La famosa pagoda de cinco pisos, Gojunoto.

Experiencias en un viaje al Japón místico y profundo III
Monte Hagurosan
Javier Antolínez


El Monte Haguro (Haguro-San) es una de las Tres montañas de Dewa en la ciudad de Tsuruoka, la antigua provincia de Dewa, un dominio que está constituido por las prefecturas de Yamagata y la actual Akita.

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Al ser la más baja de las tres montañas, sobre los 414m, es a la única a la que se puede acceder durante todo el año.


Un sendero de 2.446 escalones de piedra conduce a su cumbre en medio de árboles Sugi de 600 años.


En el monte se encuentra el cedro abuelo Jijisugi, de 1.000 años de antigüedad y numerosos árboles santuarios.


La famosa pagoda de cinco pisos, Gojunoto, los caminos entre una exuberante frondosidad de verdes de diferentes tonalidades y los grandes helechos a lo largo de todo el monte, se enumeran como parte de los Tesoros Nacionales de Japón, así como el santuario de Sanjingosaiden en la cima del monte, donde se veneran a los espíritus de las tres montañas.


A la cumbre también se puede llegar por servicio de autobús.

 

Además de los peregrinos religiosos, los viajeros, a menudo, se quedan en los alojamientos del templo de Saikan.

 

En este lugar pernoctamos. Fue una noche llena de extrañísimas sensaciones y en la que casi ninguno de nosotros pudo dormir.


Esta montaña además del nombre que he mencionado, se la conoce por el sobre nombre de “la Montaña del Ala Obscura”, traducción al español.

 


Según cuenta la leyenda local, aquel que caminando asciende al templo, después de haber transitado los 2.446 escalones y siente la presencia de las entidades del monte, es como si hubiera tenido una iniciación.


Estas entidades no parecen nada amigables, son negras, muy próximas a la materialidad física, y si se acercan a alguien, se las puede ver muy fácilmente.


Las viviendas que rodean al monte se encuentran todas ellas con protecciones Tori, lo que demuestra que los lugareños no las tienen todas consigo y procuran evitar sus visitas. Sin la menor duda, son entidades o tengus muy agresivos y nada hospitalarios.

El propósito de los monjes de bosque, según nos contaron, es mantener controladas a estas entidades.

De forma continuada y diaria, a determinadas horas del día y de la noche, bajan por el monte desgranando oraciones en los diferentes templos del mismo. Todo ello haga frío, calor, llueva, nieve, en cualquier condición, tanto de día como de noche.


La entrada a la montaña es espectacular, de una belleza desbordante, debido a su espesa y exuberante vegetación, dando paso a una mayor obscuridad que predomina en todo el trayecto.

 


El ascenso supera cualquier expectativa que hubiéramos podido tener al principio: árboles milenarios, cuya sola presencia intimida; un suelo cubierto de helechos, de casi un metro de altura, conformando una alfombra de vegetación exuberante.

 


La humedad procede de interminables corrientes de agua que recorren el monte por todas partes. El agua es la protagonista de este monte.

Riega y alimenta un bosque milenario, guardado con extrema exquisitez por estos monjes de bosque, que además cuidan, de forma extraordinaria, la vida entera de todo lo que allí existe.


No sólo lo cuidan, sino que lo veneran con una dedicación mística extraordinaria.


En aquella visita nadie presagiaba lo que luego nos ocurriría a lo largo del día y de la noche.

En realidad al desconocer muchas o casi todas las historias que de allí se contaban, creo que éramos visitantes no deseados por las Entidades del lugar, que de hecho nos lo dejaron muy claro.


Para nosotros solo era una visita más, a un monte que ya sabíamos mágico, y que sin la menor duda, esta visita, siempre estaba impregnada del misterio que siempre oculta Japón en todos sus mágicos rincones.

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En realidad, en aquella visita, el que se llevó el regalo fui yo. Un regalo envenenado que me ha ido sacando lentamente la energía a lo largo de prácticamente 10 años.

 


Las cosas sucedieron de la siguiente forma:


Al entrar al monte decidí ir quedándome poco a poco solo, con el fin de poder ir percibiendo, todo lo posible, cuantas experiencias metafísicas que aquel bosque me pudiese deparar.

 

En realidad casi todos estábamos abiertos a lo que el monte nos pudiera ofrecer.


