiempo de entrar, debido a que percibí un tipo de energía muy extraña y desafiante que me hizo sentir muy mal, energía que, por otra parte, no pude identificar ni calificar.

 


Al salir fuera del templo, observé que comenzaba a subir mucha gente, algunos de ellos se paraban en las piedras que he comentado. Entonces pude ver algo que me llamó poderosamente la atención.
Se formó una cola de visitantes, al principio no muy grande. Esperaban para colocarse en el centro del círculo de piedras de uno en uno. Se ponían con los pies juntos y los ojos cerrados.


Al poco tiempo de estar en aquella posición, comenzaban a girar formando lo que podríamos definir como un cono invertido, ya que los pies seguían anclados al suelo, siendo la frecuencia de giro y la amplitud del mismo cada vez mayor y sin llegar a caerse.
Aquello llamó poderosamente mi atención y de algunos más de nuestro grupo. Nos pusimos en la misma fila de los japoneses que ya comenzaban a subir al templo, y empezaban a abarrotar la zona.

 

A pesar de que cada vez subía más gente, el nivel de sonido era muy bajo, la gente se movía con mucho respeto y orden, por lo que las vivencias más sutiles eran totalmente posibles.

 


Al principio pensé que los japoneses conocían aquel supuesto fenómeno y exageraban el movimiento, pero al situarme yo en aquel sitio pude constatar que el fenómeno era absolutamente real y muy poderoso.

 


Como llevaba conmigo un péndulo, primero me coloqué en la piedra, lo saqué del bolsillo y aquel, partiendo de la vertical y de un reposo total, comenzó a girar a una velocidad tal, que temí se me rompiera la cadenita que lo sujetaba y el péndulo saliera volando.

Cada vez que paraba el péndulo, y lo volvía a soltar, desde el mismo reposo, se ponía a girar a lo loco, sin hacer yo nada.
Aquello despertó un interés increíble en los japoneses que a pesar de lo respetuosos que son, se arremolinaron a mi alrededor, siempre dejando una amplia distancia de cortesía y, en todo momento, manifestando exclamaciones de asombro sorprendentes. Muchos hacían reverencia y me sonreían, en señal de un afectuoso saludo y admiración por el fenómeno del péndulo.

 

 


Acto seguido guardé el péndulo y repetí lo que todos hacían. Era cierto, el impulso que aquella energía daba, era muy poderoso y, como veía que no caía, abrí los ojos para estar seguro de si aquello era cierto o no. Efectivamente, el ángulo de inclinación, mientras giraba, estaba alrededor de los 30º de la vertical, y seguía girando sin caerme.

 


Algo que constaté también al estar sobre la piedra, era que allí se sentía una energía muy diferente. Tan sólo unos 3 ó 4 metros fuera de allí, todo era más o menos normal. Digo más o menos, porque en ese monte nada es normal.


La visita al monte tiene un itinerario más o menos marcado, que nuestro guía nos recomendó.

 

 

Para ello fuimos hacia un camino que se adentraba en un bosque de árboles impresionantes.

 

Cogimos unos bastones largos, de unos 2 metros, que se encontraban en la entrada del sendero a disposición del que allí llegara. Se suponía que eran para ayudar a caminar por el bosque.

 


A nadie se le ocurría robar ninguno, por supuesto, y, al terminar el recorrido, se volvían a dejar en el mismo sitio.

 


Al poco de adentrarnos en el bosque, comenzamos a ver cómo las raíces de los árboles se encontraban fuera de la tierra haciendo el caminar dificultoso y dando a todo el entorno un aspecto misterioso.

Pero no solo eso, sino que a lo largo de todo el camino se sentía una sensación muy clara de que alguien vigilaba todos y cada uno de nuestros movimientos. Esta sensación fue unánime, y nadie del grupo tuvo la menor duda al respecto.

 

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Después de caminar una media hora por aquel bosque, que parecía encantado, incluso en un día soleado como el que teníamos, llegamos a un templo pequeño donde nos detuvimos a descansar y observar el entorno.