El parloteo de mis compañeros, en este caso, lo veía como una molestia, en vez de una compañía. Además, me sentía muy seguro en cuanto a protecciones, ya que llevaba una que estaba conmigo desde hacía algo más de seis años y que me había librado ya de mil problemas. Aquello me daba mucha seguridad y tranquilidad.


Aquel día llovía de forma moderada y estaba cubierto con nubes bajas, por lo que dentro del bosque, aquella lluvia era una continua llovizna muy fina, similar al sirimiri vasco.


Si al conjunto misterioso del monte, le sumamos que ya era una hora próxima al anochecer, podemos imaginar el halo de tenebrosidad extraordinaria que el bosque encerraba.

Conforme ascendíamos por las escaleras de piedra irregulares, en un camino amplio y serpenteante, todo fue normal.

Belleza desbordante, lujuriosa vegetación, árboles cuales columnas de una catedral…

Todo un conjunto muy bien cuidado que al mismo tiempo se mantenía salvaje, de forma concienzuda, por alguien muy dedicado a ello.



Llegando más o menos a la mitad del recorrido, sin perder el menor detalle de aquel bosque extraordinario, de pronto, a la izquierda del camino, vi dos árboles enormes muy juntos ,y que al fijarme más en ellos, pude observar que ambos salían de uno solo, de una sola raíz.


No sé por qué causa, aquello me dejó como hipnotizado. Me pareció algo tan extraordinario, que me hizo acercarme al árbol y, según lo hacía, descubrí un estrecho sendero, limpio de helechos, detrás de los árboles gemelos.


No pude resistir la tentación de adentrarme en el sendero, muy a pesar de la advertencia de la presencia de ciertas serpientes venenosas que habitan el lugar y que se esconden entre la masa de helechos.


A los 20 metros más o menos, dentro de ese estrecho sendero, de pronto se abrió ante mi vista, un pequeño claro en la masa de helechos, un claro en el bosque, de forma circular, donde se encontraban formando un círculo, una serie de figuras de piedra negra, con forma humana de unos 50 cm cada una.


Además, aquellas figuras llevaban colgadas al cuello unos baberos rojos de tela. Era un cementerio japonés privado y de algunos personajes importantes. Sin duda era un cementerio y no estaba abandonado, sino que aquellos que allí descansaban eran recordados y se les rendía culto de forma permanente.

 

Mientras que me encontraba ensimismado en aquella visión que me parecía casi irreal, de pronto ante mis ojos apareció de la nada, un hombre corpulento, algo más bajo que yo, ataviado con una armadura Samurái, aunque no llevaba casco, por lo que pude verle el rostro con gran claridad.


Su imagen era clara, nítida, como si fuera material. Extendió su brazo derecho y me dio el alto. Posó su mano derecha sobre mi pecho, la sentí igual que una mano física. Todo sucedió muy rápido, pero de lo que no me quedó la menor duda, fue de la materialidad de aquella visión, que no puedo borrar de mi memoria.
Me quedé paralizado, sin capacidad de respuesta durante unos segundos, pero rápidamente reaccioné y me pude dar cuenta de que podría ser uno de los difuntos que allí se encontraban. Hice una reverencia al más puro estilo japonés, con un ademán en petición de disculpas. Seguidamente, inclinándome respetuosamente, me despedí de él y di unos pasos hacia atrás sin perderle de vista.
Aquel ser no se fue enseguida, se mantuvo ante mis ojos de forma visible durante unos segundos más.

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Sólo la interrupción de un joven de nuestro grupo, que me vio entrar en aquel sendero, y que se lanzó como un vendaval a la zona haciendo fotos, hizo que aquel ser desapareciera de mi vista.

 

El chico no llegó a verle.
El joven con muy poco sentido del respeto y alucinando por lo que allí estaba viendo, comenzó como un poseso a hacer fotos con una cámara de fotos desechable.


Muy a pesar de que le advertí de que allí estábamos molestando, hizo caso omiso de mi advertencia y continuó con sus fotos hasta acabar el carrete.


Cuando, al cabo de unos tres días, el joven hubo revelado las fotos, vino bastante alterado para enseñármelas.

Las fotos que había hecho en el cementerio del monte, habían salido veladas, como si un potente foco de luz las hubiera “quemado”. El centro de las fotografías estaba blanco como si un fogonazo de luz las hubiera velado, mientras que la zona externa de todas ellas estaba completamente negra, chamuscada.


Salí al camino de nuevo y continué subiendo por aquellos escalones de piedra, todavía muy alterado por la visión que acababa de tener y que no acababa de asimilar.

Mis pensamientos, alborotados, se acumulaban en mi cabeza, tratando de entender aquello que estaba muy seguro que había visto, pero que no conseguía ni asimilar, ni llegar a entender de forma racional.

Aquella situación tan anormal, que se agolpaba en mi cabeza, alterando mi forma racional de pensar, no me dejaba ni un instante, impidiéndome pensar de forma lógica y bloqueando cualquier razonamiento posible sobre la experiencia que acababa de tener.

De pronto me alcanzó el chico, del que no recuerdo su nombre, pasándome con bastante prisa hacia la cumbre, mientras que yo continúe a mi ritmo la subida.

 


Su irrupción, por segunda vez, me sacó de nuevo bruscamente de mis pensamientos. Seguí subiendo lentamente aquellas escaleras que ya estaban bastante resbaladizas por la llovizna que no cesaba.


Cuando parecía que ya faltaba poco para alcanzar la cumbre donde se encontraba el templo, de pronto y sin venir a cuento, delante de mí, aparecieron dos masas negras muy densas, que me impedían el paso para continuar escaleras arriba. Me empujaban con bastante fuerza hacia abajo, mientras que yo empujaba hacia arriba para continuar mi camino. Fue una lucha de fuerzas donde me tuve que emplear a fondo para superar aquella presión, que volvía a sorprenderme de nuevo, y sobre todo sin llegar a entender nada de lo que me estaba pasando.


Durante un par de minutos me tuve que emplear a fondo para quitarme aquello del medio, que no sabía lo que era, y de pronto aquella presión desapareció de golpe, igual que había aparecido.
Ante la falta de la presión que aquellas sombras densas me estaban proporcionando, la fuerza que yo hacía para subir, me impulsó escaleras arriba, subiendo de golpe varios escalones, dando varios traspiés, casi me caigo de narices. Me di cuenta rápidamente, y fui muy consciente, de que si me caía al suelo, en aquellas escaleras irregulares y resbaladizas, y me hacia algún daño, aquellas masas que me habían tratado de impedir el paso, podrían aprovechar la situación para hacerme algo, y me di cuenta que no sería nada bueno caerme.

En aquellos momentos no tenía ni idea de qué había sido aquello, no tenía sospechas de nada, solo seguí con el ascenso sin entender nada de lo que me había pasado, pensando que el cansancio de todo el día, ya empezaba a hacerme mella.


Al llegar al templo, encontré una construcción realmente impresionante por su estructura.

Todo era una maravilla constructiva, su techo, su entrada, las vigas del porche que sujetaban el techo, donde se encontraban la representación en esculturas de madera, de las entidades que habitaban esa montaña.

Cuando las contemplé, me quedé atónito al comprobar que quienes me habían pretendido impedir el paso en mi camino de subida, habían sido aquellas entidades.

 

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Aquí inserto las fotos de estas entidades. Están ubicadas sobre las puertas del templo, protegiendo su entrada de los extraños. No se aprecia con claridad la expresión agresiva que tienen, pero al verlas impresionan mucho y, en mi caso, mucho más puesto que acababa de vivir su agresión para impedirme el paso.

Nos alojamos en la zona residencial del templo, que no era nada especial, quizás un poco antiguo, aunque totalmente japonés, sin la menor concesión al modernismo en el que Japón está inmerso.Las habitaciones eran comunes y dormíamos los hombres separados de las mujeres por unas puertas corredizas de madera y papel de arroz.
Todo ello sobre un suelo muy típico de espigas de arroz, “el clásico tatami”.


Después de haber cenado y ya de noche, mientras que la lluvia había aumentado su intensidad, algo nos llamó la atención a Antonio y a mí. Era como una extraña llamada que sentimos ambos, como pidiéndonos que bajáramos por aquellas escaleras mojadas y resbaladizas hacia la espesura del bosque. De hecho lo estuvimos sopesando los dos, pero nos dimos cuenta que era una locura, que era muy peligroso y, finalmente, después de varios minutos de dudarlo, abandonamos la idea.

Nos acostamos y la noche fue movida. Nos despertábamos continuamente y nos volvíamos a dormir, pero todos fuimos conscientes de que algo transitaba por las habitaciones, algo tangible que dejaba constancia de su presencia al caminar, aunque no lo podíamos ver.