 

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El sitio era una maravilla. En mitad de un bosque tupido de vegetación exuberante y en una pequeña planicie aparecía una edificación sencilla, no muy grande y abierta por completo. En su interior había un altar y unos taburetes corridos a ambos lados del templo y separados por un pasillo central. Esta distribución permitía la posibilidad de sentarse y meditar con recogimiento mirando a un altar sencillo,
en el que únicamente había un cuenco tibetano. Las paredes eran muy grandes y de gruesas.

Templo Osugi-Gongen, lugar donde se dio el Reiki

 


Dentro del cuenco había una rustica madera para hacerle sonar. Todo muy limpio.
Fuera del templo estaban la mayor parte del grupo. No había todavía japoneses, que paulatinamente fueron llegando, al tiempo que nosotros nos marchábamos de vuelta hacia el templo central.

 

 

De esta forma pudimos permanecer solos y tranquilos sin temor a molestar a los del lugar, que eran mucho más silenciosos que nosotros.
Pero nada más llegar templo, el organizador del viaje, Antonio, una mujer del grupo y yo, seguidos de tres más, nos acercamos al altar para ver qué ocurría en él.
Antonio mide 1,85m, es bastante corpulento y tiene una sensibilidad fuera de lo común. Hizo sonar el cuenco.




Todos nos quedamos ensimismados con aquel sonido, muy conocido, pero aquel cuenco tenía una sonoridad especial que nos llamó extraordinariamente la atención, quedándonos absortos ante él.
Voy a describir como estábamos colocados porque es importante; Antonio estaba situado en el centro haciendo sonar el cuenco que se encontraba en medio del altar. A su derecha la joven, delgada, de 1,60 de estatura y de complexión fina. A la izquierda de Antonio, me encontraba yo.
Mientras Antonio hacía sonar el cuenco y nos encontrábamos ensimismados con aquel sonido tan especial, de pronto, con una voz entrecortada se dirigió a mí y dijo: “Javier no puedo moverme, estoy atrapado por algo que no se qué es, me quiere llevar con él”.
Ante esa situación sólo se me ocurrió sujetarle del brazo y al mismo tiempo avisé a la joven que hiciera lo mismo.
Una vez le toqué el brazo, y de forma súbita, cuando parecía que estaba en una especie de trance, sin él hacer absolutamente nada, se levantó del suelo impelido por una fuerza sobrehumana, levantando sus pies casi un metro del suelo, y acto seguido cayó en una situación de total flacidez y semiinconsciencia sobre su propia vertical.
Menos mal que le teníamos agarrado. No se de dónde sacó aquella joven tanta fuerza.
Como pudimos, le llevamos a rastras unos metros atrás para sentarle en uno de los bancos.
En ese mismo instante, mi mujer, que se encontraba fuera del templo, aunque dentro del recinto exterior del mismo, y estando totalmente ajena a todo lo que allí estaba pasando, entró como una exhalación diciendo “¡¡¡¡Antonio, Antonio, que te pasa, te quieren llevar con ellos!!!!”.
Tendido sobre el banco, mientras mi mujer le atendía entre sollozos de miedo, Antonio comenzó a despertar y comenzó a llorar. Parecía que ambos habían sufrido la misma experiencia de una manera simultánea.


Aquellos sollozos, sin la menor duda, denotaban verdadero pánico. Y así lo narraron, después, cuando se tranquilizaron.
No consiguieron explicar lo que habían “visto”, pero sintieron un pánico cerval.

 


No llegamos a saber qué fue aquello, pero, habida cuenta de la cualidad de los habitantes invisibles del monte, podemos suponer que se trataba de algún intento de secuestro por parte de los Tengu del lugar. Esta opinión fue refrendada más adelante al entrar, ya de regreso, al templo central y tratar de acceder al Dojo, situado debajo del altar principal del mismo.
Aquella experiencia dejó muy cansado a Antonio.

 

 


Como decía, al llegar al templo central, quisimos entrar al Dojo, que es donde se reúnen los monjes para llevar a cabo sus rituales más privados. Estaba abierto al público y no parecía que hubiera la menor limitación para poder entrar en él. De todas formas, antes de intentarlo, nos cercioramos bien, para evitar molestar o infringir alguna norma.