Se oían y se sentían unos pesados pasos a nuestro alrededor, que, al despertarnos por su presencia, se esfumaban.


Al final se impuso la necesidad de dormir, pero solo lo conseguimos durante breves intervalos de tiempo. Por lo que, al día siguiente, todos estábamos hechos polvo.

 

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Al amanecer, la vista desde las habitaciones era un verdadero espectáculo, desde la cima de aquella montaña, las nubes deshilachadas y vaporosas se entretejían con las copas de los árboles de un bosque verde y exuberante.

 

Desayunamos frugalmente, como es habitual en todos los templos en Japón: arroz blanco, nabo y algunas golosinas más de este estilo. Al terminar recogimos nuestras cosas y nos fuimos al siguiente objetivo. Para todos los del grupo, aquella experiencia fue una más de las muchas que tuvimos en todo el viaje y que quedó en nuestro recuerdo de forma indeleble. Pero para mí sólo acababa de empezar, y, a pesar de que durante varios años no se hizo notar, llegó un momento en el que comencé a darme cuenta de que algo pasaba, algo muy extraño y agobiante.El motivo de que no me pudiera dar cuenta, a lo largo de todo este tiempo, era que, estando con mi mujer, venían tantas entidades, unas que provenían de ella y otras que me enviaba a mí, para controlarme, que me resultaba imposible reconocer la diferencia entre unas y otras.

Tal era el ejército de entidades, casi de forma permanente, que tenía alrededor. De hecho, hasta que no me divorcié de mi segunda mujer, no pude llegar a saber qué era lo que sucedía.
Me divorcié en octubre del 2014. El día 8 firmamos el divorcio, y no fue hasta finales del 2015, en diciembre, cuando llegué a poder empezar a discriminar, con cierta claridad, qué es lo que me pasaba.

 

Pero esto pertenece a otra historia que os la contaré más adelante.
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Una historia que si no la hubiera vivido personalmente, jamás me lo hubiera podido creer de otra persona. Una historia propia del Japón más profundo. De aquí que me surgen grandes dudas ante la posibilidad de que pudiera estar enlazado, kármicamente, con alguna vida en Japón.

Puesto que no se puede comprobar, lo dejo ahí en el aire, como una posibilidad más de las muchas que surgen en la vida. Viendo las cosas con la perspectiva del tiempo, sí que gracias a la gran ayuda de grandes videntes africanos, muy amigos míos, supimos que aquel que me recibió en el cementerio, era un Samurái Ninja con grandes poderes de magia y poderes totales sobre las entidades de aquel monte, a las que manejaba todavía y lo hacía, estando muerto, tan bien como si estuviera vivo. A pesar de que, como decía antes, la comprobación de vidas pasadas no es nada fácil de saber, en mi estancia en Japón tuve una clarísima sensación de haber vivido allí, en algunos de los lugares que visitamos. No sólo una vida, sino varias. Aquellas sensaciones fueron en ocasiones muy intensas, sensaciones que jamás había tenido en otros muchos lugares del planeta que he tenido la suerte de visitar. En varias ocasiones sentí, de forma súbita, como un flash, una traslación a épocas remotas, donde la gente que circulaba iba vestida a la antigua usanza, y yo también. Al volver a la realidad, solo había sido un instante, pero mi vivencia había durado un tiempo largo, suficiente para poder traerme conmigo la experiencia del pasado, tan viva como la actual. Desde muy pequeño siempre había dicho que yo había sido un Samurái, pero en aquellos momentos de mi niñez, sin el menor conocimiento sobre la reencarnación, ni sobre Japón, lo que decía no tenía ninguna trascendencia; además, para mi familia, lo que yo decía lo consideraban como tonterías de niños, pero siempre tuve presente en mi conciencia esa sensación.

 

El viaje a Japón fue una confirmación de aquella intuición infantil.

No puedo constatar que los lugares en los que estuvimos y en donde tuve aquellas sensaciones, incluso experiencias muy claras, fueran los lugares reales donde viví en otras vidas, ni tan siquiera si fue así o no.

 

Pero sí que me quedó muy claro, ya que fue una impresión tan vívida, que jamás me la he podido quitar de encima, de que en otras vidas, no se cuántas, viví allí.

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Mi hermana, a la que le llevo 2 años, desde muy pequeña siempre decía lo mismo que yo. Ella decía que había sido una Geisha, aunque ella era mucho más insistente en sus afirmaciones.

 

Aquel viaje también le confirmó, totalmente, su intuición infantil de haber vivido allí.

Saliendo de Japón en el aeropuerto de Narita de Tokio, como colofón final a un viaje lleno de experiencias extrañas, no puedo dejarme en el tintero la última y ésta fue una más, pero realmente extraña.

Habíamos viajado con unos billetes de grupo, con plazas confirmadas tanto a la ida como a la vuelta. A la ida no tuvimos el menor problema y todo transcurrió a la perfección según estaba programado. Pero al salir, de vuelta hacia Ámsterdam, como primera escala del viaje, todos los del grupo pudieron sacar la tarjeta de embarque y la facturación de sus equipajes sin el menor problema.

 

Pero mi hermana y yo, no conseguíamos que nos admitieran los equipajes, y no había forma de que nos dieran nuestras tarjetas de embarque.

 

El tiempo transcurría, mi hermana y yo estábamos en el mostrador de facturación, y nadie nos daba la menor señal de solución de nada.

 

El resto del grupo, al igual que nosotros, empezó a preocuparse y a impacientarse, puesto que además teníamos que pasar todavía el control de pasaportes y el de seguridad, y el tiempo para embarcar se estaba acabando.

 

Como ya nadie nos hacia ni caso, pregunté urgentemente por el jefe de facturación de Japan Air Line, que se personó muy rápidamente.

Me presenté como Comandante de Iberia, identificándome, y le expliqué la situación, que no conseguía entender, de cómo era posible que todo el grupo había podido facturar sin la menor complicación y por qué causa a mi hermana y a mí, no nos daban las tarjetas de embarque y que además no pudiéramos facturar el equipaje, teniendo todo perfecto, sin ningún problema.

Su respuesta, muy alterada, fue que no entendían ninguno del equipo de facturación, cómo no era posible que, a pesar de tener las plazas y todo normal, no podían imprimir nada, ni facturar nada.

Que cuando entraban en nuestras reservas, las de mi hermana y la mía, se bloqueaba todo el sistema y no podían trabajar. No podían imprimir ninguna tarjeta de embarque, ni la de salida de Tokio, ni las tarjetas de embarque del resto del trayecto, hasta nuestro destino final.

 

Entonces le dije, “por favor, de forma urgente, nos den unas tarjetas de embarque manuales y envíen un telefax a Ámsterdam comunicando nuestra llegada, y que nos tengan todo preparado para nuestro destino final, vigilando el equipaje para que no se pierda”.

 

La mujer que estaba muy nerviosa por todo lo que estaba pasando, fue muy amable e hizo todo lo que le dije de forma inmediata. Además nos ayudó a pasar los controles de pasaportes y seguridad, para poder llegar al embarque, que ya se encontraba en el último momento.

Al llegar a Ámsterdam, el personal de tierra de Japan Air Line, nos estaba esperando en la puerta del avión con toda la documentación.

Allí no habían tenido ningún problema para sacarla.

No me cabe la menor duda de que aquella mujer sabía que había algo nada normal, que “ese algo” no quería que ni mi hermana ni yo, saliéramos de Japón.

Su cara y su actitud lo denotaban de forma clara.

 

Hay que tener en cuenta que los japoneses son muy conscientes de que hay muchas cosas que provienen del otro lado, y su forma de expresión no dejaba la menor duda de que ella estaba convencida de que algo no físico estaba bloqueando nuestra salida, ya que a su vez, todo lo demás, lo del resto de pasajeros era totalmente normal en los ordenadores, pudiendo trabajar sin el menor problema.

 

Las pocas dudas que me quedaron, me las despejaron mis amigos videntes en África, años más tarde, sin darles por mi parte la menor explicación de lo sucedido, al confirmarme taxativamente, que aquel bloqueo informático fue hecho por el Ninja que me encontré en ese monte, en el cementerio, que no quería que nos fuéramos de Japón, ni mi hermana ni yo.

A este hombre lo podía ver, años más tarde, visitándome en mi casa, tratando de influirme para que volviera a Japón.

Tengo que reconocer que no fue fácil zafarme de él, y si no hubiera sido, una vez más, por la ayuda de mi gran amigo africano, creo que todavía me estaría molestando, este personaje siniestro.

Javier Antolínez
Julio 2025

 

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