 


Conforme bajábamos por las escaleras todo transcurrió de forma normal. En este caso íbamos Antonio y yo juntos hablando. Unos 10 metros por detrás de nosotros venían hablando entre ellas, mi mujer y otra chica del grupo, ambas totalmente ensimismadas en su conversación.

 

 

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Entrada al Templo Kurama

 


Justo en la entrada al Dojo, desde donde se vislumbraba al fondo del mismo la tenue luz de una vela, y justo en el lugar donde la luz de la calle daba paso a la obscuridad del Dojo, de improviso yo sentí un puñetazo muy fuerte, en mitad del pecho, que me dejó sin respiración por unos momentos, sin llegar a ver quién me golpeaba.
Fue un puñetazo dado por alguien a quien no veía y de tan potente contundencia que casi me tira al suelo sin conocimiento. Me dejó sin aliento.
Mientras no salía del estupor provocado por aquel puñetazo, Antonio, con voz muy tenue y casi sin aliento, me dice:
“Javier, si entro ahí, no salgo, me quieren llevar con ellos para siempre”.
Mi mujer que, como decía antes, estaba ajena a aquella situación, y que seguía nuestros pasos, en el mismo instante en el que nos sucedía aquello, ella dio un salto desde su posición detrás de nosotros, enganchó por el brazo a Antonio y arrastrándolo escaleras arriba, le dijo “¡¡¡¡¡¡Vamos Antonio, vamos, que te quieren llevar y si entras ahí, no sales nunca!!!!!!”
Cuando, por fin, los cuatro salimos de los sótanos del templo al aire libre, permanecimos muy afectados y nos costó mucho tomar aire y volver a respirar con normalidad.
Paulatinamente y conforme fuimos relatando aquella experiencia al resto del grupo, que no salían de su asombro, fuimos tomando aliento y nos fuimos normalizando lentamente. Aquella experiencia imprimió en nosotros una huella profunda y un recuerdo imborrable.

Con los años, he ido entendiendo algo mejor aquellas experiencias, al comprender un poco más la complejidad de un país como Japón, una complejidad no solo por su orografía volcánica, sino quizás porque esa orografía, además, parece que da paso a numerosas puertas dimensionales que hacen posible el que seres de otras dimensiones se puedan manifestar de forma habitual y cotidiana en numerosos ámbitos sociales del país.
Quizás, ciertas de estas particularidades hayan modelado el espíritu de este país, que ha hecho que sus gentes sean tan constantes y perfeccionistas, y sean capaces de renacer una y otra vez de sus propias cenizas.
No me cabe la menor duda de que el resto de todos los países del planeta también están habitados por seres invisibles. Pero los japoneses se funden con estos seres invisibles, en un sincretismo insólito.
Sea la religión que sea, la que practiquen, al final su ritual siempre es el culto a los muertos y a las entidades de la naturaleza de su zona, por lo que el Sintoísmo continúa presente en todo y todas las religiones que puedan llegar a adoptar.
Estos hechos han dado lugar a una de las culturas más extraordinarias de nuestro planeta, habiendo forjado en su pueblo un carácter extraordinariamente complejo y sorprendente, un carácter que, a pesar de que el fatídico Nuevo Orden Mundial ha barrido prácticamente en el resto de países del planeta todo atisbo de virtudes muy valoradas antaño, en Japón se siguen manteniendo casi intactas. Se trata del respeto, del honor, y de la palabra dada.
A pesar de todo, no podemos olvidar

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Santuario YukiJinja

que detrás de lo aparente, siempre hay algo oculto, y Japón no es una excepción. Quizás podríamos decir que es un alto exponente de esta característica, ya que siempre, donde existe el bien, también existe el mal, y Japón es ese país donde convive todo en un perfecto equilibrio inestable, que sólo lo rompe la fuerza de la naturaleza que, con cierta frecuencia, se desata y que ellos aceptan con un estoicismo envidiable.

Javier Antolínez

Viaje al Japón místico y profundo 2

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